jueves, 21 de abril de 2016

RAFEL G. BIANCHI: EL COLECIONISTA AUSENTE


RAFEL G. BIANCHI: EL COLECIONISTA AUSENTE
GALERÍA NOGUERAS BLANCHARD: 12/03/16-30/04/16

Misiones para el arte hay sin duda muchas. Pero si hubiésemos de decidirnos por una ésta sería –en la fusión de lo político y lo comunal donde cabría situarnos– la de crear futuro, la de dotarnos de un porvenir que, en las actuales condiciones de latrocinio, está más que en suspenso. Y esta misión, si bien parecería aludir en cuanto a futurabilidad a la noción de utopía, remite fundamental y paradójicamente a echar una mirada al pasado, a irnos a la historia ya-sida para, desde ahí, atisbar un futuro, algún tipo de futuro.
 Y es que si por una parte todavía caldea en el ambiente los efectos de un siglo pasado donde a golpe de utopía se han ido sembrando las mayores atrocidades, por otra parte las ideas de Benjamin, la importancia de textos suyos como Sobre el concepto de historia o El libro de los pasajes, han ido ganando peso hasta convertirse actualmente en el más citado y recurrente teórico del arte. Y si lo han hecho es sin duda porque nos abren la única puerta que aun nos podemos permitir: la del pasado, pero no la de un pasado ya recalentado, cerrado e interpretado como mandan los cánones del historicismo más fetén, sino un pasado como tarea y como creación, un pasado que influye en el presente porque está haciéndose en el presente. 
Así las cosas, nuestra única posibilidad de lograr abrir el futuro a alguna otra alternativa diferente al horizonte plano y aséptico que nos tienen prometidos los ideólogos de turno es atrevernos a retornar a un pasado y auscultar las potencialidades no actualizadas, activar esas otras historias que han quedado en la cuneta, olvidadas, esas promesas no cumplidas y con las que alguien ha de cargar. Entender, por tanto, el pasado como algo vivo, no clausurado, algo que afecta al presente, que sigue vigente y operando en nuestro tiempo. El pasado como algo latente que aún no ha muerto y sigue activo.


En este sentido una de las figuras fundamentales de Benjamin en su despliegue teórico y en cuanto a modelos de historiador se refiere es, junto con la del trapero, la del coleccionista: y es que el coleccionista está empeñado en la tarea de hacer presente el pasado, en tratar con objetos obsoletos pero donde está sedimentada y condensada una época. Como bien señala Miguel Á. Hernández Navarro en el libro Materializar el pasado: el artista como historiador “es justo cuando el objeto es apartado, cuando ha sido expulsado del régimen de novedad, cuando el objeto ya no es más moderno, cuando realmente se revelan las distintas capas de significado que en él se encuentran concentradas”. El coleccionista opera con reliquias que ya no funcionan como novedad dentro del libre comercio de mercancías, con los fósiles del pasado, con sus restos, con la ruina de los sueños: con los deshechos de la historia.
Es, pensamos, desde este punto de vista desde donde la exposición de Rafel G. Bianchi en la galería Nogueras Blanchard adquiere su peculiar relevancia y donde despliega todo su potencial y sentido. No por otra razón el título está en sintonía perfecta con lo que han sido nuestras motivaciones previas: El coleccionista ausente. Bianchi pone ante nuestro ojos una historia nimia y mínima, la de un cuadro, la de una imagen, para operando como un entomólogo ir diseccionando estratos de significación y solidificaciones temporales y así descubrir un sentido soterrado pero que le toca en lo más íntimo y personal: la de su propia historia, la de ser un artista catalán. 
Partiendo de la pintura El coleccionista de estampas del pintor catalán Mariano Fortuny (Reus, 1838 - Roma, 1874) y otra de Ramón Amado (Barcelona 1844 - 1888) donde podemos ver al propio Fortuny en su taller pintando al modelo que representa al coleccionista en el primer cuadro, Bianchi elabora una red de correspondencias y un juego de substituciones donde el poder de los objetos artísticos, los cambios de perspectivas entre el salón del coleccionista y el taller del propio Fortuny, los desplazamientos espacio-temporales entre colecciones, tejen una trama donde se muestra –porque no se trata de decir sino de mostrar– la profundidad heterocrónica de la historia, como artista, del propio Bianchi, su “particular genealogía del arte catalán de los siglos XX y XXI”.


Para ello, para el desarrollo de una subtrama que se ha quedado pegada a los pliegues de una historia que solo adquiere su total desarrollo en el momento en el que pasado, presente y futuro se fusionan, en el momento en el que lo posible pasa a real, Bianchi disecciona el salón del coleccionista, lo deconstruye, lo pone en relación,  crea yuxtaposiciones, lapsus temporales, digresiones, fragmenta cada una de las escenas para crear –no recrear– una nueva. Lo que logra así es algo más que una biografía al uso, algo más que una mediación curricular: lo que logra es un ejercicio político de máxima profundidad. Porque no basta con conocer la historia, ni siquiera basta con reactivarla: hay que activarla, construirla, narrarla por primera y única vez.
Y la historia continúa, ha de continuar. Lo mismo que hizo Fortuny retratando al comprador real de su cuadro dentro de las obras del coleccionista primigenio, así hace Bianchi reservando un lugar en blanco –un hueco vacío- reservado para el futuro comprador. La escena donde el propio Bianchi se sitúa y que está llena de obras de artistas catalanes –Aballí, Brossa, Miró, Perejaume, Tapiès, etc– contemporáneos está a la espera de que alguien la compre: que alguien sea su coleccionista, que alguien active la historia del arte catalán, que alguien le otorgue todas esas potencialidades que han quedado orilladas, olvidadas y sin explotar.  
Como político calificábamos la obra de Bianchi: y es que, aparte de otras consideraciones, ¿no está aludiendo a otra forma y razón de comprender el coleccionismo, no está apelando a fuerzas disruptivas para el arte, no está refiriéndose a otra forma de articular tradición y presente en la formación del artista? Porque, en definitiva, toda obra, toda escena, toda historia de arte no es sino un estar a la espera de que alguien venga a despertarla. ¿Quién será el siguiente?

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