GALERÍA FERNANDO PRADILLA: Noviembre 2008
La palabra herejía nos hace remitir a tiempos pretéritos y a violentos momentos de poder dogmático. Pero si atendemos al significado plausible de la palabra herejía, y nos percatamos de que el poder ha dejado de ser cualquier cosa menos dogmático, no nos costará inferir que las herejías están a la orden del día.
Y es que la herejía no es sino la estructuración mediadora entre dos realidades de una manera diferente a lo estipulado de ordinario. Así, la más común de las herejías, la religiosa, no es otra cosa que la teorización de una relación entre la realidad humana y la trascendental que no cumple los requisitos institucionalizados.
A partir de esta definición y considerando la asunción de multitud de realidades que han tenido lugar en los últimos tiempos, no es de extrañar que la estructuración entre todas ellas haya sido lugar común de teóricos venidos de diferentes ámbitos. Con todo, es el arte, con su poder como creador de imágenes y de representaciones, el lugar donde esta mediación ha encontrado el acomodo perfecto. De ahí también que el arte, en cierto sentido, no sea otra cosa que herejías en continúo movimiento.
Porque, tan pronto como una imagen crea la síntesis mediadora entre realidad e idealidad requerida, el arte mismo, su necesidad, se trasciende a si mismo en busca de otras maneras de adecuación. Quizá la historia del arte no sea otra cosa que el intento desesperado de crear la imagen que cada sociedad está dispuesta a representar como herejía de su tiempo.
Digo esto porque, incluso retrotrayéndonos a Altamira, el proceder es siempre el mismo: el poder del arte crea la imagen nunca antes aparecida que consigue vincular dos realidades esenciales para el hombre. En este caso, los dibujos de mamuts, no son solo mamuts: son el objeto en el que el hombre primitivo ponía toda su vida, ya que él era su sustento, y, representándolo, le otorgaba otra realidad, una realidad sagrada y totémica, debido a ese carácter de mediador entre la vida y la muerte que el mamut tenía.
En su carácter de representación y mediador de realidades la imagen se convierte en arte. En su carácter de novedad, la imagen se torna sacrílega y herética.
Pero si a lo largo de los siglos las realidades, a pesar de devenir en complejidad, no han sido, en resumidas cuentas, mas que dos (la física y natural, y la trascendente), en los últimos tiempos, como ya hemos indicado, las realidades se han ido sucediendo una detrás de otra.
Esta proliferación se debe principalmente a dos causas: el sujeto ilustrado y autónomo, y el protagonismo que ha tomado la tecnología. La génesis de cada una de ellas nos llevaría por un recorrido por las herencias ilustradas y modernas que han devenido en los últimos lustros en una teorización del momento histórico como postmoderno.
Lo real, transgredido por un acopio incesante de imágenes tecnológicas, devino en lo digital y de allí, con la ampliación de las relaciones humanas en la nueva estructura del ciberespacio, pasó a la realidad virtual. Por otro lado, esa misma realidad física, pero ahora bombardeada por un flujo incesante de información acerca de cualquier dato, se convirtió, merced a los mass media, en una hiperrealidad tan incesante con inestable: cualquier acontecimiento real está mediado, e incluso debe su existencia, a la repercusión informativa que pueda llegar a tener, de ahí que la información sea la que mediatice lo real y que, de esta manera, cualquier acontecimiento devenga su propio simulacro merced a estas relaciones de sobre saturación informativa.
La complejidad del mundo actual se debe a las relaciones que se producen entre ámbitos diferentes de estas realidades, entendidas de una manera complementaria, las unas de las otras, más que opuestas.
Por tanto, si las relaciones se han convertido en un entramado por el que resulta difícil moverse, el arte, sin perder un ápice su poder representativo y mediador de realidades, se ha visto sobresaltado por una infinidad de nuevos registros con los que poder operar. Así, las herejías, las funcionalidades operativas entre ámbitos distintos de realidad, se han visto multiplicadas exponencialmente: reproductibilidad de la imagen, apropiacionismo de imágenes, digitalización, manufacturación, virtualidad de la imagen. Y con todo ello, no solo el ‘fin’ sino también el ‘medio’ se ha visto sobrepasado de tal manera que incluso a veces el arte se queda en la teorización del medio sin encontrar, a modo de lenguaje artístico propio, una salida: fotografía, cine, video, internet, etc.
Como se ve, las combinaciones entre realidades, medios y fines son casi infinitas, consiguiendo que cada imagen sea una radical herejía. Pero, como era de esperar, no es todo tan fácil. La misión mediadora del arte se torna con todo este andamiaje conceptual más compleja y difusa. Hoy en día, hay pocos artistas que sepan colocarse en el espacio abierto de dos realidades y disponerse a representar una relación y un diálogo
Pedro Meyer, sin duda, es uno de ellos. Sabedor de todas estas nuevas referencias con las que el arte opera en la actualidad, no ha dudado en titular al proyecto expositivo que le ha llevado a recorrer diferentes países como ‘Herejías’. Porque, ¿qué otras cosas son sus imágenes sino puras herejías?, ¿qué consiguen sino poner entre paréntesis la seguridad ‘real’ de un dato para recomponerlo, deconstruirlo o virtualizarlo?
