miércoles, 22 de julio de 2009

CUENTOS DE LA CHINA MILENARIA


ZHAO LIANG: ‘ESCENAS URBANAS’
CÍRCULO DE BELLAS ARTES: 04/06/09-26/07/09

La diferencia palmaria que resta entre el mundo occidentalizado, y esa China que ofrece signos de apertura a ese gran Otro capitalista, no es ni más ni menos que la de no disponer de un gran parque temático a la manera de un Disneyworld cualquiera. (Ya lo decía Calamaro, “Disneyworl, Disneyland, por el culo te la dan”.)
Porque, sin simulacro que poderse llevar a la boca, los chinos viven atrapados en un mundo bicéfalo, donde las viejas estructuras del poder comunista parecen llevar a cabo ciertas transformaciones sociales. Pero, ¿es esto real?, ¿no será más que una coartada más para que el poder despótico del partido siga su marcha triunfa?, ¿no será la contraefectuación perfecta al ‘mirar para el otro lado’ llevado a cabo por el occidente ‘liberal’ con ocasión de los tan celebrados Juegos Olímpicos?
Preguntas, obviamente, sin respuesta. Aunque, poniéndonos algo espesos, la pregunta sería únicamente una: ¿cuál es el simulacro que soporta lo nuevo hiperreal de la nueva China?
Porque, abrirse a lo otro que constituye el campo de inmanencia capitalista no significa más que plegare a los dictados de la hegemonía maquínica del signo-mercancía como fetiche del propio valor del trabajo. Es decir, ¿qué simulacro realiza la función social de, como decía Marx, asumir “la forma fantasmagórica de una relación entre las cosas”?
Ahora la forma fantasmagórica, ejemplarizada por Marx en el fetiche de la mercancía, se ha convertido en lo propio hiperreal en que ha devenido el mundo como simulacro. Según Baudrillard, “lo real ya nunca más tendrá que ser producido” porque “la generación simulada de la diferencia” es ahora perfecta ya que la simulación hiperrealista de la pantalla global supone la total y “radical negación del signo como valor”.
Así las cosas, no hay apertura hacia el fetiche hiperreal de la mercancía que no asuma como cualidad propia a su inmanencia la perfección de un simulacro fantasmal donde todo, toda relación social, sea mediada.
En este punto, la necesidad de un parque temático, siempre y cuando China asuma sin prejuicios su apertura global, se nos antoja fundamental. Porque justamente esos lugares del ocio masificado tiene la respuesta a la pregunta antes propuesta. Baudrillard lo dice bien a las claras: “Disneylandia se presenta como algo imaginario con el objeto de hacernos creer que el resto es real, cuando, de hecho, sus alrededores, Los Ángeles, América, no es real, sino que pertenece al orden de lo hiperreal y la simulación”. (“América es otra cosa, un montón de autopistas y ni puta idea qué”.)A modo de central imaginaria, los parques temáticos absorben y gestionan los flujos de intensidades que la inmanencia hiperreal del signo nómada produce en su propia fantasmagoría. El parque temático existe para ocultar la propia simulación global, “para ocultar el hecho de que es el país “real”, toda la América “real”, la que es Disneylandia”.
Como se ve, hay mucho de Foucault aquí: la cárcel existe para ocultar a la propia sociedad que es ella la que es violenta y carcelaria; el psiquiátrico existe para ocultar a la sociedad que la esquizofrénica y demente es ella misma.


Pero, incluso, cualquier disutopía llevada acabo por la conceptología postestructuralisata se ha quedado más bien corta en sus planteamientos. Porque hoy, cuando se ha llegado a la bunkerización del ‘yo’ en experiencias fragmentarias donde la simulación elude cualquier encontronazo indeseable con lo otro Real, donde el simulacro de la velocidad límite y del tiempo global es absoluta e imprime lo dogmático de su poder, de hecho cualquier punto de anclaje con lo real es fulminado de inmediato en la dromótica del simulacro general. No ya sólo parques temáticos, sino un mundo como pantalla global exhibiendo 24 horas al día el poder de su propia fantasma: grandes hermanos, eventos multidifusión non-stop, centros comerciales gigantes, recintos vacacionales paradisíacos para las clases medias, etc. (“Hay de todo y el Enola Gay”)
De hecho, teniendo todo esto en cuenta, pensar en un capitalismo ‘made in China’ no parece sino una ilusión, una más dentro del simulacro general, producida por el reino de lo hiperreal que todo lo devora.
Las imágenes que Zhao Liang nos propone en este nuevo vídeo van encaminadas precisamente a eso, a hacer saltar la paradoja de un mundo, el chino, en pleno bicefalismo entre la postmodernidad y sus estructuras más tradicionales. Para ello, pareciera situarse en las mismas coordenadas efectivas que, por ejemplo, Baudelaire a la hora de situar su cámara y esperando ocurra lo fugaz de un instante. Pero las relaciones de parentesco se quedan ahí, en una bonita sintonía con el francés. Porque, lo que sabe va a encontrar el uno es justo lo que no encontrará el otro.
Baudelaire es un gran decadente: no hay ya posibilidad de salvación; lo único que hay son individuos jugando dentro de un presente tan fugaz como irremplazable. Ya intuye que el gusto por el instante empieza a ser tensionado al hacer entrar a la contemplación dentro de una incipiente dialéctica arte/mercancía. El dandi, quizá sin saberlo, ironiza con dos momentos que se encuentran entrelazados en un pasado y un futuro: con el arte-ideal del romántico, y con el arte-mercancía del burgués industrial.
Es decir, su búsqueda de la fugacidad del instante no es sino zafarse por un momento del poder del simulacro que la mercancía comenzaba a hacer implosionar en la sociedad moderna. En palabras de Adorno “la poesía de Baudelaire fue la primera en codificar que, en medio de la sociedad de las mercancías completamente desarrollada, el arte sólo puede impotentemente ignorar la tendencia de la sociedad”. En definitiva, el París decimonónico es para el esteta de fin de siglo el primer parque temático.
Pero las ‘escenas urbanas’ que nos propone el artista chino son radicalmente diferentes. Son las imágenes de la locura demencial de la sociedad china, son precisamente aquello de lo que huía Baudelaire. Son la prueba fehaciente que toda la sociedad china se diluye en un simulacro general: aquel que permite a un jubilado simular jugar al golf en un diezmado descampado, el que nos muestra un paseo tranquilo por el campo como la necesidad compulsiva de compartir una meada, el que hace que las tradiciones milenarias del masaje chino se vean reducidas a un pobre viejo que busca sus clientela entre los viandantes que transitan una obra, aquel que muestra el coito de dos perros como el divertimento más prometedor, etc.



Después de compartir esas escenas con los chinos uno no sabe a qué carta quedarse: si a lo estratégico de un parque temático como templo sagrado del simulacro o a lo esquizoide de una sociedad entera que busca diluir sus pulsiones en una sucesión de episodios tan irrelevantes como fantasmales. Quizá es que, después de todo, ambas posibilidades, la del capitalismo y la del comunismo, han venido a coincidir en lo mismo: en la necesidad de hacer viable un parque telemático a escala global.
Lo único que, como anuncia también Calamaro, la posibilidad del Accidente resurge a cada instante: “¿y cuantas bombas tienen, capaz de hacernos mierda?” No sería, tal posibilidad, sino la del simulacro absoluto.

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