SERGIO PREGO:
GALERÍA SOLEDAD LORENZO: 01/12/11-14/01/12
Por tercera vez en apenas poco más de un año, la Galería Soledad Lorenzo nos brinda la oportunidad de contemplar in situ los logros alcanzados en aquel experimento a tres bandas que supuso el Primer Proforma 2010 llevado a cabo en el MUSAC por tres pesos pesados del panorama patrio: Txomin Badiola, Jon Mikel Euba y Sergio Prego. Como si de un pozo sin fondo se tratara, Soledad Lorenzo deja bien a las claras que el entendimiento entre las instituciones es tan bueno que, si de continuo se da trasbase de la galería al museo, también puede suceder lo contrario.
No obstante la con-celebración de tales eventos, recuerdo con simpatía (y admiración!!) cómo a raíz de la primera exposición ‘temática’ sobre el Proforma se oyeron voces que, si bien celebraban la posibilidad de dar cuenta de lo que se pudo hacer en aquel laboratorio experimental, también dejaban claro –a modo de alta teoría- que el contenedor es tan importante como el contenido y que ‘encerrar’ en una galería situaciones y obras específicas del Proforma era negar precisamente la idea madre desde la cual partió el querer encerrarse en una sala del MUSAC durante unos meses.
Pero bueno, parece que eso ya pasó y que ahora, en tiempo de crisis, bien vale dejarse de zarandajas y aplaudirnos todos mutuamente para no poner más piedras a unas ruedas ya de por sí bastante renqueantes.
Sea como fuere, no vamos nosotros a ser menos y no vamos a aguarnos la fiesta. Porque claro, está dabuten que después de trabajar de forma extensa sobre una serie de trabajos con estructuras neumáticas en el mencionado Proforma, después también de presentar en la Art Basel del 2009 una instalación que consistía en un cilindro neumático en forma de corredor de 2,5 m de diámetro y 120 m de largo, venga ahora a su galería a presentarnos la obra en versión site-specific (40 m x 16 m) para el propio espacio de la galería.
Los parámetros teóricos sobre los que se mueve la obra son esencialmente los mismos, si bien cabría un comentario –no nos resistimos- que aunque muy tímidamente apuntado (y no siendo su principal preocupación) si que pareciera pertinente: y es que no es lo mismo la actividad artística que surge dentro de la institución-museo (por muy amable y muy por la labor que ésta se muestre), en la institución-feria (o casi sería mejor decir en la marca-Basel), que llevarla a cabo dentro de las cuatro paredes de una galería.
Quizá sea una deformación profesional –y sobre todo formacional- ésta de querer sospechar de todo, pero quizá sea también que solo haciendo gala de una (in)creencia manifiesta en aquello que parece querer quedar atrincherado en su mero aparecer-como-arte, puede uno escrutar los destinos de una práctica –la artística- cada vez más renuente a ser investigada.
Si el arte trabaja siempre en sus límites, es en este caso que tal proposición es algo más que una abstracción genérica: la galería queda desbordada, la obra no tiene más remedio que amoldarse a la forma contenedor de quien le da cabida. Como si de una segunda piel se tratara, la escultura neumática se pega a las paredes de la galería para dejar constancia de una paradoja nunca resuelta: la que anuda indisolublemente la obra de arte con el que pareciera ser su lugar natural, la galería.
Si el museo la decapita, ¿es la galería un trampolín de lanzamiento o simplemente el primer acto de coartada y falsificación del peaje que ha de pagar la forma artística para devenir visible? La paradoja no puede escapar a nadie: si Sergio Prego nos brinda la oportunidad de la experiencia estética de la desorientación postmoderna del sujeto, si alude a cartografías mudas y a flujos libidinales multidireccionales que atrofian nuestro sentido de la realidad para convertirla en virtual, solo puede ésta llevarse a cabo dentro de una institución que, como la galería, nos oriente en nuestro mirar, nos eduque en nuestro deambular fantasmal y nos diga –nos imponga-que, esto sí, ha de ser visto y experimentado.
Si Ortega decía que filosofar era orientarse en el pensamiento, si Prego nos brinda la posibilidad de la experiencia de sabernos perdidos en nuestra existencia perceptual, apenas salimos de la gran membrana constatamos que nada es del todo así, que disponemos de las estructuras contextuales que dirigen nuestra mirada y nuestros pasos.
Quizá sea este el logro de Prego y el de Soledad Lorenzo: saber que solo de la contradicción se vive, que solo la contradicción nos apela y que, además, no hay solución posible. Contradicción entre la materialidad de la membrana y lo abstracto de la visión, entre un contenedor limitado y un contenido extralimitado, entre un contenedor que dicta sus convenciones y un contenido llamado a (dis)torsionarlas.
En definitiva, es la experiencia del infrafino duchampiano aquello que surge de recorrer el vacío neumático de la escultura. Una desorientación en lo que orienta, un exterior que invade el interior sin tocarlo, una(s) arquitectura(s) limitadas en su interdependencia mutua. Y es que, aunque no haya posibilidad de borrar la membrana que separa lo ‘interior’ del arte de su ‘exterior’, nuestra destinación es intentarlo, una vez y siempre; borrar o difuminar desde la praxis las paradojas consustanciales a una producción como la artística llamada a promover nuestra emancipación.
Crítica anterior exposición de S. Prego en Soledad Lorenzo (02/2009):
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