PATRICIA ESQUIVIAS: A VECES DECORADO
CA2M: 19/02/16-05/06/16
(texto original en "arte10": http://www.arte10.com/noticias/index.php?id=473
Hasta
principios de junio puede verse en el CA2M
de Móstoles las nuevas obra de Patricia
Esquivias, joven artista cuyo original modo de desplegar la(s) historia(s)
la sitúan como referente dentro de las
nuevas estrategias de ficcionalización. En esta ocasión, los murales que
decoraron la fachada del edifico sito en Paseo de la Castellana, 111-119, sirve
de motivo principal desde donde reflexionar acerca de la Modernidad y la
reciente historia Ed España. Además, la necesidad de decoración le lleva a
otros parajes –Colombia, Marruecos– y a problemáticas adyacentes: arte y
artesanía, autor y artesano, tradición y modernidad.
En su último libro Ricardo Menéndez Salmón alude a un
instante, a otro instante de peligro: “comprendo en otro instante de monstruosa
lucidez que todo se reduce a eso: a la relación entre historia e Historia. Una
persona afortunada es aquella que puede aspirar a que la Historia no devore su
historia. Nada más, es cuanto hay”. De ahí, sostengo, que muy pocas personas
puedan sentirse afortunadas, que muy pocas personas puedan tratar de tú a tú
con su pequeña historia sin sentir una punzada en lo más última y comprender
que han sido estafadas.
Y de ahí, concluyo, que Patricia Esquivias (Caracas, 1979) sea
una gran artista. Porque lo suyo es vérselas con ese instante en el que las
historias, nuestras historias mínimas, sufren una enajenación, una rarificación
que la hacen desembarcar en un único relato omnicompresivo donde nadie puede ya
verse reflejado ni identificado. No sabemos si documento de barbarie o no, pero
lo que sí que es cierto es que la Historia es una gran meretriz hacia la que
nos sentimos empujados pese a saber que gran parte de nuestra dignidad se queda
por el camino.
Esquivias teje y desteje una trama, la acorta y
la elonga, y, sobre todo, la pone al microscopio diseccionándola para mostrar
como las suturas no están bien cicatrizadas, como los remiendos son tan bastos
que, a poco que uno se acerque, los restañones son más que visibles. Y todo
ello lo hace según una sutil maniobra de despiste, disponiendo una estrategia
de despiece que tiene la virtud de, sin levantar apenas la voz, con un susurro
tan fino y delgado que pareciera que esta chica nunca hubiese roto un plato,
decir lo que entre gritos y exclamaciones se vuelve inaudible.
Y si la historia es la de cada uno de
nosotros, la Historia –el agente doble que trata de desenmascarar– es esa
narración mítica donde dos palabros simulan una complementariedad que solo es
real en la cabeza de nuestros ideólogos más eficientes: España y Modernidad.
Dos conceptos diacrónicos, diametralmente opuestos, que no casan ni en pintura,
dos nociones para la que la palabra crisis es la única relación que se nos
ocurre.
Sin querer dárnoslas de sabiondos
–pues reconocemos que la cosa es mucho más complicada– nuestro drama es que
aquí el basamento de la Modernidad no ha funcionado como era preceptivo. Pero
no es necesario rasgarnos las vestiduras con toda la parafernalia patriotera:
¿no es eso, la imposible sutura entre tradición y progreso, lo que está
haciendo –si no lo ha hecho ya– descarrilar a la Vieja Europa? Erigida sobre un
mito tan de risa como el de la Modernidad como cola de contacto donde pasado y
futuro operan como bisagra perfecta, Europa –epítome de la Modernidad– está
dando durante una actualidad que dura ya cerca de cien años su particular canto
del cisne.
Para llevar a cabo este plan de
desenarbolamiento del mito, Esquivias
parte de narraciones comprendidas como lugares comunes del desarrollo de la
historia reciente de España para escarbar en su bien acicalada superficie y ver
todo lo que se esconde. Si, por ejemplo, en una exposición en el MNCARS en el año 2009 partía de la
frase de Eugenio D’Ors “todo lo que
no es tradición es plagio” y que se conserva en el frontispicio del Casón de
Buen Retiro bajo su forma manifiesta “lo que no
es ración, es agio” –lapsus desde donde desplegar una historia paralela,
simétrica y nunca antes contada, que tenía a la paella como aglutinante
condensador, de lo que ha sido el comportamiento del estado Español con la
cultura– en esta ocasión nos traslada al Paseo de la Castellana de Madrid,
concretamente a los números 111-119, y al momento de su construcción, los años
50, años de apertura y de impulso desarrollista donde empezó a ocupar un lugar
preponderante la arquitectura modernista.
En la construcción
del edificio en cuestión, el arquitecto Miguel
de Artiñano encargó al pintor Manuel
S. Moluzén y al escultor Amadeo
Gabino que decorasen los balcones con murales cerámicos. El motivo por
estos elegido, escenas y significativos parajes de importantes ciudades
europeas, aludían al ingreso de la periférica Madrid dentro de las ciudades
seleccionadas como modernas. Pero esto es solo la punta del iceberg, la ocasión
que utiliza Esquivias para hablar de
muchas otras cosas: de arte y artesanía, de artista y artesano, de autor y
legitimación. Pero, como nexo argumentativo, está la decoración, la necesidad
que parece haber en toda latitud (pues además de Madrid hay también obras
referidas a el norte de Marruecos o Colombia) de decorar las calles y los
edificios, y como dicha decoración, bajo el epígrafe general de artesanía,
tiene una relación problemática con el arte y con nociones como la ya referida
de autor.
Pero sobre todo hay
en la exposición un hilo argumentativo latente y no desarrollado –afortunadamente,
pues se trata más de mostrar que de concluir– que anuda arquitectura y modernidad,
decoración y arte, artesanía e industria. Y es que en esa trabazón imposible de
desentrañar completamente está todo el meollo de nuestra historia llamada
Modernidad y que más que un camino expedito, claro y bien trazado es una
onomatopeya ideológica para, como la decoración, cubrir y ocultar diáfanas
paredes. En este sentido, si Esquivias
es una artista a tener en cuenta es porque más que por darle otra mano de
decoración a nuestra historia se preocupa por articular narraciones que nos
muestren la razón de nuestra desorientación, como todo termina por desembocar
en una Historia de la que somos, esta vez sí, mera decoración.
Porque, ¿qué es la
Modernidad sino un revestimiento más, un revoco de la Historia llamada a
ocultar una pared donde poder inscribir nuestra historia?, ¿no es la historia
de la arquitectura reciente un intento de aunar funcionalidad con belleza, no
es la Modernidad el mito con el que dar por cerrada esa problemática y concluir
que pasado y futuro están perfectamente hilvanadas?, ¿no es la postmodernidad
el epígono de este relato que concluye, como sostenía Venturi, que no hay más que fachada?, ¿no es, por último, la
Historia sino la sazonada decoración de todas nuestras historias?
Esquivias, con esta exposición, abre de par en par la narración de nuestra
historia para que entre oxígeno y poder respirar otra vez, para poder escribir todo lo que no fue
escrito, para poder decir todo lo que nos queda por decir. Y es que si hay
fachada, si hay decoración, es porque algo se esconde detrás.
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