viernes, 12 de mayo de 2017

ECUADOR Y MÁS ALLÁ: LA COMUNIDAD COMO RESTO MÍTICO


HACIA DONDE OLMEDO MIRADA
GALERÍA PONCE+ROBLES: hasta el 19/05/17

Si esta exposición nos viene que ni al pelo es porque, sin ser considerada política, nos remite mejor que otras muchas exposiciones al núcleo donde lo político germina y vertebra la comunidad. Porque político –lo hemos dicho muchas veces– no consiste en enarbolar la bandera de la justicia, en mostrar los detritus que va dejando atrás la maquinaria del progreso y del capital. Político, en el arte, habría de remitir a ese nudo donde la política comienza su ejercicio: al hecho constitutivo y constituyente de fragmentar la sociedad a través de antagonismos, de minar el campo de lo social para hacerlo implosionar en dos grupos –los amigos y los enemigos, los buenos y los malos, los unos y los otros.   

Y es de esto de lo que trata esta exposición: de que veamos el rasgo cuasi mítico que anida en toda formación antagonista. Porque, por muy modernos que nos creamos, por mucha racionalidad que le pongamos al asunto, la generación de los pares antagónicos viene dado por la vehiculación de significantes vacíos creados por fuerzas mitológicas e irracionales, por acontecimientos mínimos capaces de congregar en torno suyo una gran fuerza de semantizar amplios espectros de los social.

            Esto es lo que sostenía Levi-Strauss en su explicación estructuralista del mito y que más tarde sirvió para que el post-estructuralismo tomase mando en plazo alrededor de la idea de que, de hecho, los significantes nunca reposan sino que son más bien nómadas, atrapados en una fluídica capaz de deslizar todo el sistema de significación, sin otro origen más que el pudiera fundamentarse mitológicamente. Y esto, el ejercicio del antagonismo como germen de la política, es también lo que ha puesto en la palestra –y vinculado a los populismos– José Luis Pardo en su ensayo Estudios del malestar: en el ejercicio de la política en tanto que populismo es ahora moda el tratar de romper el consabido “pacto social” de Hobbes debido a que de él penden restos mitológicos y de “intereses creados” que lo hacen, dicen ellos, inservible, sin saber que el querer retrotraerse a un origen previo –a la autenticidad de la política– es algo más mitológico e irracional aún.


En este sentido, lo interesante de la exposición es que muestra cómo este significante vacío, nómada y antagónico es construido aún hoy en día a través de acontecimientos no ya mínimos sino cargados de ironía, perplejidad y, sobre todo, con la capacidad de poder ser resemantizados a cada tanto para usufructo de determinados intereses. El punto de partida que ha tomado Pily Estrada –comisaria de la expo– para esta propuesta es una serie de polémicas menores en torno a una estatua de José Joaquín de Olmedo (primer presidente de la Provincia Libre de Guayaquil, emancipada antes que incluso que Ecuador) que aún en los absurdos debates que generó se erige como monumento con reiterada capacidad para la vertebración de antagonismos.

Primera polémica: la ciudad de Guayaquil comisionó un monumento a su figura con ocasión del centenario de su nacimiento. A su regreso de Francia, la comisión presentó un monumento con un parecido bastante sospechoso a Lord Byron. Unos diciendo que no, otros diciendo que sí, la polémica atraviesa la historia de la ciudad. Segunda polémica: más de cien años después, en el 2000, la estatua es trasladada a la nueva zona del Malecón naciendo una nueva diatriba: colocar a la estatua de cara a la ciudad o al río Guayas.

La conclusión que saca la comisaria de todo este asunto presto a la rumorología es que, como señala en la hoja de sala, no importa mucho quién es, qué hizo o hacia donde mire La cuestión es que “amamos imaginar al héroe” y eso nos basta: para construirnos una memoria, un país, una historia, una identidad. Y es alrededor de esta idea –idea que de hecho debiera funcionar como epicentro del quéhacer artístico en tanto que capaz al mismo tiempo de mostrar lo ideológico de toda toma de posición política sin por ello dejar de mancharse las manos en busca de un futuro mejor– desde donde la comisaria ha reunido a un de artistas ecuatorianos para que den forma a esta intuición fundacional y fundamental del arte.


            Todas las obras presentes aluden de una manera u otra al proceso de creación de una sociedad, a la red de hazañas inútiles que nos atestiguan como identidad, a la nimiedad desde la que puede constituirse un héroe, a la necesidad de cargar con un pasado y volver a él para ser alguien, a lo estrafalario de las pulsiones que nos cohesionan y nos separan, al ir y venir de historias reinterpretadas y traducidas que configuran el espacio público. Es decir: a la ficción mitológica en que toda formación de sentido recae. El resultado: una estupenda exposición que nos muestra el reflejo invertido, deformado y desplazado que de la comunidad –en tanto que ente político y social– debiera siempre proponer el arte.

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