ENRIC
FARRÉS DURAN: EMPEZAR POR EL MEDIO
GALERÍA NOGUERAS BLANCHARD: 17/11/18-26/01/19
GALERÍA NOGUERAS BLANCHARD: 17/11/18-26/01/19
Que cierto arte esté literalmente
fenecido, que los objetos-bomba creados por toda una retahíla de vanguardias no
hayan dinamitado absolutamente nada, que todavía estemos a la espera del primer
espectador que haya logrado un mínimo de emancipación no significa en modo
alguno que hagamos de la necesidad virtud y demos al arte por decapitado. Pero
para ello, claro está, hacen falta consignas, (no tan) nuevas consignas. Entre
ellas, la principal: el arte no ya como sistema de apariencias opuesto a una
realidad a la que hay que o bien hacer mejor o bien ayudar a destruir, sino
como estrategia de mixtificación de los diferentes estratos de ficción en los
que se ha transformado la realidad.
Así pues lo que le toca al arte es
resurgir contra todo pronóstico y afianzarse ahí justo donde aparentemente ha
sido derrotado: no solo ya en la lucha acerca de las imágenes sino, más
importante aún, trabajando especularmente como dispositivo de remultiplicación
de los diverso estratos ficcionales en los que ha devenido toda realidad. Y es
que ya no toca mirar bajo las apariencias, ya no toca servir de guía para
arribar a no sabemos aún qué playa: lo que toca es tensar la cuerda de la que
pende todo el engranaje de ficcionalización del mundo, sumarse inteligentemente
y sin inocencia alguna a la falsedad del mundo.
Todo esto para decir que si por una parte la
cita aquella de Heráclito según la
cual nadie se puede bañar dos veces en el mismo rio parece, en estos tiempos
que corren, bastante fácil de aceptar, por otra parte lo que no sigue estando
demasiado claro es la apostilla que Crátilo
ponía siempre: ni siquiera es posible bañarse una sola vez en el mismo río. La
razón es que estamos tan bien adiestrados en nuestra fantasía ideológica que,
“haciendo como si”, dejamos nuestro saber de la realidad –de su falsedad– a un
lado y nos lanzamos de cabeza a la conquista de un mundo que es mero espejismo.
Porque la cuestión no es solo que la realidad esté sujeta a devenir, sino que
el devenir está preso de otro devenir: el diferir de la diferencia, los
simulacros locos, las copias sin originales, un juego de las imitaciones donde
es la diferencia lo que hace de modelo. Es decir, un acontecimiento
desdoblándose continuamente hacia delante y hacia atrás: o, siguiendo el
ejemplo del efesio, un río que no solo fluye, sino que en cada punto fluye
hacia atrás y hacia delante. Cada río es dos veces ese río, dos veces, además,
en una variada serie: temporales y espaciales, potenciales y virtuales. La
cuestión es la misma que se hizo en su día Deleuze:
“pero, ¿es preciso decir dos veces,
ya que es siempre a la vez, ya que son las dos caras simultáneas de una misma superficie
cuyo interior y exterior, la ‘insistencia’ y el ‘extra-ser’, el pasado y el
futuro, están en continuidad siempre reversible?” Pudiera ser que, ciertamente,
no haga falta decirlo, pero de no
hacerlo una de las series quedaría olvidada, sepultada en nuestra fantasía,
sometiéndonos al rigor consensuado de solo una serie: aquella que modula el
espectro de lo posible, lo decible y lo pensable en pos de agarradero al que
llamar “realidad”.
Es aquí donde, pensamos, se sitúa el
trabajo de Enric Farrés Duran
(Palafrugell, 1983): en el intersticio donde algo sucede, en el epicentro hueco
donde el Acontecimiento se despliega para, como una suerte de tahúr, ir colocando
espejos que repotencien la vis espectral de la realidad. Su trabajo no se sitúa
de frente a la realidad sino que escarba entre los diferentes estratos de
ficción que la componen, a veces para descentrar ese consenso de olvidos
llamada realidad, a veces para dar una última vuelta de tuerca rescatando de
más abajo si cabe algún último simulacro que hacer emerger a la superficie.
