ALVARO NEGRO: EL TAMBOR EN EL BOSQUE
GALERÍA F2: 14/11/15-09/01/16
Con ocasión de la exposición de Irene
Grau en la galería Ponce+Robles,
la artista entablo una conversión sumamente rica con el artista Álvaro Negro donde, sin duda, pueden
rastrearse los descubrimientos que han llevado al artista a trabajos como el
que aquí presenta. En dicho diálogo Negro
señala, tirando de un libro de Rémy Zaugg, que “todo
depende de los prejuicios, de si consideramos la obra como un objeto material
manufacturado fruto del trabajo del artista y un fin en sí mismo o, por el
contrario, que la obra es el medio para llegar a cierta comprensión del mundo
o, al menos, al esbozo de un punto de vista sobre el mismo”.
Además de esto, la
conversación queda atravesada por nociones como la de trayecto, la de recorrido,
paisaje no como lugar de llegada sino de tránsito, un evitar la lectura directa
de lo representado, un aludir a que el hecho de que la obra esté en proceso es,
sencillamente, que está teniendo lugar…pero que nunca termina por ser ella totalmente.
No es un simple interactuar sino mostrar cómo la obra de arte es un “ya pero
todavía no”: un campo fenomenológico donde, miremos donde miremos, está la amenaza
del vacío, del aún-no, pero que a cambio nos devuelve esa comprensión del mundo
a la que antes hemos aludido.
Es por ello,
concluyendo este prólogo, que la época de la pintura acabada en su propio fin
hace ya tiempo –aunque todavía hay quien no se ha enterado– dejó paso a un
devenir-pictórico, a un viaje en pos de un alumbramiento novedoso de una realidad
que aunque está ahí no deja de ser un haz evanescente de tiempo y luz.
La obra no surge por
tanto de una lograda mímesis sino de una experiencia concreta, de un internarse
en un paisaje que, aunque está ante nuestros ojos, debe ser desvelado
atravesándolo. No tanto pintura procesual sino pintura en flotación, en
suspensión, a la espera infinita de un posarse que nunca se dará. Para ello,
como no, los primados estéticos de la modernidad deben ser no simplemente
negados sino reconvertidos constantemente para comprobar hasta dónde podemos
reflexionar acerca de la pintura. Y, dentro de esa reconversión a la que
apelamos, la disolución de fronteras entre géneros es una herramienta sumamente
eficiente.
Porque dentro de esa
disolución, las prácticas artísticas se sitúan en un intervalo, en el “entre”
que separa un soporte del otro. Nada es del todo lo que parece y su sentido
pleno es siempre el sentido derivado que viene propuesto por la siguiente
codificación. La obra, por tanto, se resuelve en una itinerancia para la que
nunca hay fin. La lectura es, por tanto, diferida, pendiente de un penúltimo
intento.
Pero vayamos a la
obra. En esta ocasión Álvaro Negro
recoge, también diálogo, la obra del escultor alemán Ulrich Rückreim
que instaló en Monteagudo cuatro piezas marcando la entrada y salida del bosque.
Pero también es fundamental una cita del escritor Peter Handke –recogida igualmente en la conversación arriba referida–:
un trozo de La doctrina de
Sainte-Victoire donde las idas y venidas, las entradas, salidas y –sobre todo–
regresos son lo fundamental. Es ahí, en el ínterin donde vagan todas estas
experiencias, donde late el tiempo ancestral, donde si importante es el entrar
más capital aún es el volver.
¿Cómo volver?, ¿de
qué hay que volver? Esa es la enseñanza fundamental de esta exposición:
hacernos comprender que nada está ahí de por sí, que nada es accesorio, que
todo –por el contrario– ha de ser construido y, en primer término si cabe, la
experiencia. En un mundo como el nuestro que centrifuga al realidad para que
tengamos experiencias que llevarnos a la boca, la exposición de Negro vuelve al origen ancestral del
origen: que si bien no hay origen sí que hay una decisión, una responsabilidad,
una –si se me apura– ética.
Porque, repetimos: ¿qué
queda en el centro de todo este proceso? Nada, solo un lugar vacío que ya ni
siquiera lo está. Dicho de otra manera: queda la memoria de lo intangible, de
lo imperecedero e inaccesible. Y es que ni siquiera el monolito de Rückreim es monumento ni
origen de “nada”: ¿está en lugar de algo o es él, el monolito, lo que empieza
la serie? Quizá toda la obra de Álvaro
Negro no sea sino crear la desconexión para comprobar cómo el arte nada
puede, comprobar cómo todo intento de atrapar el tiempo y el espacio quedan reducido
a mera fachada. Sí, quizá una representación, bonita, seductora; sí, quizá un
juego conceptual pero que no tiene ningún poder de sanación. Son solo
intentos...
Pero a pesar de todo –¿o
no será más bien gracias a todo? – el arte o es eso o no es nada: hacernos
redescubrir como la experiencia fundacional, aquella que nos construye desde
dentro, no es sino un constante continuar saliendo y entrando para así hacer lo
único que nos llena: volver. ¿Qué es la vida sino un melancólico nostos?, ¿qué hacemos sino tratar de descubrir
quienes seremos sino, más bien, quienes fuimos?
Y esa es la
experiencia estética: el entrar en la galería
F2 e introducirse entre los dos cuadros y el proyector para, después de un tiempo,
volver, salir,…volver siendo otro. Entre el cuadro realizado con óleo sobre lino y de más de tres metros
de largo (Columna I) y su doble realizado
en esmalte sobre espejo (Cadro-tumba),
está una experiencia personal del artista pero que nos dona y se nos ofrece
como reliquia de una realidad evanescente, poliédrica y heterocrónica.
Podríamos decir más,
sin duda: pero lo suyo es que vayan, que entren. Y luego vuelvan… “volver –como
dice Handke– al hombre de hoy;
volver a la ciudad; volver a las plazas y puentes; volver a los andenes y
pasadizos; volver a los campos de deportes y a las noticias; volver al brillo
del oro y a los pliegues de una tela”. A ver si se atreven.
Muy buen texto
ResponderEliminarMuchas gracias Enrique. La exposición de las mejores del año. Feliz año!!
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