miércoles, 25 de junio de 2014

SARA RAMO: IMÁGENES DEL DESVELO


 
SARA RAMO: DESVELO Y TRAZA
MATADERO (ABIERTO X OBRAS): 24/05/14-31/08/14 

Aunque nuestro destino sea el de la espera infinita, lo cierto es que no estamos acostumbrados a esperar. A esperar y, sobre todo, a la incertidumbre. O, mejor aún, a la decepción. Porque de eso, de decepciones, está esta obra de Sara Ramo (Madrid, 1975) cargada. Decepciones, entiéndaseme, en el mejor sentido de la palabra. Y es que, atrincherados en la inmanencia del deseo implosivo, lo queremos todo y, sobre todo, lo queremos ya. En este sentido, la ecuación para estos tiempos de hipervisualización escópica es más que clara: queremos verlo todo y verlo ya. No cabe otra opción.

Así entonces, no ver nada, tener que esperar, dejar que el tiempo opere, tener incluso que buscar en nuestro interior aquellas imágenes con las que poder referir cierta analogía, son todas ellas operaciones que hoy en día nos suenan a chino. Porque hoy, construidas nuestras subjetividades en la angustia que solo halla cierta tranquilidad en el zapeo compulsivo de cada noche, esto del tener que dejar que la imagen surja de entre la oscuridad, esto del tener que dejar a nuestra interioridad hacer emerger una imagen redentora, es algo superado gracias a una técnica que hace que, por fin, visión y deseo converjan en esa imagen-mundo profetizada por Heidegger y escudriñada foucaltianamente por los Estudios Visuales desde hace décadas.

Es más: cuando la amnesia es el axioma fundacional sobre el que se erige nuestra ideología escópica, tener que bucear en nuestros recuerdos se nos antoja como un esfuerzo de otra época: cuando la inmediatez no regía aún la economía libidinal y cuando aún restaban zonas de invisibilidad.

Es en este sentido que la obra de Sara Ramo nos devuelve al momento en el que la realidad no era todavía una imagen-toda sino un cierto cincelado de lo visible con lo invisible, una cierta ecuación política que moldeaba la realidad conquistando zonas de invisibilidad. De este modo, la artista madrileña nos hace conscientes de ese proceso de percepción el cual hemos mimetizado hasta interiorizarlo como una de las tecnologías del yo más precisas y que, desde luego, nos construyen.

Así pues, la decepción, la incomodidad incluso de tener que soportar un tiempo de espera para ver lo que ya seguro se nos da de modo mediato, supone un reto para el cual, se mire por donde se mire, no estamos ya acostumbrados. Devenidos puras máquinas escópicas, arrojados en una pasividad existencial desde la que nos descubrimos fenomenológicamente como un gran ojo-máquina, devolvernos a la caverna, ahí donde pensábamos no volveríamos más, se nos antoja un ejercicio incómodo como pocos.

Una incomodidad que, por descontado, es transformada en experiencia estética y, sobre todo, en incipiente modelo de resistencia frente a la sobrecodificación escópica en la que nos movemos. Quizá suceda que un primer ejercicio de fundamental resistencia sea aquel cifrado en una llamada a nuestro interior, a sabernos reconocer por (y en) las imágenes de nuestro interior. Solo así podrá mantenerse la pregunta fundacional: las imágenes, ¿nos habitan o las habitamos?, ¿las poseemos o nos poseen?

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