‘JUGADA A TRES BANDAS’
VARIAS GALERÍAS: 02/04/11-30/04/11
No creemos estar confundidos al decir que un evento como este, además de ser absolutamente necesario, se veía venir de lejos. Y no me refiero ya al hecho de que sea una idea importada de otras ciudades, sino que ya en los últimos años se ha podido constatar una necesidad de las propias galerías madrileñas a replantearse la situación expositiva en algunas líneas maestras.
No me estoy refiriendo a la dinámica comercial –que eso imagino cada uno sabe bien lo que hacer- sino al propio dispositivo ‘exposición’ como lugar preeminente –y casi único- de visibilidad para el arte. En este sentido, y ahí ahondamos en nuestra particular loa al ‘creer no estar confundidos’, si uno hecha un poco la vista atrás –tan solo un año- no deja de sorprenderse, gratamente eso sí, de que dos de las mejores exposiciones que se pudieron ver el año pasado en Madrid fuesen sendos ejercicios de comisariado. Me refiero sin duda alguna a la exposición Huis Clos de la Galería Elba Benítez –comisariada en este caso por Magali Arriola-, y a The pipe and the flow en Espacio Mínimo –esta comisariada por Omar Lopez-Chahoud. Incluso, recuerdo ahora más claramente, Travesía 4 y Pilar Parra & Romero también realizaron ejercicios de comisariado nada desdeñables.
Sea como fuere, lo que sí que está claro es que nada sucede porque sí. Que el arte tenga necesidad de otros modos de exposición, que haya que aunar fuerzas, que conceptualizar antes de mostrar, es la imagen invertida que nos devuelve el espejo de la banalización y la espectacularización en que parece haber encallado todo discurso sobre el arte.
Pero es que, claro está, los efectos son siempre perversos: cuanto más parece haberse desactivado la ‘profundidad’ con que opera el arte, éste, en su efectiva destinación, toma cualquier operador –en este caso la denostada y condenada al silencio mediático ‘galería de arte’- y la pone de nuevo en órbita para que la cosa coja algún aliento dialéctico de más.
No creemos que sea este el lugar más indicado para entrar a debatir los rasgos estructurales del arte o de la estética, pero si la dualidad autonomía/praxis vital se ha desvelado por fin como ilusoria y profundamente ideológica, al tiempo que incapaz de resolver problema alguno, es ahora cuando –olvidándose de efectos de desartización, pero riéndose también a carcajadas de la mercadotecnia publicitaria en que él mismo cae- el arte ha de optar por un cambio de registro, por una vuelta de tuerca que obture hacia, como diría Rancière, un disenso en las prácticas dotadas de visibilidad.
Y creo que es esto lo que está en juego pero, y esto es lo sorprendente, no porque nos empeñemos –se empeñen-, no porque los galeristas se hayan, como quien dice, atado los machos y hayan dado el todo por el todo con una jugada –¡esta sí que sería a tres bandas!- para salir momentáneamente de la crisis y tomar algo de visibilidad prestada. Sino que, como decimos, es lo que está en juego porque el arte es precisamente eso: romper, rasgar, descentrar, redistribuir y repartir. El juego de la visibilidad y de la exhibición es aquí fundamental y, aupado como está el arte en lo fastuoso del turismo cultureta y en el musealización como primera necesidad a la hora de captar dividendos, son pequeños gestos como el que nos ocupa realizados desde dentro del arte los que han de postularse sin miedo –¡pues es imposible fracasar!- no ya como contrarréplica al inamovible sistema-arte, sino como ejercicio sincero y radical contra el actual régimen de lo dado.
Se me dirá que no es para tanto, que la cosa no es tan así, que se trata de un evento en unas cuantas galerías –y no las más consagradas- en una urbe que a duras penas soporta el tirón de la ilusoria globalización que, pese a quien pese, sigue teniendo sus cuatro o cinco centros neurálgicos no existiendo nada más que el páramo glacial fuera de ellos. Pero justo por eso: justo por su cándidez, por la impotencia en que quedará todo de nuevo cifrado una vez hayan pasado unos días, por la, en una palabra y pese a su rotundo éxito, destinación al fracaso, es por lo que eventos así pueden ser significados como radicalmente importantes dentro del actual régimen de mercantilización y exhibición.
Y es que, y se me permitirá decirlo, que uno deambule por la ciudad, que coja su tiempo –incluso, y por lo menos es mi caso, lo robe de algún otro sitio-, que se esfuerce en mirar y comprender, en enfrentarse a modos de exhibición y producción diferentes, a artistas con escasa visibilidad, son experiencias artísticas que incluso para el asiduo visitante de galerías son muchas veces echadas en falta. Es decir, no es que eventos como este tengan que venir a suplantar a la neurosis esquizoide del bienalismo ni a la catatonia arítmica en que el turista medio entra después de enfrentarse a alguna exposición de arte en su periplo veraniego; no es tampoco que la figura del comisario deba descender del púlpito en el que a veces parece estar elevado; no es, por último, que exposiciones echas para inflar datos de ventas de entradas tengan que ser eliminadas de los planes expositivos del museo ni que los ‘collective shows’ de las galerías de arte deban ser barridos del mapa.
Pero sí que es necesario al menos poner en claro que otra manera de hacer las cosas también es posible, que puede existir una sinergia muy positiva entre artista, galería y comisario, y que el público puede acercarse a ver la exposición comprometiéndose libremente en el rango y medida que desee, sin necesidad de hacer caso a los meapilas caretos del telediario, ni a las guías estandarizadas que sentencian ‘lo que hay que ver’ y a ‘quién hay que ver’
Sin ánimo ninguno de exhaustividad ni de querer realizar una aguda crítica de lo visto -creo que la necesidad del evento en sí mismo es lo que debe ser destacado-, si que voy a destacar algunas obras que en general hasta finales de abril pueden verse en las diferentes galerías participantes.
En Aranapoveda destaca la instalación construida a base de diapositivas recogidas en Nueva Orleans tras la catástrofe de Will Steacy; en Blanca Soto, Gastón Persico y sus retratos poliédricos en forma de notas y documentos dejados en el suelo; la soledad del trampolín de Julia Fullerton-Battan en Camara Oscura; la siempre perturbación que supone la simpleza de Claire Harvey Nicolás Paris y la instalación de en Maisterravalbuena; en Raquel Ponce las esculturas maquínicas de Luc Mattenberger; las fotografías hieráticas de Veronika Márquez y la autobiografía extrema de Jana Leo en Rita Castellote; en Travesía 4 la naturaleza poderosa y extraña, fantasmal y artificial de Carlos Irijalba.
En definitiva una propuesta necesaria en su planteamiento y brillante en su ejecución, que esperemos tenga largo recorrido en un panorama, el artístico madrileño, que parece que tener más ganas que medios y más propuestas que dinero. Esperemos, para segur el juego, que esta carambola enlace con otras.
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