Un dólar será siempre un dólar, pero la efigie del Ché en él nos hace distorsionar una realidad y modularla según otros parámetros. Un coche antiguo y desvencijado, puede no ser otra cosa que eso, pero en la imagen recompositiva de la fotografía se nos muestra en todo su esplendor de belleza desgastada. Un enano rodeado de putas nos hace situarnos, en esa mezcla de patetismo humorístico, en un mundo diferente, quizá mas humano, quizá mas sensible, quizá también mas árido, pero, sea como fuere, radicalmente otro.
Y, brotando de ese espacio ‘ontológico’ de realidades que dialogan, un fino humor lo cubre todo. Un humor a veces mordaz, otras irónico, pero que en todas y cada una de sus imágenes permite el diálogo prometido entre realidades ajenas. Que la herejía surja del humor puede ser paradójico, pero es la manera de no tensionar y que todo salga por los aires.
Historia, tiempo pasado y presente; todo se mezcla abriendo espacios de libertad y obligándonos a hacer preguntas. Sus imágenes cuestionan de manera consistente, pero también permiten la relación, los límites entre la verdad, la ficción y la realidad. Pero es que no es solo eso; es que afirmando que toda fotografía, manipulada digitalmente o no, refleja veracidad y ficción en idénticas dosis, desplazó la relación realidad/ficción hasta entonces sostenida por muchos fotógrafos no tardando, como era d esperar en ser calificado, y con toda razón, como hereje.
Y este desplazamiento de la veracidad, supone más de lo que se cree: porque si esto es así, la credibilidad necesita también de un nuevo ámbito. Ya no puede venir de la imagen misma, por supuesto. Ahora depende del mismo fotógrafo, de la fiabilidad de su obra, del medio de difusión, de las estructuras de la información. Esto Meyer también lo supo anticipar: "En la era de la fotografía digital, la credibilidad ya no radicará en la fotografía misma, sino en el autor de la foto y en el medio de difusión."
Así pues, sus imágenes permiten el diálogo de igual a igual con realidades diferentes donde juicios como veracidad o falsedad deben de ser pospuestos, incluso quizá eliminados, en virtud de una actualización de las posibilidades, en forma de herejías, del arte actual. Conseguirlo y no quedarse en la candidez de imágenes emotivas, reales, o incluso bellas, es el radical logro de la ingente obra de Pedro Meyer.
Y es que la herejía no es sino la estructuración mediadora entre dos realidades de una manera diferente a lo estipulado de ordinario. Así, la más común de las herejías, la religiosa, no es otra cosa que la teorización de una relación entre la realidad humana y la trascendental que no cumple los requisitos institucionalizados.
A partir de esta definición y considerando la asunción de multitud de realidades que han tenido lugar en los últimos tiempos, no es de extrañar que la estructuración entre todas ellas haya sido lugar común de teóricos venidos de diferentes ámbitos. Con todo, es el arte, con su poder como creador de imágenes y de representaciones, el lugar donde esta mediación ha encontrado el acomodo perfecto. De ahí también que el arte, en cierto sentido, no sea otra cosa que herejías en continúo movimiento.
Porque, tan pronto como una imagen crea la síntesis mediadora entre realidad e idealidad requerida, el arte mismo, su necesidad, se trasciende a si mismo en busca de otras maneras de adecuación. Quizá la historia del arte no sea otra cosa que el intento desesperado de crear la imagen que cada sociedad está dispuesta a representar como herejía de su tiempo.
Digo esto porque, incluso retrotrayéndonos a Altamira, el proceder es siempre el mismo: el poder del arte crea la imagen nunca antes aparecida que consigue vincular dos realidades esenciales para el hombre. En este caso, los dibujos de mamuts, no son solo mamuts: son el objeto en el que el hombre primitivo ponía toda su vida, ya que él era su sustento, y, representándolo, le otorgaba otra realidad, una realidad sagrada y totémica, debido a ese carácter de mediador entre la vida y la muerte que el mamut tenía.
En su carácter de representación y mediador de realidades la imagen se convierte en arte. En su carácter de novedad, la imagen se torna sacrílega y herética.
Pero si a lo largo de los siglos las realidades, a pesar de devenir en complejidad, no han sido, en resumidas cuentas, mas que dos (la física y natural, y la trascendente), en los últimos tiempos, como ya hemos indicado, las realidades se han ido sucediendo una detrás de otra.
Esta proliferación se debe principalmente a dos causas: el sujeto ilustrado y autónomo, y el protagonismo que ha tomado la tecnología. La génesis de cada una de ellas nos llevaría por un recorrido por las herencias ilustradas y modernas que han devenido en los últimos lustros en una teorización del momento histórico como postmoderno.
