sábado, 18 de agosto de 2012

HACER EL FRACASO: ESTRATEGIAS DE CONTRADIESTRAMIENTO


VV.AA: HACER EL FRACASO (comisariada por Daniel Cerrejón)
LA CASA ENCENDIDA: hasta 23/09/12

(crítica original publicada en 'arte10.com': http://www.arte10.com/noticias/monograficos_0_341.html)

Como cada año por estas fechas estivales, los tres ganadores del premio Inéditos para Jóvenes Comisarios de la Obra Social Caja Madrid, desembarcan con sus propuestas en La Casa Encendida.


Quizá no sea esta una muestra donde poder ver las grandes novedades que protagonizarán el comisariado del futuro –lo ajustado de sus propósitos lo hacen imposible- pero sí que es una oportunidad inexcusable para comprobar en primera persona la buena forma, o al menos animosa, en que se encuentra el comisariado patrio y los discursos que pueden levantarse con nada más abrir la caja del arte contemporáneo español.

Si bien pudiéramos hacernos eco de las tres exposiciones, quizá una de ellas destaca al tocar puntos nodales de la teoría estética: aquella que trata de hacer explícito el trabajo del artista en relación directa con esa dialéctica que anima el desarrollo del mundo administrado del capital: el éxito y el fracaso. Y es que si bien el arte, en su efectiva materialidad, ha estado remitido siempre a la causalidad del logro, de alcanzar el fin propuesto, también es cierto que desde casi el primer momento vio en la plausibilidad del fracaso una forma de resistencia ante las formas perfectivas de la mercancía-fetiche, formas estas que se adivinaban anularían antes o después toda capacidad de revolución estética.

Así pues, de lo que versa esta exposición –Hacer el fracaso, comisariada por Daniel Cerrejón- no es de dar visibilidad a intentos que se han demostrado como no operativos, a negaciones de la propia misión del arte. No es un fracaso según el cual el sentido de la pieza quede silenciado, inoperante en la operatividad que propone, presa de ese antagonismo que siempre media con el éxito, sino que su misma propuesta descansa en el fracaso del dispositivo. Hacer fracasar el dispositivo, la secuencia lógica, la causalidad inmanente que pareciera descansar en el aparecer de la obra…


Muy por el contrario, es ese infinito que da título a la exposición donde radica toda la teoría puesta en juego: no el fracaso como presentabilidad, como inferencia causal de unos intentos y una metas, sino el fracaso articulado, lanzado sobre la topología libidinal del éxito –casi enfermizo, habría que decir- que nos subjetiviza hoy en día; un fracaso como acontecimiento, como performatividad de las propias potencialidades que tiene toda obra de generar una ruptura en la dinámica de los afectos puesta en juego.

Y es que, como decimos, desde bien pronto se vio en el fracaso la mediación necesaria para hallar refugios de libertad creadora frente al mundo de lo útil, de lo pragmático, de lo ultraracional, etc. Porque, ¿no es esta extraña dialéctica la que hace operar Kierkegaard en su famosos Diario de un seductor? El juego de la seducción fracasada como alegato a favor de otra belleza, más pasajera, no atrapada en las redes de la finalidad: “a mi lado Cordelia encontró la libertad. Llegará así la hora en que el noviazgo tendrá que ser anulado. ¿Será justo que la belleza pase tan inadvertida en la vida?”. Y, de igual manera, ¿no queda anidada también la belleza pasajera que glosa Baudelaire en una cierta desafección de los entramados de la producción y distribución ya capitalista, en un gusto por lo fugaz, por lo que no encuentra acomodo dentro de las dinámicas materiales?

Y, por último, en las lindes del existencialismo, si una vida verdadera –no alienada ni torticeramente recreada a impulsos subliminales del mundo de la publicidad y del capital- queda ligada a una vitalidad creativa, cuando ya las fuerzas desbordadas de la mercancía parecen seccionar de raíz toda alegato artístico, es precisamente el fracaso una de las forma principales de resistencia. Así por ejemplo, y sobre todo, en Beckett, quién construyo toda su obra sobre el pilar de una espera nunca terminada, sobre un sentido nunca dado del todo, sobre una esperanza, la cual, y pese a haber mucha –como dijo Benjamin- no es nunca para nosotros.

