SERGIO PREGO: 'MÓDULOS'
GALERÍA SOLEDAD LORENZO (22/01/09-7/03/09)
Si para Ortega el filósofo sería aquel que nos enseña a orientarnos con el pensamiento, el artista, lejos de ser el que nos enseñaría a orientarnos con imágenes, no es sino quien nos ofrece orientaciones a modo de lugares a los que ya no se puede ir. Que muchas de ellas no sean otra cosa que tartamudeos del que quiere ponerse en marcha y no puede, es claro signo de un arte hecho para registrar la instantaneidad de un mundo acabado. O, como dice Virilio, para dar fe del mundo del tiempo acabado.
GALERÍA SOLEDAD LORENZO (22/01/09-7/03/09)
Si para Ortega el filósofo sería aquel que nos enseña a orientarnos con el pensamiento, el artista, lejos de ser el que nos enseñaría a orientarnos con imágenes, no es sino quien nos ofrece orientaciones a modo de lugares a los que ya no se puede ir. Que muchas de ellas no sean otra cosa que tartamudeos del que quiere ponerse en marcha y no puede, es claro signo de un arte hecho para registrar la instantaneidad de un mundo acabado. O, como dice Virilio, para dar fe del mundo del tiempo acabado.
Ni siquiera es que, a riego de no poder volver, la senda que haya que recorrer en la orientación sea difícil de transitar y valga mas la pena la seguridad de nuestra cotidianidad, sino que no hay orientación que valga ya que el espacio no es sino un rizoma ectoplasmático sin orografía ni relieve.
La hiperrealidad del mundo devenido virtual produce una desconexión perceptiva, una atrofia a nivel sensitivo y una parálisis inexcusable de encefalograma plano que hace inútil todo intento de orientación.
Todo parece moverse en este tiempo real del dato global, pero precisamente esa recursividad procesual es lo que, además de reificación y sublimación libidinal, produce ese amaneramiento y esa parálisis hipertrofiada. Todo a nuestro alrededor son presencias siempre presentes desjerarquizadas en la implosión de la imagen mediática a las que tenemos un acceso tan inmediato como fugaz.
La orientación se desfigura en una absoluta cotidianeidad de mismidades enajenadas y de juegos de mass medias sin referentes concretos en los que se hace imposible referirse a una conciencia subjetivadora mas que como aquello que irrumpe en el campo libidinal como mero deseo capitalizado y capitalista.
El cuerpo se aplana en el pliegue rizomático de un sujeto desiderativo que ha quedado a merced de la implosión de la imagen-fetiche vacía y de deseos siempre dados por buenos en la economía libidinal del tecnocapitalismo.
Todo cambio de perspectiva en el sistema entropomórfico nos ofrece lo mismo: densidades similares de energía desiderativa puesta al servicio de la estrategia unificadora de la hiperrealidad digitalizada y retransmitida en el ‘live’ global del espectáculo diario. La simetría es perfecta porque tanto da lo uno como lo otro. No hay lugar siquiera para la revelación de una imagen especular devuelta invertida en una repetición traumática. Ahora cada cosa coincide con la mismidad devuelta por el espejo que todo lo nivela.
El cuerpo, plano y unidimensional, se convierte en el lugar donde acontece la implosión, el choque de imágenes confrontadas con su mismidad hiperreal. Pero ya no hay ninguna referencialidad que incida en la herida traumática del sujeto. Contar con eso sería todavía dejarnos guiar.
Representar esta geografía, simétrica, autoreferenciada en cada punto a lo global indiferenciado, donde no cabe siquiera hablar de gravedad, es el intento que Sergio Prego ha intentado llevar a cabo en esta oportunidad. La dificultad de un desanclaje total de referencias de esta orografía desiderativa, convierte su intento en un verdadero salto al vacío donde la simpleza de un espacio desorientado podía quedar desvirtuada por cualquier intento de aprehensión intencional por parte del artista.
Sin embargo, la impecable sencillez de una escenografía desnuda de referencialidades, la geometría recursiva y simétrica del andamiaje y, sobre todo, la construcción de un espacio de gravedad cero y perspectiva indiferenciada, han conseguido dotar a la obra de todos los presupuestos conceptuales que se pretendían llevar a efecto.
Campo desmaterizalizado y afísico, donde las únicas líneas de fuerza son las que el mismo sujeto consigue hacer intersecar mediante su constituirse como bloque de deseo, el andamiaje por el que los dos cuerpos deambulan está desprovisto de cualquier tipo de referencialidad, ya sea ésta izquierda/derecha o arriba/abajo. Así, su transitar se vuelve tortuoso, lento y desacompasado, constituido a base de impulsos de pseudópodos amébicos que lo hacen simular una masa amorfa y casi hasta deshumanizada.
Contemplando el vídeo y el sufrimiento de su lento afianzarse en el campo topológico de la indiferencia máxima, resulta demoledoramente agónico el patetismo de un esfuerzo inútil, devaluado en su inoperancia pero al que, irremediablemente, se ven apelados. Porque, si toda orientación es imposible, si nuestro cotidiano deambular es una procesión de la mas inoperante de las subjetividades, ¿qué nos hace ponernos en marcha?
Quizá el punto de mayor dramatismo de la obra sea precisamente ese, el sabernos en un movimiento oscilante y agónico, pero al que no podemos dejar de referirnos como prueba de nuestro estar todavía en condiciones de cerciorarnos al menos como objeto corporal.
Que el ámbito de nuestras subjetividades, el bunker de nuestras expectativas siempre confeccionadas por la orografía de nuestro espacio topológico interior e indiferenciado, haya devenido espacio siempre en construcción como reverso de la dromótica llevada al límite de la hipertecnologización, no es sino efecto de esta geografía superficial de lo amorfo donde todo objeto esta siempre referido a su tercera dimensión: no ya la masa ni la energía, sino la red de significados informacionales que en relación al sistema se puedan conectar y relacionar, el despliegue sublimado de fetiches-mercancías que pueda generar.
El cuerpo, ya problematizado en tendencias como el body-art, el happening o el accionismo vienés, es ahora hipostasiado como pliegue rizomático donde cualquier amputación, cualquier puesta entre paréntesis, cualquier intento ritual de trascendentalidad o de identidad supone un acto desvirtuado y despolitizado debido al campo indiferenciado de imágenes vacías en el que el cuerpo habita.
Como hemos dicho, solo seguir, al compas de nuestra propia inercia perceptiva y desiderativa, esperando surja el encontronazo, el accidente, lo otro. Pero, sujetos escindidos entre el cinismo y la ironía postmoderna, demasiado bien sabemos que nunca ocurrirá. Habitamos la desutopía y el placer es máximo.
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