NO
PARTICIPACIÓN
ESPACIO TRAPÉZIO: 09/09/16-03/11/16
(texto original publicado en El Estado Mental: https://elestadomental.com/diario/el-artista-en-el-alambre-etico)
Una colección bastante amplia de
cartas remitiendo la negativa de artistas a participar en algún evento
artístico: en eso consiste esta exposición que hasta el día 3 de noviembre puede
verse en el Espacio Trapézio de
Madrid y que ha sido comisariado por la historiadora del arte neoyorquina Lauren van Haaften-Schick. Entre los
artistas Jo Baer, Marcel Broodthaers, Jean Toche, Helena Keeffe, Catherine
Opie, Barbara Kruger, Olafur Olafsson, Danh Vō, o nuestros Isidro
López Aparicio y Santiago Sierra
con su famosa carta de renuncia al Premio Nacional de Artes Plásticas 2010.
Para empezar a
hablar de esta extraña exposición, una obviedad: con tanto “no” a la vista, sería
ciertamente demasiado sencillo desacreditar a esta exposición. Y es que para
aquellos que aún sin merecerlo nos autodenominamos adornianos, la sentencia
aquella de que “la crítica
de la cultura es ideología en la medida en que es meramente crítica de la
ideología” pesa como hormigón atado al cuello. Porque bajo este “eslogan” quedarían referidas todas las estrategias
críticas que con el beneplácito de ir contracorriente no son más que
modulaciones reaccionarias que, para una ideología tan omnisciente como
poderosa, no suponen sino un suplemento en el ejercicio de su coacción
administrada.
Así las cosas,
el hacer de la negación un arma arrojadiza contra el sistema parecería a simple
vista una maniobra de disimulo para tiempos en los que, a las claras, no hay
salida y en los que todo ejercicio crítico ha quedado integrado plenamente
dentro de nuestra industria cultural más conservadora. ¿Decir no?, ¿a estas
alturas? Insistimos: para una ideología como ésta en la que estamos sumidos y
que disimula su sesgo hegemónico hasta el punto de hacerlo pasar como
antagónico, la negativa quedaría emplazada en una retórica de la resistencia
totalmente depotenciada y huérfana de resortes disruptivos.
Pero, decimos,
aunque podríamos concluir aquí nuestra perorata, lo cierto es que esta
exposición va de otra cosa. No va de arte sino de artistas; parecería que es lo
mismo y, aunque efectivamente comparten una misma zona de confluencia, sin duda
que son cosas que mantienen su jerarquía. Si, como hemos señalado, la
exposición quedaría reducida a cero en el caso de que su propósito fuese mediar
en las relaciones arte/realidad (y por tanto realidad/ficción) y modular así un
ejercicio de crítica sistémica, es sin embargo en lo acertado de ver los
ejercicios de resistencia del artista no directamente sobre la realidad sino
sobre el arte donde está el acierto.
Me explico:
las cartas de los artistas que aquí se muestran y que comparten la decisión de
un no participar en tal o cual evento cultural, no disparan contra la totalidad
del sistema sino contra la parafernalia del propio arte en su connivencia con
ese sistema que bebe los vientos por convertirse en capitalismo cultural. Si fusionar
en un mismo horizonte interpretativo capital y arte es el sueño –ya hecho
realidad– de una ideología que conseguiría hacerse así con el poder de todas
las prácticas simbólicas, estas cartas tienen escrita una dirección postal bien
clara –la del propio arte– y un contenido también meridiano –preguntar al arte
por los motivos para semejante traición.
Desde este
punto de vista, las susodichas cartas plasman su rúbrica apelando al propio
arte: ¿qué estás haciendo con nosotros?, ¿es para esto para lo que nos
necesitas?, parecen preguntar, con melancolía y tristeza, los artistas al
propio arte. Es así cómo, creemos, la exposición acierta en sus metas: incoar
dentro de esta pluralidad de noes una sola pregunta, dirigida en primer lugar
al arte y solo después a la sociedad, y que remite a la situación actual del
artista.
Porque desde
ser expulsados de la República de Platón
hasta, en la actualidad, servir de recadero para los propios deseos de
conquista del capital, el status del artista tiene un recorrido bastante
interesante y que siempre, de una u otra manera, remite a su rango de agente
doble. Ya sea un experto simulacionista en un mundo devenido ya simulacro en
cuanto que copia –según la fábula platónica– o bien un creador de mercancías en
un mundo devenido ya Gran Mercado Global, el artista siempre se mueve en una
ambivalencia que, actualmente y dado el sesgo político del arte, le hace
merecedor del calificativo de crítico francotirador del sistema-mundo.
