jueves, 9 de julio de 2009

LA PARADOJA COMO (IM)POSIBILIDAD

PEPO SALAZAR: ‘RATS LIVE ON NO EVIL STAR’
GALERÍA CASADO SANTAPAU: 17/06/09-30/07/09

Nuestro síntoma, el síntoma del habitante de la postmodernidad, es el de tener que capitular ante una felicidad que está desconchada y semienterrada en algún olvidado sótano. Lo sabemos, pero es que ni ganas de ponernos a la labor y tratar de restituir algo ya de por sí bastante problemático a estas alturas de la película. Sólo nuestra posición de indemnes espectadores del cinismo de nueva hornada, aquel que hace del buenrollismo término ontoteleológico, nos mantiene impertérritos en la modorra generalizada. Don´t worry, be happy: el otro, como tú, también está excluido.
No se trata, como ‘rezaba’ el autobús –parade del ateo, de que probablemente Dios no exista y que, por lo tanto, puedas gozar y pasarlo teta, sino de algo más sutil. Se trata de que las condiciones de posibilidad para que surja la pregunta, cualquier pregunta, han sido ya fagocitadas en la capacidad del capitalismo de ingerir sus propios excesos y negatividades.
En último término, la globalización, si de veras es globalización de algo, únicamente lo es de la exclusión.
La profecía de Baudrillard de que al final no habrá más que excluidos, camina indeleble su marcha triunfal. La exclusión queda, dentro de la auto-antropofagia que esencia al capitalismo, mistificada y sin nombrar pese a que, en coherencia, no es sino aquello que le mantiene como la ideología de la distancia precisa.
La conclusión entonces sería otra: no eres más que un excluido, así que disfruta del espectáculo que te proporcionamos. Incluso, nosotros mismos, velamos por ti y te colocamos a la distancia perfecta para que ninguna pregunta asalte a tu delicado sistema nervioso ni para que tampoco se genere en ti una ansiedad insoportable.
Y, cómo última donación, hacemos entrega del kit completo de autosatisfacción ética: al otro, aquel que está también excluido pero cuya verdad podría asaltarte cualquier madrugada, se le camufla bajo exquisitas formas de solidaridad y telemaratones sin fin.
No capitular entonces ante nada, entender la imposibilidad de toda política de manera diferente. En palabras de Zizek, arriesgar lo imposible, propugnar, desde las izquierdas, mayor campo para la globalización, aprovechar los excedentes que el propio capitalismo generará entonces en su propia dialéctica del exceso para provocar la imposibilidad de una nueva distancia. En palabras de Deleuze, aprovechar la energía libidinal del esquizoide humano postmoderno sometido a los flujos de la mercancía-fetiche para provocar una interferencia en el circuito.
La paradoja, por tanto, habita en el mismo centro: hacer viable lo imposible para así romper la lógica que permite la misma imposibilidad. Un mito (des)fundamenta al otro: pero al final es que no podemos escapar de nosotros mismos. Adorno y Horkheimer ya lo adivinaron hace medio siglo: “el mito es ya Ilustración; la Ilustración recae en mitología”.
Pero, ¿qué es el mito sino la narración que nos coloca a la distancia precisa para no quemarnos en el mismo anverso de su imposibilidad y que, aún así, la sostiene como imposibilidad esenciante?
La exposición de Pepo Salazar intenta atestiguar, bajo una regresión a la perversión del punk, el estado actual de ese exceso que provoca y sostiene, a un tiempo, la misma paradoja de una felicidad imposible.
La felicidad la hace depender de objetos con poder de significar pero que, en la lógica del significado capitalista y de la economía libidinal de la mercancía, son desplazados constantemente hasta alcanzar su privilegiada posición de objetos-trauma, de ‘objet petit a’ como sostendría Lacan. Objetos con un exceso de goce cuya mera contemplación ya supone un intento de goce pulsional en el orden del ser.



La sonrisa del ‘acid’ es la sonrisa bobalicona y vacía en sí misma. La felicidad como soterramiento velado de una pose contestataria que intenta llenar el vacío de nuestro ‘yo’ fantasmal. La distorsión de la guitarra eléctrica opera a todos los niveles produciendo estratos y sedimentaciones invitando a gozar del exceso mismo.
Pero, más allá de estas imágenes que permiten operar la apertura del sentido del absurdo, como aquella en la que un hombre intenta pegarse al abdomen con cinta adhesiva un balón de fútbol (el cuerpo como primera instancia desde donde hacer surgir la paradoja de lo absurdo), Pepo Salazar acierta de forma absoluta en el resto de la exposición.
Si Zygmunt Bauman se hace remitir a la metáfora de la liquidez para dar cuenta de la precariedad de los vínculos humanos en una sociedad individualista y privatizada (¿cómo si no podrían ser esos vínculos, unos vínculos que han de ser capaces de silenciar la exclusión del otro al tiempo que la nuestra propia?), el artista recurre más bien a una metáfora previa: a la de las relaciones plastificadas.
Porque, si algo han de ser los pocos encontronazos con la felicidad que el hombre postmoderno, el hombre del “como si” perpetuo, se puede permitir, son aquellos que le alienten a continuar con la perversión de su juego simbólico. Y el plástico, en su turgente maleabilidad como alegato de la simulación a la que se presta, es perfecto.
Desde las tetas siliconadas de la pornostar bajo un reguero de eyaculación comatosa e implosiva, hasta la figura del ídolo del rock víctima de su propia hipervisibilidad que le convierte en transparente, todo está mediado por la distancia del fetiche cero: aquel que se permite el lujo se hipostasiar su propia mentira en el material del que está hecho.
Pero, incluso, siempre se necesita más, más placer para simular la felicidad. “La vida humana, dice Zizek, nunca es ‘meramente vida’, siempre es sostenida por un exceso de vida”. Y ese exceso brutal, esa plastificación redentora, ese exceso propiciado por el mismo sistema pero al que uno no se puede negar en virtud de simular una imposibilidad, queda representado por las latas de refresco, también de plástico, que descansan bajo una camiseta olvidada o que son aplastadas bajo una estructura también de plástico.




Objetos a-significantes en su plastificación (siguiendo la metáfora) total, representan el surgir mismo de la paradoja de la imposibilidad a la que antes hemos hecho referencia como esencia misma de la economía libidinal capitalista. Desconsuelo, felicidad enterrada, hipervisibilidad del horror y la absurdez, satisfacción inmediata en la plastificación de cualquier disfraz. Pero hay que seguir, il faut continuer, sin descanso, arriesgarnos en la imposibilidad misma. Porque, allí donde menos uno se lo espera, puede aparecer lo inesperado, lo imprevisible.
En definitiva, es cierto que las ratas (¿seremos nosotros en nuestra propia exclusión?) no viven en un planeta maligno; pero habrá que dejar espacio para que surja la paradoja de tal imposibilidad, porque, por ahora, además de ser maligno, es que es de plástico.

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