GALERÍA CASADO SANTAPAU: 16/03/10-24/04/10
(artículo original publicado en Revista Claves de Arte: http://www.revistaclavesdearte.com/noticias/20497/Marion-Thieme-en-la-Galeria-Casado-Santapau)
No por muy repetida, la coletilla de la archisabida ‘muerte de la pintura’ no deja de ser una verdad como un templo. Agotado el caudal figurativo y neoexpresionista que asaltó el mundo del arte allá por los primeros años ochenta, habiéndose periclitado toda abstracción en un vacuo formalismo, ser pintor hoy en día consiste, más que en cualquier otra cosa, en lanzarse a explorar las condiciones de posibilidad de la propia pintura.
Para ello, y sabiéndose asentada en la era postpictórica, la pintura adopta las estrategias que desde hace ya décadas han ido desplegándose. Desde intentos de trasgredir y ampliar el propio lienzo con el fin de expandir su propio campo, hasta recurrentes estrategias de pintar sin pintura, la técnica pictórica ha sido abandonada para enfatizar el carácter problemático de la pintura. Pintura como revisión crítica, como autocuestionamiento de sus condiciones, como interrogación de los procesos de reificación de la pintura; eliminando lo anecdótico, la pintura se enfrenta a su propio núcleo, a su fantasma.
Sorprende descubrir como esta eliminación de lo decorativo y esta reducción de lo literario coincide con las cuestionadas premisas de Greenberg en relación ha considerar a la vanguardia como motor del arte contemporáneo por el hecho de haberse preocupado por el medio más que por el mensaje.
En este mismo orden de cosas, la actual exposición de Marion Thieme (Zeppellinheim, Alemania 1959) que puede visitarse hasta el próximo día 25 de Abril en la Galería Casado Santapau, puede considerarse un ulterior capitulo en esta necrológica. Invirtiendo la relación entre soporte y superficie, a medio camino entre la pintura expandida que juguetea con lo escultórico y los destellos expresionistas, la pintura se enfrentas al ensayo general de su propia defunción.
Thieme subvierte el torrente subjetivista del primer expresionismo abstracto (tan aclamado otra vez por Greenberg) para, esta vez, verter la masa pictórica en una especie de urnas funerarias donde a la pintura, más que ser percibida, se la vela como a un muerto. Contemplando estos ‘féretros’ del arte uno se acuerda de Marcel Duchamp y su célebre frase según la cual “son los que miran quienes hacen el cuadro” para, por una vez, convenir en que el genio ya no tiene razón. Y no la tiene porque lo que resta por contemplar es un vertido, un amasado, un mirar justo aquello que ya no se puede mirar ya: la pintura como recurso expresivo ha muerto, como contemplación estética no revierte sino en el simulacro de su propia acta de defunción.
Para afianzar la intención, la artista ha propuesto unas obras sobre papel donde un humo denso parece elevarse hacia el cielo. La negritud de estas obras remiten al hecho fundacional de esta propuesta estética: para la artista la consabida muerte de la pintura es de por sí un dato, un axioma desde donde intentar un último aliento, un acto de fe que, si bien no cambiará en nada el destino trágico de la pintura, si que puede ser capaz de atesorar el impulso mínimo de sacar fuerzas de flaqueza y proponerse como, quizá último, momento estético.
Quizá sean ya muchos los intentos de hacer más audible aún el silencio y el mutismo de la pintura, pero este desaforado intento de gritar el silencio mortal al que parece conducirse la pintura merece un reconocimiento para esta artista que lleva ya una larga trayectoria en España enfrascada en las condiciones de posibilidad de la pintura.
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