HACIA DONDE OLMEDO
MIRADA
GALERÍA PONCE+ROBLES: hasta el 19/05/17
Si esta exposición nos
viene que ni al pelo es porque, sin ser considerada política, nos remite mejor que otras muchas exposiciones al núcleo
donde lo político germina y vertebra la comunidad. Porque político –lo hemos
dicho muchas veces– no consiste en enarbolar la bandera de la justicia, en
mostrar los detritus que va dejando atrás la maquinaria del progreso y del
capital. Político, en el arte, habría de remitir a ese nudo donde la política
comienza su ejercicio: al hecho constitutivo y constituyente de fragmentar la
sociedad a través de antagonismos, de minar el campo de lo social para hacerlo
implosionar en dos grupos –los amigos y los enemigos, los buenos y los malos,
los unos y los otros.
Y es de esto de lo que
trata esta exposición: de que veamos el rasgo cuasi mítico que anida en toda
formación antagonista. Porque, por muy modernos que nos creamos, por mucha
racionalidad que le pongamos al asunto, la generación de los pares antagónicos
viene dado por la vehiculación de significantes vacíos creados por fuerzas
mitológicas e irracionales, por acontecimientos mínimos capaces de congregar en
torno suyo una gran fuerza de semantizar amplios espectros de los social.
Esto
es lo que sostenía Levi-Strauss en
su explicación estructuralista del mito y que más tarde sirvió para que el
post-estructuralismo tomase mando en plazo alrededor de la idea de que, de
hecho, los significantes nunca reposan sino que son más bien nómadas, atrapados
en una fluídica capaz de deslizar todo el sistema de significación, sin otro
origen más que el pudiera fundamentarse mitológicamente. Y esto, el ejercicio
del antagonismo como germen de la política, es también lo que ha puesto en la
palestra –y vinculado a los populismos– José
Luis Pardo en su ensayo Estudios del
malestar: en el ejercicio de la política en tanto que populismo es ahora
moda el tratar de romper el consabido “pacto social” de Hobbes debido a que de él penden restos mitológicos y de “intereses
creados” que lo hacen, dicen ellos, inservible, sin saber que el querer
retrotraerse a un origen previo –a la autenticidad de la política– es algo más
mitológico e irracional aún.
En este sentido, lo
interesante de la exposición es que muestra cómo este significante vacío,
nómada y antagónico es construido aún hoy en día a través de acontecimientos no
ya mínimos sino cargados de ironía, perplejidad y, sobre todo, con la capacidad
de poder ser resemantizados a cada tanto para usufructo de determinados
intereses. El punto de partida que ha tomado Pily Estrada –comisaria de la expo– para esta propuesta es una
serie de polémicas menores en torno a una estatua de José Joaquín de Olmedo (primer presidente de la Provincia
Libre de Guayaquil,
emancipada antes que incluso que Ecuador) que aún en los absurdos debates
que generó se erige como monumento con reiterada capacidad para la vertebración
de antagonismos.
Primera
polémica: la ciudad de Guayaquil comisionó un monumento a su figura con ocasión
del centenario de su nacimiento. A su regreso de Francia, la comisión presentó
un monumento con un parecido bastante sospechoso a Lord Byron. Unos diciendo que no, otros diciendo que sí, la
polémica atraviesa la historia de la ciudad. Segunda polémica: más de cien años
después, en el 2000, la estatua es trasladada a la nueva zona del Malecón
naciendo una nueva diatriba: colocar a la estatua de cara a la ciudad o al río
Guayas.
La
conclusión que saca la comisaria de todo este asunto presto a la rumorología es
que, como señala en la hoja de sala, no importa mucho quién es, qué hizo o
hacia donde mire La cuestión es que “amamos imaginar al héroe” y eso nos basta:
para construirnos una memoria, un país, una historia, una identidad. Y es
alrededor de esta idea –idea que de hecho debiera funcionar como epicentro del
quéhacer artístico en tanto que capaz al mismo tiempo de mostrar lo ideológico
de toda toma de posición política sin por ello dejar de mancharse las manos en
busca de un futuro mejor– desde donde la comisaria ha reunido a un de artistas
ecuatorianos para que den forma a esta intuición fundacional y fundamental del
arte.
Todas
las obras presentes aluden de una manera u otra al proceso de creación de una
sociedad, a la red de hazañas inútiles que nos atestiguan como identidad, a la
nimiedad desde la que puede constituirse un héroe, a la necesidad de cargar con
un pasado y volver a él para ser alguien, a lo estrafalario de las pulsiones
que nos cohesionan y nos separan, al ir y venir de historias reinterpretadas y
traducidas que configuran el espacio público. Es decir: a la ficción mitológica
en que toda formación de sentido recae. El resultado: una estupenda exposición que
nos muestra el reflejo invertido, deformado y desplazado que de la comunidad –en
tanto que ente político y social– debiera siempre proponer el arte.
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