viernes, 30 de enero de 2009

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL JUEGO

DAVID LEVINTHAL: ‘SPACE’
GALERÍA JAVIER LÓPEZ (30/10/08-4/12/08)

Si, aún corrigiendo a Calderón, sabemos ya desde hace tiempo que la vida es juego, el hecho de que el arte haya terminado incoado incluso en la ludopatía, se viene intuyendo al menos desde que Warhol profetizó nuestros pequeños quince minutos de gloria a modo de jugada maestra. Y es que solo haciendo partícipes a todos de la glamurosidad del proyecto lúdico-artístico en el que ha devenido la racionalidad ilustrada, se puede seguir legitimando su existencia.


Que la autonomía del arte descansa en la absurda democracia de fingir que todos somos bienvenidos en el juego es algo ya tan sabido que hace hasta a veces insoportable seguir emulando la emoción de otra jugada. La impositiva autorrepresentación con el que el arte actual dota a sus jugadas nos hace preguntarnos si el decir de Gadamer de que “algo siempre está en juego” como metáfora del arte no es en sí misma una imagen tan manida como vacía.
Sin embargo, a David Levinthal la tirada de dados en su particular jugada le ha salido redonda: le ha bastado abrir la caja de sus juguetes infantiles para seguir jugando a otro juego que, pese a lo que se nos intenta hacer ver, parece diferir poco de aquel de su niñez.
Con todo, la exquisita genialidad de David Levinthal no consiste en no haber tenido que cambiar de “juguetes” (ni siquiera parece que de vida, pues el sigue a la suyo: jugando como si tal cosa), sino de haber sabido introducir ahí mismo, en la radical semejanza y clara identidad con aquello que todos conocemos desde nuestra primera infancia, lo inestable y lo extraño, lo ajeno y lo próximo al mismo tiempo. Es en la pomposa artificialidad estética con que dota a todas sus fotografías donde encontramos a la vez lo cálido de volver al lugar de nuestra infancia y lo terrible de vernos sacudidos, cuando nos creímos ya libres, por un juego tan inocente.
Así, sus fotos rechazan cualquier dialéctica entre distintos valores de verdad y se instala por pleno derecho en la radical estética de lo falsario. Si en el mundo cibernético actual está claro que real y virtual no son dos “realidades” contrapuestas, sino que son incluso complementarias, las imágenes de David Levinthal se desplazan a la jugada que parece ser eliminada precisamente en este “arte como juego” de principios del siglo XXI: lo falso y mentiroso. Como si se temiera que el truco fuese desvelado, el arte detesta ser tildado de falso: real, virtual o hiperreal, pero nunca, por favor, la mentira. ¡Qué mayor ilusión que un juego, el juego del arte, con marchamo de teoría de conocimiento entre sus reglas!
Pero David Levinthal logra con este doble y simple desplazamiento a lo artificial y al recuerdo de una infancia donde el juego era jugado en libertad devolvernos allí donde ya no pertenecemos: a la representación. Y lo curioso es que la jugada de regreso que nos propone no nos sale gratis sino que a duras penas somos capaces de mantener el tipo: con su serie de muñecas barbies, aparte de consideraciones de cosificación de género, nos vemos asaltados por la inocencia de un juego que dudamos ahora tildar como tal; con la artificiosa y sensual sugerencia de sus ‘pin-ups’ vemos nuestro deseo danzando por aquello que no solo creíamos sobrepasado, sino incluso inexistente; con sus series bélicas nos enfrentamos a lo salvaje de saber que la terrible asunción de un mundo desquiciado estaba ya presente en nuestros juegos.
Y así, una a una, podíamos enumerar todas sus series y demostrar que mas nos vale seguir jugando al juego del arte que intentar un camino de vuelta tan tortuoso como temible. Más nos vale entonces afianzarnos en la sobreabundancia informativa del simulacro que querer trazar las reglas del juego que pensábamos conocer.

Dan ganas, por un instante, de regresar de inmediato a casa y ponernos a jugar otra vez. Quizá, ahora sí, recuperemos de una vez todo lo que entonces desconocíamos. Pero es solo el tiempo justo de percatarnos de que quizá el juego, como el arte, haya terminado. A veces lo falso desvela mas que la verdad.
¡Complazcámonos de que así al menos se nos tiene reservada una jugada maestra! Solo hace falta que sea grabada, emitida y digitalizada.

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