JUERGEN TELLER: “CALVES & THIGHS”
SALA DE EXPOSICIONES ALCALÁ 31: hasta el 19 de Septiembre
SALA DE EXPOSICIONES ALCALÁ 31: hasta el 19 de Septiembre
(artículo original en 'arte10.com':
http://www.arte10.com/noticias/index.php?id=373)
Walter Benjamin, en su ‘Pequeña historia de la fotografía’, deja apuntadas dos sentencias que, en el correr de casi un siglo, parecen haber definido el hilo conductor que ha seguido la fotografía para lograr, por fin, instalarse entre las artes.
Si en una de ellas, al hablar de las posibilidades futuras de la fotografía, apunta que “para la fotografía la renuncia a lo humano es la más irrealizable de todas”, en la otra hace remitir esta esencia retratista de la fotografía a una imperiosa necesidad de escenificación artificiosa: “ es un hecho que hay que ‘construir algo’, algo ‘artificial’, ‘fabricado’”. Y es que, siendo como es imposible para la fotografía captar la realidad funcional en que han caído unas relaciones sociales totalmente cosificadas, solo el artificio y lo prefabricado puede lograr camuflar la mentira sobre la que, en cuanto imposible réplica de la realidad, se asienta la fotografía.
Tanto es así que muy poco margen deja a la vertiente creativa de la fotografía: “en la fotografía lo creativo es su sumisión a la moda. ‘El mundo es bello’: éste es precisamente su lema”.
Tirar de estas proposiciones para ver reflejadas en ellas las estrategias, hartamente conceptualistas, de la fotografía de al menos los últimos treinta años es seguir la pista a un arte que ha logrado dejar atrás su relación ambigua con el conjunto total de lo artístico. Problematizar la imagen, hacer de ella un eslabón más en el proceso de estratificación en que toda imagen ha quedado sedimentada, tensionar las relaciones entre original y copia, son solo algunas de las más comunes estrategias de una fotografía que sabía que su camino era desasirse de lo caricaturesco, lo glamuroso y lo artificial para recaer así de lleno en el propio concepto de arte.
La obra de Juergen Teller sigue al pie de la letra estas breves aclaraciones del porqué de la elevación de lo fotográfico a culmen de lo artístico postmoderno. Trabajando en lo que pudiera entenderé como ‘el gran otro’ de la fotografía artística, el reportaje de moda, Teller se propuso desde un principio desmontar los andamiajes que sustentaban lo anodino de una práctica que tenía en lo artificial y lo glamuroso el enmascaramiento perfecto para seguir atrincherado en su siestenate beneplácito. Representado un mundo lejano y atrofiadamente fantasioso, la pulcritud escénica de los reportajes de moda remitía a mundos hieráticos, fríos, donde la personalidad del figurante era reducida a cero.
Walter Benjamin, en su ‘Pequeña historia de la fotografía’, deja apuntadas dos sentencias que, en el correr de casi un siglo, parecen haber definido el hilo conductor que ha seguido la fotografía para lograr, por fin, instalarse entre las artes.
Si en una de ellas, al hablar de las posibilidades futuras de la fotografía, apunta que “para la fotografía la renuncia a lo humano es la más irrealizable de todas”, en la otra hace remitir esta esencia retratista de la fotografía a una imperiosa necesidad de escenificación artificiosa: “ es un hecho que hay que ‘construir algo’, algo ‘artificial’, ‘fabricado’”. Y es que, siendo como es imposible para la fotografía captar la realidad funcional en que han caído unas relaciones sociales totalmente cosificadas, solo el artificio y lo prefabricado puede lograr camuflar la mentira sobre la que, en cuanto imposible réplica de la realidad, se asienta la fotografía.
Tanto es así que muy poco margen deja a la vertiente creativa de la fotografía: “en la fotografía lo creativo es su sumisión a la moda. ‘El mundo es bello’: éste es precisamente su lema”.
Tirar de estas proposiciones para ver reflejadas en ellas las estrategias, hartamente conceptualistas, de la fotografía de al menos los últimos treinta años es seguir la pista a un arte que ha logrado dejar atrás su relación ambigua con el conjunto total de lo artístico. Problematizar la imagen, hacer de ella un eslabón más en el proceso de estratificación en que toda imagen ha quedado sedimentada, tensionar las relaciones entre original y copia, son solo algunas de las más comunes estrategias de una fotografía que sabía que su camino era desasirse de lo caricaturesco, lo glamuroso y lo artificial para recaer así de lleno en el propio concepto de arte.
