CLARE WOODS: CEMETERY BENDS
PILAR PARRA & ROMERO: 26/03/09-16/05/09
El ejercicio estilístico de Clare Woods propuesto en esta exposición se sitúa en el ámbito, tan querido a la tradición inglesa, del paisaje. El paisaje, la naturaleza: aquello que hay que dominar pero también con lo que deleitarse, se nos aparece desde siempre como el lugar “mágico” para experimentar lo sublime. Sin embargo, los ingleses, siempre con su ramalazo pragmático, optan por la vertiente de lo pintoresco más que por lo sublime, aquello que se escapa a los sentidos y puede llegar a aterrar. Así, en un primer golpe de vista, las obras expuestas nos remiten a Turner y Constable, es decir, más a lo plácido de la contemplación que a su dramaturgia desgarrada.
Clare Woods recoge el testigo de su propia tradición y nos muestra una naturaleza caleidoscópica pero inherente, donde cabe más el aspecto formal que la locura dramatizada del espíritu romántico, una naturaleza, a fin de cuentas, plana. Sabedora de esta dialéctica de la naturaleza objetuada, su intento de enfatizar el aspecto formal y objetual de su obra nos desvincula ya del todo de pasados mejores. Es decir, no propone ni siquiera un diálogo bucólico, sino plantear lo objetual del paisaje en el presente.
Es entonces cuando la importancia en la estructura del cuadro se acentúa y donde su apuesta técnica gana puntos. Porque es en la elección que ella hace de realizar sus obras con lacas sobre la que añade alguna pincelada de óleo donde radica gran parte de su valor y originalidad.
La superficie pulida de la laca dialoga con las más mates del óleo recalcando al mismo tiempo lo fractal y compartimentado de cada zona. La naturaleza resultante se nos da por tanto como fraccionada, no como un todo en el que opera lo matérico de la profundidad conjugado con los matices lumínicos de color. Una naturaleza, en resumidas cuentas, más escultórica que paisajista donde lo exuberante de lo indeterminado gana al detalle concreto del paisaje.
Pero, en esa apuesta por lo plano y bien pulido de la superficie pictórica , más que haber logrado una originalidad en el trato, queremos ver también una toma de posición respecto a lo que puede ser entendido por naturaleza hoy en día. Porque, lo plano de sus composiciones, que buscan más el vibrar entre zonas bien delimitadas del cuadro que en intentar trasmitir algo “sublime” al espectador, hay también algo de atracción y de repulsión, una ambivalencia propia de la modernidad tardía que no sabe si atreverse a soñar o celebrar su completa renuncia.
El título de la exposición nos puede dar también alguna pista. Hoy la naturaleza se encuentra en lo excluido, en lo limítrofe, en lo fronterizo del recodo y en aquello que ya no se está dispuesto a franquear nunca más. Es el lodazal, el suburbio; donde, en palabras de la artista, “alguien puede ser concebido y de igual manera ser exterminado”.
La pregunta es entonces única: ¿qué es la naturaleza hoy en día? Asilvestrada en esos pozos de negrura a los que antes no hemos referido, la naturaleza puede llegar a no existir. Nuestro saber acerca de ella es proporcional a los dramatismos apocalípticos del gurú de turno del neoecologismo ecumenal. De esta manera, la naturaleza se nos muestra como una pantalla abstracta a la que le conviene ser dominada, cuidada, explotada o mimada según dicte la moda del momento.
PILAR PARRA & ROMERO: 26/03/09-16/05/09
El ejercicio estilístico de Clare Woods propuesto en esta exposición se sitúa en el ámbito, tan querido a la tradición inglesa, del paisaje. El paisaje, la naturaleza: aquello que hay que dominar pero también con lo que deleitarse, se nos aparece desde siempre como el lugar “mágico” para experimentar lo sublime. Sin embargo, los ingleses, siempre con su ramalazo pragmático, optan por la vertiente de lo pintoresco más que por lo sublime, aquello que se escapa a los sentidos y puede llegar a aterrar. Así, en un primer golpe de vista, las obras expuestas nos remiten a Turner y Constable, es decir, más a lo plácido de la contemplación que a su dramaturgia desgarrada.
Clare Woods recoge el testigo de su propia tradición y nos muestra una naturaleza caleidoscópica pero inherente, donde cabe más el aspecto formal que la locura dramatizada del espíritu romántico, una naturaleza, a fin de cuentas, plana. Sabedora de esta dialéctica de la naturaleza objetuada, su intento de enfatizar el aspecto formal y objetual de su obra nos desvincula ya del todo de pasados mejores. Es decir, no propone ni siquiera un diálogo bucólico, sino plantear lo objetual del paisaje en el presente.
Es entonces cuando la importancia en la estructura del cuadro se acentúa y donde su apuesta técnica gana puntos. Porque es en la elección que ella hace de realizar sus obras con lacas sobre la que añade alguna pincelada de óleo donde radica gran parte de su valor y originalidad.
La superficie pulida de la laca dialoga con las más mates del óleo recalcando al mismo tiempo lo fractal y compartimentado de cada zona. La naturaleza resultante se nos da por tanto como fraccionada, no como un todo en el que opera lo matérico de la profundidad conjugado con los matices lumínicos de color. Una naturaleza, en resumidas cuentas, más escultórica que paisajista donde lo exuberante de lo indeterminado gana al detalle concreto del paisaje.
Pero, en esa apuesta por lo plano y bien pulido de la superficie pictórica , más que haber logrado una originalidad en el trato, queremos ver también una toma de posición respecto a lo que puede ser entendido por naturaleza hoy en día. Porque, lo plano de sus composiciones, que buscan más el vibrar entre zonas bien delimitadas del cuadro que en intentar trasmitir algo “sublime” al espectador, hay también algo de atracción y de repulsión, una ambivalencia propia de la modernidad tardía que no sabe si atreverse a soñar o celebrar su completa renuncia.
El título de la exposición nos puede dar también alguna pista. Hoy la naturaleza se encuentra en lo excluido, en lo limítrofe, en lo fronterizo del recodo y en aquello que ya no se está dispuesto a franquear nunca más. Es el lodazal, el suburbio; donde, en palabras de la artista, “alguien puede ser concebido y de igual manera ser exterminado”.
La pregunta es entonces única: ¿qué es la naturaleza hoy en día? Asilvestrada en esos pozos de negrura a los que antes no hemos referido, la naturaleza puede llegar a no existir. Nuestro saber acerca de ella es proporcional a los dramatismos apocalípticos del gurú de turno del neoecologismo ecumenal. De esta manera, la naturaleza se nos muestra como una pantalla abstracta a la que le conviene ser dominada, cuidada, explotada o mimada según dicte la moda del momento.
Desnuda de encanto, desprovista de cualquier cosa que se parezca a lo pintoresco, impotente a la hora de despertar en nosotros sentimiento alguno de sublimidad, la naturaleza duerme el sueño de no valernos ni para escenificar su propio derrumbe.
Recordemos que, para Kant, lo sublime se define como “lo que, sólo porque se lo puede pensar, demuestra una facultad del espíritu que supera toda medida de los sentidos”. Por tanto, fundamental en su teoría es comprender que lo sublime radica en el espectador y no en la cosa contemplada. Lo sublime es la idea que hay en nosotros de permitirnos el lujo de imaginar la catástrofe.
Antaño, era la naturaleza, subyugante y misteriosa, la que ejercía ese poder sobre el pobre sujeto romántico. Hoy en día, la naturaleza puede tener cualquier poder, excepto ese. Asentados en el mundo esquizofrénico del instante, todo, absolutamente todo, nos excede en la tragedia de ni siquiera poder imaginar un futuro. Todo, por tanto, es sublime al hacernos remitir a la catástrofe de nuestro propio tiempo: el de estar desquiciado en su absoluta inmediatez.
Así, la pantalla lacada del paisaje propuesto por Woods muestra lo sublime de nuestro tiempo: nuestro propio terror a ser confinados a la pantalla donde ni siquiera cabe imaginar ningún futuro ni ningún mal porque todos pueden ser efectivos a corto plazo,
¿No será que no es su derrumbe, el de la naturaleza, lo que se platea sino el nuestro propio?, ¿No será que lo sublime se ha desplazado a la existencia esquizoide del sujeto postmoderno? ¿No será que la naturaleza devuelve nuestra propia imagen invertida, nuestra propia pantalla lacada?
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