Es
precisamente esta capacidad crítica del artista lo que estas cartas ponen
encima de la mesa, pidiendo explicaciones no ya al mundo –cosa que, repetimos,
sería de una inocencia casi delatora de la propia incapacidad del artista– sino
al arte. Porque el arte no es sino un dispositivo de máximo control, un
procedimiento por el cual esas mercancías que el artista crea y que parecen
revertir en puro exceso inútil, en fútil sentido innecesario, son purgadas de
su vis paradójica, disensual y disyuntiva, haciéndolas reingresar así por la
amplia avenida de la genialidad en pura y dura mercancía. Es decir, el arte, al
mismo tiempo que permite ese ejercicio de francotirador al que nos hemos
referido, levanta las condiciones para que ese disparo nunca dé de lleno en el
blanco.
Pero, ahora
bien, si este matrimonio de conveniencia del arte con la industria del capital
no es en modo alguno algo que recriminar al arte sino que es la más alta
posibilidad de llevar a cabo la misión que le es propia –la de mostrar la poca
inocencia y candor que hay en el juego del capital, aparte de que el artista
una vez hecho su trabajo (inmaterial, abstracto y simbólico) también come– ¿a
qué tanto ruido y tanto rasgarse las vestiduras si, todos lo sabemos, a veces
se gana y a veces se pierde?, ¿no están, los artistas, jugando a esa estrategia
del agente doble que consiste en callarse cuando conviene y poner el grito en
el cielo cuando la jugada les sale mal?
Sí y no; no
porque evidentemente en eso consiste el arte, a ello les invita su saberse
instancia autónoma, y porque, no lo olvidemos, es esa capacidad de diatriba lo
que el capital trata de silenciar. Pero sí porque es precisamente esa
“estrategia del agente doble” la que es necesaria llevar hasta el límite de lo
paradójico y así mostrar los métodos de adiestramiento del propio capital.
Dicho de otra manera, el arte, aún siendo subsumido por las estrategias de
control capitalista, permite aún un as en la manga, un truco de magia
consistente en servirse de las mismas condiciones opresoras del sistema para
salir a la luz.
Por lo tanto: ¿qué
ese mismo gesto honesto de decir “no” es trasmutado en obra de arte con algunos
réditos y tajada que sacar por aquella instancia a la que se dirigen con el fin
de, en apariencia, obtener alguna respuesta? Desde luego que sí. Pero desde
nuestro punto de vista esa “pérdida” está ya descontada de los efectos
conseguidos: el artista pregunta al arte para que a éste se le caiga la cara de
vergüenza, para que se haga público y notorio todo lo que exige al artista que
haga para que él, el arte, pueda seguir su camino de connivencia con el
capital.
Más aún, ¿no
es ese poderse establecer en el umbral fronterizo del agente doble lo que
permite al artista movimientos de máxima tensión?, ¿no es su capacidad
camaleónica, cifrada en trabajar para una organización –el arte– cuyo destino
es pensarse en cuanto negatividad, lo que permite al artista ofrecerse en
sacrificio –nada simbólico sino más bien material– por toda una comunidad?
Porque en este
sentido, todo esto que sufre el artista, ¿no es lo mismo que sufrimos la amplia
mayoría de ciudadanos?, ¿no son nuestras condiciones de vida tan pueriles que
el efecto que se consigue es un adiestramiento más óptimo pues, todos los
sabemos, quien se mueve no sale en la foto? Ahora bien, el artista,
reconvirtiendo su negativa en carnaza para el propio arte, puede llevar a cabo
lo que está vetado a todos los demás. Porque, ¿qué plusvalía consigue una
mercancía trabajada por un trabajador despedido?, ¿qué movimiento social se
consigue a través de una desobediencia civil que te expulsa de ser tomado como
ciudadano? Lo que el mundo del trabajo y la construcción social no permite
–tener capacidad de mostrar los esquejes de la dominación una vez hemos sido
expulsados– sí que puede llevarse a cabo en el arte. Es más: la misión del arte
es precisamente esa; hacer visible lo
que de cualquier otra manera, en cualquier otro ámbito, quedaría invisibilizado
ya que solo el arte tiene esta capacidad de escapismo.
Total y
resumiendo, estas cartas componen un ensayo general de la no participación,
estas cartas son ofrecidas como primicias de lo que algún día todos podremos
llevar a cabo: desobedecer, decir no, llevar a cabo también nosotros nuestro
propio ejercicio de desaparición. Quizá dentro de una imagen-mundo global, la
tesis aquella de Beuys del “todo
hombre es un artista” adquiere su verdadera relevancia –despojada ya de todo
sesgo idealista y romántico– para señalar la única capacidad que nos une: la de
decir, como Bartleby –al final le
nombro– “preferiría no hacerlo”.
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