La obra de Juergen Teller sigue al pie de la letra estas breves aclaraciones del porqué de la elevación de lo fotográfico a culmen de lo artístico postmoderno. Trabajando en lo que pudiera entenderé como ‘el gran otro’ de la fotografía artística, el reportaje de moda, Teller se propuso desde un principio desmontar los andamiajes que sustentaban lo anodino de una práctica que tenía en lo artificial y lo glamuroso el enmascaramiento perfecto para seguir atrincherado en su siestenate beneplácito. Representado un mundo lejano y atrofiadamente fantasioso, la pulcritud escénica de los reportajes de moda remitía a mundos hieráticos, fríos, donde la personalidad del figurante era reducida a cero.
Teller, contraviniendo lo que pudieran ser los parámetros preestablecidos de los dossieres de moda, dota a sus fotografías de un desacostumbrado impulso vital donde la belleza es hecha carne en el sentido más literal de la palabra, donde la sofisticación se retuerce en perversidad, y donde el modelo se erige en protagonista único de unos mundos ya nunca más amanerados en lo inexpresivo de una hipersofisticación.
En su trabajo, los retratos de modelos y las obras de carácter más autobiográfico forman un todo donde una parte remite a la otra en igual de condiciones. Porque para él el retrato, lo humano, es el eje discursivo de su obra. Así, la escena no subsume al modelo, sino que éste, una top-model o él mismo, se expresan como tales en torno a una historia que el espectador tiene el lujo de poder compartir. En sus fotografías es la vida la que aletea y, como en ella, multitud de registros vienen a superponerse: la belleza y el poder, la familia, el sexo, la perversión y el deseo, lo impúdico y el amor.
Y es que, sabiendo que todo ha caído ya del lado de la más pura obscenidad, Teller se negó a seguir la senda impuesta por un mercado melifluo y cuyo glamur rayaba ya en lo decadente, e impuso su propia lógica de la imagen mediante una vuelta de tuerca a la extrema barroquización de la imagen postmoderna.
Si como decía Jose Luis Brea en uno de sus ensayos sobre el efecto barroco en la postmodernidad, “el espacio de la representación deviene máquina que se autoproduce”, reduciendo así la alegoría a cero y cerrando el pliegue de la representación en un perpetuo autoproducirse en la mismidad del simulacro, Teller se empeña en volverlo a abrir de la única manera en que hoy en día puede hacerse: apostando por la escenificación obscena, por un feísmo que desconecte la frialdad de la mercancía, por soñar nuevas historias en escenarios desangeladamente ampulosos o en elevar la chamuscada cotidianeidad a nueva categoría de lo real merced a una intimidad tan simple como mágica.
Con todo, si la fotografía de Teller tiene la capacidad de asombrar, su mayor valor está en la potencialidad, rara vez encontrada en la fotografía actual, que tienen sus imágenes para abrir el debate en torno a la representación.
Porque si el conjunto de su obra puede calificarse, gracias a una evasión herética de los cánones de la fotografía que permiten adentrarse en terrenos de lo vivencial hasta entonces inexplorados, como el gesto necesario para dotar de aura a lo que ya de ninguna manera lo tiene (¿no sería esa la táctica empleada en la famosa foto de Victoria Beckham dentro de una bolsa de Marc Jacobs?, ¿no se trata ahí de hacer invisible lo más visible?, ¿no se trataría de recomponer el aura, esta vez como nuevo régimen panóptico delo invisible, en aquello que ya no lo tiene?), la negatividad del propio arte emana de todas y cada una de sus imágenes.
Es decir, y para decirlo también con Benjamin, ¿no sería la obra de Teller ejercicios relacionados con “la creciente importancia de las masas hoy en día” y con la “necesidad de adueñarse del objeto en la máxima proximidad de la imagen, o mejor dicho, en la copia, en la reproducción”? Obviamente, que la mercancía haya de efectuar nuevos movimientos auráticos en cuanto al régimen escópico que necesitan para su consumo en masa es la senda que recorre el propio Teller en la negatividad de su propio concepto de arte. Pero no nos engañemos: esa y no otra es la misión del arte. Hacer de la mercancía-Beckham una imagen invisible y que así sea consumida en masa es algo que solo al arte está reservado poder hacer: jugar a dos bandas, transformar las relaciones del capital para luego caer en la cuenta en que se le ha facilitado el trabajo. Esa y no otra es la negatividad de un arte al que le queda mucho para su muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario