MP & MP ROSADO: ‘CUARTO GABINETE’
MATADERO MADRID: 28/11/09-10/01/10
Hasta el próximo día 10 de Enero se puede ver en el Matadero Madrid la nueva propuesta de la pareja de artistas, además de gemelos, MP & MP Rosado. Como en toda su carrera, sus intereses van dirigidos hacia la problemática del ‘yo’ y de los procesos configuradores de tal identidad. En esta ocasión es enfrentándonos a nuestro pasado más mítico y natural como pretenden generar un acto de rememoración que provoque una nueva asunción, una nueva memoria que logre desgajarse de la objetividad traumática y postmoderna que toma a la conciencia como mero dato a priori. Nociones como naufragio, habitar o edificar, todo ello bajo el sustrato contemporáneo de la ruina telemática en la que estamos sumidos, adquieren un lugar preponderante para trazar un salida que, yendo al pasado, sea capaz de proponer un futuro que nos dignifique en su carga utópica.
Cansados como estamos de sobrevivir en el simulacro nuestro de cada día, herederos como somos del espíritu cínico postmoderno, normal que a estas alturas se haga necesario diseccionar nuevas posturas, alegar reconsideraciones acerca de la mediación entre subjetividad y naturaleza que se deslinden de manera radical de un arte que le sigue el juego a la razón instrumental y calculadora propia de la Ilustración.
Si se quiere, en esta necesidad de abrir nuevas vías, es cierto que no nos encontremos con nada nuevo: la naturaleza aparece como bella porque en ella todavía puede apreciarse lo que significaría estar fuera del acceso universal a la racionalidad, al mercado, a la técnica y, sobre todo, al dominio de la naturaleza. Es decir, y según palabra de K. P. Liesmann, “la naturaleza es para el hombre simultáneamente un lugar para el recuerdo y para la utopía”.
Como decimos, nada que no sepamos: la misma belleza natural que se nos sigue escapando de entre los dedos y a las que, como en todas las épocas e incluso hoy, sigue conteniendo un momento tan irritante como perturbador. A este respecto, Adorno sostenía que pese a que “bello para todos es el canto de los pájaros, (…), en el canto de los pájaros acecha lo terrible, pues no es un canto, sino que obedece al conjuro en el que está apresado”.
El hombre, ahora también, descubre que no quiere encontrarse solo, que necesita de eso que se configura como lo radicalmente otro. Así entonces, encontrarse a uno mismo dentro de la naturaleza pero sin que medie el espacio telemático de la contemplación, sin dejarnos subyugar por la vista panorámica indicada a tales efectos por la explotación turística ni por conmociones bien aprendidas por el turista de turno, es la opción de multitud de nuevas propuestas que buscan en lo azaroso y repentino una nueva mediación que, más que enfrentar objeto/sujeto consiga liberarnos por momentos del poder despótico de un signo-objeto que campa a sus anchas en la superficie mediática del simulacro hipercapitalista.
Pero, pese a que la necesidad de resurgir de nuestras cenizas se hace ya algo inminente, el riesgo hacia lo que podía entenderse nueva moda que subvierte los valores de la inocencia y lo acabado para dejarse caer en brazos de la naturaleza, es enorme. Porque, no sólo nueva moda, sino que quizá no sea sino el último ‘tour de force’ de un poder, el del signo, que lejos de amilanarse en su dogmático poder, tiene aún los arrestos de configurarse incluso contra su origen: no sólo es que como dijo Benjamin los objetos se nos hayan venido encima, sino que son capaces incluso de crearnos el espejismo de atisbar nuestra salida yendo con ellos al único lugar al que les está vedada la entrada.
Por eso, pensamos, cuando el caudal crítico que pueda desvelarse del regreso a la naturaleza corre el peligro de verse engañado y vejado, este nuevo canto a lo natural no debería poder describirse con tintes tan ecologistas como el teorizado por ejemplo por Böhme, para quien la estética es una teoría de las atmósferas que debiera permitir esbozar una estética de la naturaleza, sino que se debería realizar el viaje completo, el viaje al origen.
En este sentido, la obra de MP & MP Rosado que hasta el día 10 de Enero se puede ver en el Matadero de Madrid, hace gala de una exquisita sencillez que encierra, al mismo tiempo, un legado tan ancestral como utópico. Si el arte es la labor de crear perspectivas, de crear distancias como dijo Marshall McLuhan, lo cierto es que la mediación hacia la que se proyecta esta obra apunta hacia un infinito que, al mismo tiempo, se disuelve en un pasado inmemorial y en un futuro aún en construcción.
De ahí que esta obra pueda entenderse como fiel a los presupuestos de una noción bien querida a la pareja de artistas: lo liminar, la condición de fronterizo del ser humano, de existencia en tránsito perpetuo como característica esencial para comprender la vivencia como la praxis constructora de identidad.
MATADERO MADRID: 28/11/09-10/01/10
Hasta el próximo día 10 de Enero se puede ver en el Matadero Madrid la nueva propuesta de la pareja de artistas, además de gemelos, MP & MP Rosado. Como en toda su carrera, sus intereses van dirigidos hacia la problemática del ‘yo’ y de los procesos configuradores de tal identidad. En esta ocasión es enfrentándonos a nuestro pasado más mítico y natural como pretenden generar un acto de rememoración que provoque una nueva asunción, una nueva memoria que logre desgajarse de la objetividad traumática y postmoderna que toma a la conciencia como mero dato a priori. Nociones como naufragio, habitar o edificar, todo ello bajo el sustrato contemporáneo de la ruina telemática en la que estamos sumidos, adquieren un lugar preponderante para trazar un salida que, yendo al pasado, sea capaz de proponer un futuro que nos dignifique en su carga utópica.
Cansados como estamos de sobrevivir en el simulacro nuestro de cada día, herederos como somos del espíritu cínico postmoderno, normal que a estas alturas se haga necesario diseccionar nuevas posturas, alegar reconsideraciones acerca de la mediación entre subjetividad y naturaleza que se deslinden de manera radical de un arte que le sigue el juego a la razón instrumental y calculadora propia de la Ilustración.
Si se quiere, en esta necesidad de abrir nuevas vías, es cierto que no nos encontremos con nada nuevo: la naturaleza aparece como bella porque en ella todavía puede apreciarse lo que significaría estar fuera del acceso universal a la racionalidad, al mercado, a la técnica y, sobre todo, al dominio de la naturaleza. Es decir, y según palabra de K. P. Liesmann, “la naturaleza es para el hombre simultáneamente un lugar para el recuerdo y para la utopía”.
Como decimos, nada que no sepamos: la misma belleza natural que se nos sigue escapando de entre los dedos y a las que, como en todas las épocas e incluso hoy, sigue conteniendo un momento tan irritante como perturbador. A este respecto, Adorno sostenía que pese a que “bello para todos es el canto de los pájaros, (…), en el canto de los pájaros acecha lo terrible, pues no es un canto, sino que obedece al conjuro en el que está apresado”.
El hombre, ahora también, descubre que no quiere encontrarse solo, que necesita de eso que se configura como lo radicalmente otro. Así entonces, encontrarse a uno mismo dentro de la naturaleza pero sin que medie el espacio telemático de la contemplación, sin dejarnos subyugar por la vista panorámica indicada a tales efectos por la explotación turística ni por conmociones bien aprendidas por el turista de turno, es la opción de multitud de nuevas propuestas que buscan en lo azaroso y repentino una nueva mediación que, más que enfrentar objeto/sujeto consiga liberarnos por momentos del poder despótico de un signo-objeto que campa a sus anchas en la superficie mediática del simulacro hipercapitalista.
Pero, pese a que la necesidad de resurgir de nuestras cenizas se hace ya algo inminente, el riesgo hacia lo que podía entenderse nueva moda que subvierte los valores de la inocencia y lo acabado para dejarse caer en brazos de la naturaleza, es enorme. Porque, no sólo nueva moda, sino que quizá no sea sino el último ‘tour de force’ de un poder, el del signo, que lejos de amilanarse en su dogmático poder, tiene aún los arrestos de configurarse incluso contra su origen: no sólo es que como dijo Benjamin los objetos se nos hayan venido encima, sino que son capaces incluso de crearnos el espejismo de atisbar nuestra salida yendo con ellos al único lugar al que les está vedada la entrada.
Por eso, pensamos, cuando el caudal crítico que pueda desvelarse del regreso a la naturaleza corre el peligro de verse engañado y vejado, este nuevo canto a lo natural no debería poder describirse con tintes tan ecologistas como el teorizado por ejemplo por Böhme, para quien la estética es una teoría de las atmósferas que debiera permitir esbozar una estética de la naturaleza, sino que se debería realizar el viaje completo, el viaje al origen.
En este sentido, la obra de MP & MP Rosado que hasta el día 10 de Enero se puede ver en el Matadero de Madrid, hace gala de una exquisita sencillez que encierra, al mismo tiempo, un legado tan ancestral como utópico. Si el arte es la labor de crear perspectivas, de crear distancias como dijo Marshall McLuhan, lo cierto es que la mediación hacia la que se proyecta esta obra apunta hacia un infinito que, al mismo tiempo, se disuelve en un pasado inmemorial y en un futuro aún en construcción.
De ahí que esta obra pueda entenderse como fiel a los presupuestos de una noción bien querida a la pareja de artistas: lo liminar, la condición de fronterizo del ser humano, de existencia en tránsito perpetuo como característica esencial para comprender la vivencia como la praxis constructora de identidad.
El tintineo de las conchas nada más entrar, la contemplación de un mar de cortinas de elaboración casi artesanal, nos pone en contacto con lo natural, con nuestro legado más ancestral y nuestra memoria más olvidadiza: aquella que trata de recuperar los fragmentos de un naufragio, de nuestro naufragio. De ser algo, saben bien los hermanos Rosado, no somos sino ruinas en vida, museografías vivientes en busca de un origen, de un pasado desde el que, aún rememorándolo como origen, nos proyecte como identidad al futuro.
Rayamos la fenomenología más praxeológica: la del habitar y el construir como rememorar un pasado que, aunque nunca-sido, se hace necesario vivenciarlo como un no-ser-todavía. Estamos en las inmediaciones del pensamiento de Heidegger, de la filosofía del límite de Trías. Pero MP & MP Rosado se van a una influencia menos obvia. Gaston Bachelard, en ‘La poética del espacio’ dice: “hay que vivir para edificar la casa y no edificar la casa para vivir en ella”.
Ese, y no otro, es el peligro que una vuelta a la naturaleza puede correr a la hora de proponerse como nueva estética para períodos de crisis y al que más arriba hemos intentado simplemente señalar. Enfangados en el simulacro del objeto-mercancía absolutizador, buscar un nuevo destino al que acudir simplemente para coger aire y no desfallecer, se nos antoja un simulacro más que hace de la necesidad virtud pero que no tardará en caer en manos de aquello de lo que, al menos en apariencia, trata de escapar.
Quizá estemos ya demasiado apolillados, demasiado cómodos en nuestra vida de eternos melancólicos y náufragos, como para intentar cualquier vis a vis con huellas y rastros que no nos provocaría sino el recuerdo de un trauma nunca cerrado. Correr el riesgo o no correrlo. Correr el tupido velo de una cortina hecha de conchas milenarias o no hacerlo. Enfrentarnos con aquello que nunca fuimos pero anhelamos ser o no enfrentarnos. En definitiva, vivir para edificar o edificar para vivir.
Y es que, en conclusión, en una tardopostmodernidad que se vanagloria de considerar al ‘yo’ como objeto dado, como superficie telemática de su propio simulacro, cualquier indicio de autoconfiguración es sesgado de raíz. En un mundo que corre veloz a golpe de burda estetización mercantil, que crea espacios de normatividad cívica y ética a impulsos de merchandising (la cultura de los otros es admitida en el momento en que es estetizada como “united colours of Benetton” sostiene Leismann muy acertadamente), normal que la premisa de Debray de que “cada uno se museografía en vida” se halla convertido en algo así como “cada uno se publicita en vida”.
Por el contrario, un ‘yo’ como esfuerzo, como ímprobo trabajo memorístico en el que juega la fantasía, la imaginación, la teatralidad incluso, es un ‘yo’ que no se desliga de su origen, que no olvida un rememorar sobre el que se autoconfigura día tras día, instante tras instante, cortina tras cortina, en unas vivencias que son siempre diferentes pese a ser la Misma.
En definitiva, este ‘Cuarto gabinete’ de los hermanos Rosado muestra la invisibilidad de un hecho: que al arte todavía le queda mucho que decir en una época en la que, ocupado como está en construir lo que sea con tal de respirar un poco más, siempre un poco más, el ser humano reniega de su destino, de su esencial y nunca olvidado amor al destino como ‘amor fati’.
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