Lo real, transgredido por un acopio incesante de imágenes tecnológicas, devino en lo digital y de allí, con la ampliación de las relaciones humanas en la nueva estructura del ciberespacio, pasó a la realidad virtual. Por otro lado, esa misma realidad física, pero ahora bombardeada por un flujo incesante de información acerca de cualquier dato, se convirtió, merced a los mass media, en una hiperrealidad tan incesante con inestable: cualquier acontecimiento real está mediado, e incluso debe su existencia, a la repercusión informativa que pueda llegar a tener, de ahí que la información sea la que mediatice lo real y que, de esta manera, cualquier acontecimiento devenga su propio simulacro merced a estas relaciones de sobre saturación informativa.
La complejidad del mundo actual se debe a las relaciones que se producen entre ámbitos diferentes de estas realidades, entendidas de una manera complementaria, las unas de las otras, más que opuestas.
Por tanto, si las relaciones se han convertido en un entramado por el que resulta difícil moverse, el arte, sin perder un ápice su poder representativo y mediador de realidades, se ha visto sobresaltado por una infinidad de nuevos registros con los que poder operar. Así, las herejías, las funcionalidades operativas entre ámbitos distintos de realidad, se han visto multiplicadas exponencialmente: reproductibilidad de la imagen, apropiacionismo de imágenes, digitalización, manufacturación, virtualidad de la imagen. Y con todo ello, no solo el ‘fin’ sino también el ‘medio’ se ha visto sobrepasado de tal manera que incluso a veces el arte se queda en la teorización del medio sin encontrar, a modo de lenguaje artístico propio, una salida: fotografía, cine, video, internet, etc.
Como se ve, las combinaciones entre realidades, medios y fines son casi infinitas, consiguiendo que cada imagen sea una radical herejía. Pero, como era de esperar, no es todo tan fácil. La misión mediadora del arte se torna con todo este andamiaje conceptual más compleja y difusa. Hoy en día, hay pocos artistas que sepan colocarse en el espacio abierto de dos realidades y disponerse a representar una relación y un diálogo
Pedro Meyer, sin duda, es uno de ellos. Sabedor de todas estas nuevas referencias con las que el arte opera en la actualidad, no ha dudado en titular al proyecto expositivo que le ha llevado a recorrer diferentes países como ‘Herejías’. Porque, ¿qué otras cosas son sus imágenes sino puras herejías?, ¿qué consiguen sino poner entre paréntesis la seguridad ‘real’ de un dato para recomponerlo, deconstruirlo o virtualizarlo?
Un dólar será siempre un dólar, pero la efigie del Ché en él nos hace distorsionar una realidad y modularla según otros parámetros. Un coche antiguo y desvencijado, puede no ser otra cosa que eso, pero en la imagen recompositiva de la fotografía se nos muestra en todo su esplendor de belleza desgastada. Un enano rodeado de putas nos hace situarnos, en esa mezcla de patetismo humorístico, en un mundo diferente, quizá mas humano, quizá mas sensible, quizá también mas árido, pero, sea como fuere, radicalmente otro.
Y, brotando de ese espacio ‘ontológico’ de realidades que dialogan, un fino humor lo cubre todo. Un humor a veces mordaz, otras irónico, pero que en todas y cada una de sus imágenes permite el diálogo prometido entre realidades ajenas. Que la herejía surja del humor puede ser paradójico, pero es la manera de no tensionar y que todo salga por los aires.
Historia, tiempo pasado y presente; todo se mezcla abriendo espacios de libertad y obligándonos a hacer preguntas. Sus imágenes cuestionan de manera consistente, pero también permiten la relación, los límites entre la verdad, la ficción y la realidad. Pero es que no es solo eso; es que afirmando que toda fotografía, manipulada digitalmente o no, refleja veracidad y ficción en idénticas dosis, desplazó la relación realidad/ficción hasta entonces sostenida por muchos fotógrafos no tardando, como era d esperar en ser calificado, y con toda razón, como hereje.
Y este desplazamiento de la veracidad, supone más de lo que se cree: porque si esto es así, la credibilidad necesita también de un nuevo ámbito. Ya no puede venir de la imagen misma, por supuesto. Ahora depende del mismo fotógrafo, de la fiabilidad de su obra, del medio de difusión, de las estructuras de la información. Esto Meyer también lo supo anticipar: "En la era de la fotografía digital, la credibilidad ya no radicará en la fotografía misma, sino en el autor de la foto y en el medio de difusión."
Así pues, sus imágenes permiten el diálogo de igual a igual con realidades diferentes donde juicios como veracidad o falsedad deben de ser pospuestos, incluso quizá eliminados, en virtud de una actualización de las posibilidades, en forma de herejías, del arte actual. Conseguirlo y no quedarse en la candidez de imágenes emotivas, reales, o incluso bellas, es el radical logro de la ingente obra de Pedro Meyer.
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