miércoles, 30 de marzo de 2016

ALMUDENA LOBERA: MATERIALISMO ÓPTICO



ALMUDENA LOBERA: UNA REVELACIÓN LATENTE
GALERÍA MAX ESTRELLA: 10/02/15-02/04/16

Quizá sea un exceso remitirnos al aquinate para apuntar que, en esa verdadera transubstanciación del hilemorfismo aristotélico que llevó a cabo, la materia no es solo materia sino que está referida a una forma determinada: es decir,  transida de espíritu.
En cualquier caso, si glosamos aquí al doctor escolástico no es por enjundia –falsa en todo caso– sino porque, pensamos, sirve perfectamente a nuestras intenciones: la de dar crítica cuenta de la exposición de Almudena Lobera (Madrid, 1984) en la galería Max Estrella. Y es que la artista madrileña trata de apresar –conceptualmente– los procesos inmateriales e invisibles que ocurren en la formación de la fotografía como materia, como objeto de visibilidad. Es decir: la forma de la fotografía, el espíritu de la visibilidad fotográfica.
Porque seamos claros: aquello que vemos en la fotografía no es toda la fotografía. Es solo un momento de un proceso que tiene de ideológico lo mismo que de estético, de histórico lo mismo que de accidental. La fotografía, la imagen, es manteniéndose oculta en sus propios procesos tan científicos como mágicos hasta que, en un momento dado, decide revelarse. Es decir: salir a la luz. ¿Desocultarse? 


Y es ahí, en esa trabazón desfundamentadora, en ese desanclaje entre el proceso y el resultado final, entre la inmaterialidad espiritual de su forma y la arrogancia de la visualidad matérica, donde Almudena Lobera ha situado sus intereses artísticos. Y, todo hay que decirlo, su intento no es ni mucho menos fácil: porque, subidos en la ola de la hiperpolitización del arte, muchos artistas deciden refugiarse en lo cansino de formas periclitadas de referir la imagen a su constructo ideológico, a los intereses supuestos de una hegemonía cada vez más nómada y trasversal. Situándose ahí ciertamente no pierden pero tampoco ganan: simplemente ponen encima de la mesa lo que ya se sabe.
            Por el contrario, insistimos, Lobera prefiere deslizarse por la senda menos concurrida de atisbar lo invisible, de denunciar como el arte –como la religión a la que a veces alude– es un ejercicio comunicativo de ver de una determinada manera, de ver lo que nadie más que nosotros vemos. Pero no es ni mucho menos una denuncia: es la constatación palmaria de un hecho que el mundo-capital prefiere dejar en silencio: que el mundo es eminente y hermenéuticamente fenomenológico, que si hay materia es porque hay espíritu, que si hay algo visible es porque su soporte es invisible, que si algo decide revelarse es porque previamente está en estado latente.
Pero no nos confundamos: las obras de nuestra artista, como no podía ser menos para una época donde todo arte digno de ser así llamado incide en la formación de un nosotros, son eminentemente políticas. Políticas, decimos, porque en un mundo envuelto en la nebulosa de una inmanencia absoluta, ahí donde ver y ser visto remiten al mismo juego ideológico, nada más necesario que comprender, al menos intuir, que nuestras imágenes no se sustentan en una circunspecta nada sino que aluden al privilegio de determinadas vivencias, a la ergonomía capitalista de simular una carestía de imágenes, de anteponer un determinado modo de episteme, donde la imagen se impone con su rotunda materialidad, a otro donde el proceso de visibilidad sabría cargar críticamente con su lado más oculto y latente.  


            En definitiva, si algo nos urge en estos tiempos es recuperar las imágenes para apostar por aquello que se nos ningunea: una verdadera comunicación que sabe que toda imagen carga con un sustrato latente que ha de implicarse en la propia comunicación y, por tanto, en la construcción crítica de un nosotros, de un comunidad de creyentes. Solo así lograremos, parafraseando a Austin, hacer cosas con las imágenes; solo así lograremos verdaderos –críticos y comunicativos– actos de ver.
Y si nos urge es porque debe de quedar meridianamente claro que no hay más allá de las imágenes y de su reproducibilidad técnica. La diatriba aquella de Heidegger creyendo que el elegir entre una “técnica-como-explotar-provocante” y “técnica-como-desocultarse-poético” dependiese exclusivamente de nosotros es meridianamente falsa: es el capitalismo quien decide la forma de darse de la técnica. A nosotros nos queda –que no es poco reconociendo nuestra querencia a dar todo por bueno– tratar de desanudar las implicaciones ontológicas e ideológicas que merodean en la imagen manifestada, tratar de colocarnos críticamente en ese entremedias donde la imagen, aún ya siendo, no es todavía. ¿Tensión pulsional, ontológica, escatológica? No sabríamos decir: pero lo cierto es que el intento de Almudena Lobera de desentrañar la lógica visual que nos hace creer que toda imagen está ahí ya desde siempre para nosotros –esperando a ser consumida– se nos antoja una labor artística de altura, tan necesaria como compleja.
Concluyendo: sí, ciertamente que “autonomía” debe de seguir siendo un concepto estético a derribar: si el arte atesora aún una mínima posibilidad de crítica ello pasa por tratarse de igual a igual con el resto de procesos de producción y distribución de imágenes. Pero, al mismo tiempo, dicha capacidad crítica ha de remitir a la posibilidad siempre disensual de ver de otra manera, de ver no ya de modo soteriológico o místico, pero sí barruntar que toda imagen se debe a una epifanía, a una, en algún sentido, revelación.   

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