Quizá pueda servirnos su trabajo Bibliotecas insólitas como carta de
presentación: con el simple gesto de colocar los libros de una biblioteca al
revés Enric Farrés nos ofrece la
cara invertida, lo que ni se ve ni se le espera, de una realidad que fácilmente
pudiera ser otra bien diferente. Aunque más interesante su obra Los papeles del siglo: trabajando en una
librería de segunda mano, Farrés recopila esos papeles que siempre se quedan
traspapelados entre las páginas de los libros para crear primero una colección
–Una exposición de dibujos (EtHALL, 2016)–, luego un archivo (Generaciones 2016)
y, finalmente, triturarlos para crear una masa que terminó siendo un
pisapapeles –Cualquier
objeto excepto un papel (Nogueras Blanchard, 2016). Nada es lo que
parece pero no se trata de ni ningún juego de manos: se trata de tensar el
juego de las ficciones hasta el límite.
En esta ocasión su labor de alquimista
especular, de nigromante de las ficciones ocultas, tiene como base su propia
película El viaje frustrado (2015).
En ella se narra el viaje que el propio artista hizo junto a un coleccionista repitiendo
la travesía que Josep Pla narró en
su libro El viaje frustrado. En dicho
libro el autor se embarcaba junto a su amigo Hermós en un viaje que les
llevaría de Calella a Francia con el propósito de visitar a unos familiares de
este último. Sin embargo, la presencia lejana de un buque de guerra les hace
dar media vuelta.
Tomando como premisa y excusa esta obra
y este viaje de Pla, Farrés repite el viaje introduciendo ciertas novedades
para reflexionar sobre el sesgo ficcional no solo de la realidad sino del
propio entramado ficcional y, sobre todo, del propio arte. Pero en todo caso, sin
el mínimo ápice de épica, sin añoranza ninguna por el romanticismo de todo
viaje, artista y coleccionistas repiten la gesta frustrada de Pla y Hermés no para
continuarla, remendarla o simplemente copiarla sino para, como venimos
diciendo, servir de espejo con el que la lógica ficcional avance o se detenga,
vaya hacia atrás o hacia delante.
En este sentido, son dos los planos en
los que la pieza funciona. En primer lugar obviamente que, al servirse de un
coleccionista, los ecos con el mundo del arte son más que obvios: fracaso y
éxito remiten no ya al logro de la singladura sino de modo metainstitucional a
la relación del artista con su propio hábitat: un artista llamado en tiempos de
penuria y escasez a ejercer la crítica de modo silencioso, casi invisible, a no
tener más remedio que estar atrapado y a remolque de aquel que lleva la voz
cantante. En segundo lugar, como no, enfrentándose a una narración, llámese
realidad, llámese novela, llámese viaje, que siempre guarda un as en la manga
–una diferencia– de más, y con la que no se puede contar en absoluto como guía
de nada. ¿La prueba? El propio artista, estudiando los diarios de Pla, se
percata de que aquel viaje original nunca existió. Y es que ya lo hemos dicho:
ni siquiera una vez puede uno bañarse en el río. Siempre, éste, el río, no es
más que una decantación de ríos pasados y futuros, de ríos virtuales y
posibles.
Es a partir de este viaje –cuya
película se puede ver en la propia exposición- que el artista trabajó en el
verano con ciertas ideas modulares de este trabajo para ofrecernos seis piezas
que jugando a lo mismo que el viaje subrayan el carácter paradójico de toda
realidad. Libros que no se pueden abrir ni leer (Un ruido secreto de Duchamp),
epitafios que son transformados en juegos de palabras, globos que están sujetados
por un peso que a su vez en sujetado por el globo, un pez que muerde un anzuelo
casi invisible y que a su vez, ese mismo anzuelo, recorre toda la exposición
hasta la planta baja “haciendo como si” toda la exposición estuviera sujeta con
hilo de pescar. Ejemplos todos de lo inestable de toda ficción, llámese
“realidad” o llámese “arte”, de lo precario de todo consenso acerca de qué es
cada cosa.
En definitiva un estupendo trabajo el
de este artista que se asienta, insistimos, y aludiendo al título de la
muestra, en el medio del acontecimiento, en su (im)posible representación, en
el centro donde o bien se va en una dirección o bien se va en otra. Que se opte
por una u otra es lo de menos: es a eso a lo que estamos acostumbrados. Lo
difícil, a lo que se presta el trabajo de Enric Farrés, es a pensar cómo poder avanzar
en ambas direcciones. Y es que el problema es que estamos asentados en una
paradoja: “Nuestro problema –dice Safranski
en su biografía de Nietzsche- se
cifra en que nosotros miramos al punto que se mueve y no al punto permanente
del contacto de la tangente, aunque solo podamos notar este movimiento en
contraste con el punto que permanece. Como seres en el tiempo somos la rueda
que da vueltas, pero como presencia de espíritu y acto de atención somos el sol
y el mediodía eterno”.
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