lunes, 3 de noviembre de 2014

MATEO MATÉ: EL SOPORTE-IMAGEN COMO LO OCULTO DEL ARTE


MATEO MATÉ: LA CARA OCULTA
NF GALERÍA: hasta la primera semana de diciembre
(artículo original publicado en 'arte10.com': http://www.arte10.com/noticias/index.php?id=449)

Después del periplo del año pasado dentro del programa “Nuevas Miradas” (Museo Lázaro Galdiano, Biblioteca Nacional, Museo del Romanticismo, Museo de Artes Decorativas y Museo Cerralbo) Mateo Maté regresa a una galería madrileña para presentar sus cuadros volteados, cuadros que nos enseñan la parte oculta y nunca vista de los lienzos. La finalidad es, como el corpus de toda su obra, hacer de lo cotidiano y banal un dispositivo crítico y mordaz contra lo institucionalizado, ya sea en referencia al consenso plebiscitario de lo que construimos como sociedad o en referencia –como en este caso- al propio estatuto del arte.

El arte silencia sus propios secretos y descubrirlos se ha convertido en modus operandi favorito para un arte postconceptual que ve en el dinamitar de tales silencios la estrategia más pertinente. De lo que se trata es de mostrar que el arte clama por una pureza que nunca es tal. El arte ficciona sobre su propia ficción y, antes de que nos demos cuenta, ya nos ha dado el cambiazo en plena faena. Así por ejemplo, y por mucho boato que demos al asunto, la tan traída eclosión del genio como sujeto autoproductor no es sino una más de las medias verdades sobre la que se construyó la idea de arte en su época moderna.
Y es que el papel en blanco, como el lienzo en blanco, nunca ha sido origen de nada. El “yo” productor nunca trabaja sobre el vacío de sus propias reglas, sino sobre una sutura que es ya cosa de los dictados de la comunidad. Dicho en plata: entre la autonomía de la razón pura y la razón práctica, la libertad del “yo trascendental” kantiano no es sino el postulado desde el que referir la exigencia moral en el obrar de ese nuevo sujeto ilustrado. Ahora bien: solo la existencia de Dios –léase, de un origen– puede garantizar la conciliación entre esa libertad y la añorada felicidad. Es decir: aunque pueda ser cierto que todo producir como libertad no está dirigido a ningún fin, sí que está orientado “desde” un origen.
El asunto está en que, muy al contrario de lo que se nos ha hecho creer, el arte moderno no nace como disolución vía derribo de lo antiguo, sino como una nueva relación entre origen y finalidad, entre el pasado y el futuro. Esta nueva relación establece una nueva medida que, en tanto en cuanto no hay ya finalidad (otra vez Kant), es una desmedida, pero donde sí que sigue habiendo un origen, un emplazamiento desde donde producir. La modernidad entonces no es tanto un hacer tabula rasa y crear sin red alguna sino, más bien, un nueva modalidad de producir según (des)medida. 
Así por ejemplo, en el lejano 1655, casi al tiempo que la querelle cogía forma y se debatían los nuevos primados autónomos del arte, nace la Academia Francesa –en esa ilación entre estado, poder y saber sobre la que se erige la nueva razón ilustrada– para, entre otras “medidas”, imponer reglas para uniformar los formatos de los lienzos usados según la temática, ya sea “figura”, “paisaje” o “marina”.

Y, yendo ya al meollo del asunto, esa es la “verdad” del arte que el propio arte silencia dándonos otra historia mucho más chula y divertida, aquella que, como decimos, permite al artista hacer de su capa un sallo y crear desde sus propias inclinaciones, motivaciones y voliciones. Y esa es la “verdad” que Mateo Maté (Madrid, 1964) nos presenta en esta exposición en la NF Galería: presentarnos el anverso de esa historia convencional del arte donde cada actor tiene su lugar bien aprendido, presentarnos la historia del arte como una historia de conversaciones, renuncias y claudicaciones.
            Maté nos presenta el reverso del lienzo, su cara oculta, para mostrarnos que eso que ahora se lleva tanto de definir una imagen como un resultado de elecciones políticas no es algo nuevo sino que siempre ha sido así. Es más: cada supuesta “rebeldía” no es sino la renegociación de unos límites, la reconfiguración de una medida que, se mire por donde se mire, siempre estará ahí. Y es que el arte, como producción racional (y racionalista), no puede dejar de sustentarse en una medida previa que, por mucho que el arte trate de ocultar presentándonos su cara más “amable”, hay que intentar sacarla a la luz para saber de qué hablamos al hablar de arte.
Porque esa estandarización de las medidas y los temas al que antes hemos aludido remite al propio hacer del artista pero también a todo un ámbito institucionalizado que lo sustenta y que se fragua en la fabricación en serie de lienzos según esas pautas académicas, a una ordenación de coloras, tamaños y, por ende, de gustos. Es decir, el arte funciona sobre un a priori que lo atraviesa de arriba abajo institucionalizándolo.
Maté voltea el lienzo y nos muestra la historia nunca contada, la historia oculta del arte que no es nunca una sucesión lineal de temas, medidas y gustos, sino un divagar en zigzag, un discurrir oblicuo donde la distancia más corta entre dos puntos nunca es una recta. De ahí que esa historia del arte no contada solo pueda ser referida en forma de laberinto, en forma de narración donde ya no hay origen ni final, sino un discurrir, un divagar en torno al propio acto creador. Y es que, en definitiva, el arte discurre entre la medida trascendente de la sección áurea, entre la diagonal de Fibonacci, entre las medidas “impuestas” por las diferentes academias… El arte es siempre eso que no es arte, el arte habita siempre en el laberinto de lo que no encuentra, el arte siempre es deriva.

No obstante, Maté sabe que toda “medida”, incluso las suyas, incluso las que saben que todo ejercicio de novedad descansa en la relación con el original, está mediada por una red de emplazamientos que estipulan lo que es visible y lo que no es, lo que es arte y lo que no. Es decir: toda imagen, la del anverso y la del reverso, la del lienzo y la del soporte, la de lo visible y lo invisible, De ahí que el artista, pensamos, haya dispuesto alrededor de los lienzos unas cintas de seguridad , esas cintas que nos marcan por donde hemos de andar.
Es decir, Maté da a entender que sus lienzos cuadrados (fuera de toda medida), que sus ponerles del revés (ocultando la medida) son también, como obra de arte que se autoimpone, un recorrido por las fronteras, el poder y la vigilancia. Es por ello que el artista madrileño sabe que lo suyo no es proponer lo alternativo porque sí, que la obra de arte no se construye como demolición de nada ni pose contestaría a nada. Sabe, en definitiva, que lo suyo es también arte: o sea, está mediado y medido. Sabe que aún el laberinto es un camino. 
Es por ello que Maté no se sabe genio de nada. Y eso es lo mejor que puede decirse de un artista a estas alturas.  

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