Pero es que, si sabemos cómo funciona la dialéctica estética, si sabemos cómo consigue inmiscuirse dentro de las redes que distribuyen prebendas –disposiciones, jerarquías, competencias, etc- para hacerlas saltar por los aires, el fracaso casi pudiera pensarse –en estos tiempos hiperconsensuados- como razón sine qua non para lograr aquello que se propone: una ruptura en lo ya-dado, una fractura en lo esperado, una drenaje en las estructuras de lo posible.


Así, bien podemos pensar que toda obra tiene que ser fracasada, debe de haber una fractura donde la totalidad de las interpretaciones no llene la totalidad de sus potencialidades. Y es que interpretación y arte no van muy de la mano: interpretación remite a ese lugar donde todo quedaría aplacado en su sentido, cerrado sobre el conjunto de proposiciones que al explican. Para que una obra rearticule el sentido de lo dado debe de asentarse en un error en sus deseos de tener razón, de imponerse como nueva visibilidad. La interpretación no es más que su adequatio a la realidad, pero ser totalmente adecuada a la realidad significa no ser en modo alguno disensual.El fracaso de la obra, la performatividad de su fracaso, nos llevaría a permitirnos decir: mi propuesta no concuerda con la realidad, la excede, la violenta, la descentra. Es decir, le va de suyo una reasignación. En definitiva, y como sostiene el propio catálogo de la exposición, “el fracaso –en sentido propio y nunca como antagonista al éxito- es salirse de lo establecido”, es ampliar el sentido de lo posible.

Para esta ‘glorificación’ del fracaso las estrategias son varias, pero las más de las veces remiten a dos primados: o socavar al propio arte de sus directrices básicas, atacando las ideas convencionales que lo vertebran (régimen de representación, de distribución, producción, etc), o a establecer frente a la realidad construida un juego de paradojas y absurdos destinados a dinamitar las coordenadas convencionales de tal construcción.

Así las cosas, y entre las obras que ha propuesto Daniel Cerrejón para dar testimonio de este fracaso como estrategia disruptiva ante lo esperado, bien cabe destacar –de entre las primeras estrategias- trabajos como el de Wilfredo Prieto proponiendo un árbol tan alto que no cabe en el recinto expositivo (fracaso del régimen de exposición dominante ante un arte que se escapa por entre los poros), o el de Jaume Pitarchquien, una vez realizados puzles que representan clásicos de la pintura, arranca la superficie haciendo desaparecer la imagen y dejando únicamente como representación algún resto como huella.

Si nos centramos mejor en las segundos, interesantes son los trabajos de Isidoro Várcarcel Medina quien apostado en una fila para entrar a una exposición de esas multitudinarias, va dejando el sitio a cuantos viene detrás de él, terminando el día sin haber podido pasar a ver la susodicha exposición, y el de Chus Cortina quien, después de haber recibido clases de cómo tirarse por las escaleras, vuelve al lugar donde considera que por una u otra causa ha fracasado y va tirándose por las escaleras de cada uno de los lugares.

En definitiva, una exposición totalmente pertinente y válida que nos pone en relación con una de las paradojas que más seriamente destinan al arte: aquella que halla potencialidades de sus aparentes negatividades: el fracaso como negación, como interrupción de lo pretendido, como cortocircuito en sus presupuestos.

3 comentarios:

  1. con el tiempo te daras cuenta que escribotear nombres propios en negritas (Benjamin, Baudelaire,, no dice nada, que sin analisis es mero olvido....

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  2. que cachondo; con mucho respeto, querido anónimo, me pasaré tu consejo por el forro de la entrepierna

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  3. Estoy cansado del arte conceptual.

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