jueves, 8 de abril de 2010

HUIDA A LA CARRERA: GEOGRAFÍAS DE LA PERFORMANCE


TANIA BRUGUERA: ‘PHRÓNESIS’
GALERÍA JUANA DE AIZPURU

Creo recordar que es una de las primeras películas de Godard en donde los tres protagonistas se preguntan en un momento determinado que poder hacer en diez minutos para, a continuación y a la carrera, recorrer frenéticamente el Museo del Louvre.Tal escena me ha venido a la cabeza no solo porque la exposición de Tania Bruguera, en relación a su obra pasada, parezca una salida a la carrera, sino porque incluso de eso trata una de sus performances: en visitar en diez minutos el Museo d’Orsay.
Y es que puede interpretarse que, después de sus ‘escandalosas’ performances en las que o bien repartía cocaína entre los asistentes o bien jugaba a la ruleta rusa con una pistola apuntando a su sien, Tania Bruguera realiza en las performances que se pueden ver bien catalogadas en la galería Juana de Aizpuru su particular huida.
Con esto queremos decir solo que es propio del arte contemporáneo encontrarse de repente con enormes solares desconceptualizados donde el menor atisbo de intrusismo es visto con hilaridad o sorna: nada hay que hacer porque todo es, ya de por sí, inútil. Rüdiger Bubner, uno de los primeros en denunciar el colapso estético que se veía ya venir desde finales de los ochenta, acierta de pleno: la experiencia estética más íntima vendría a ser una comprensión de que “sobre el fondo de funciones cotidianas complejas hay una apertura del dominio extraordinario e inesperado de la falta completa de función”. Y es que el arte, por muy farrucos que nos pongamos, es eso: hacer un breve paréntesis en un mundo lleno de funciones y jugar al juego que todos sospechamos se esconde detrás: el descubrimiento de que nada realmente vale gran cosa.
El acentuado tinte melifluo e incandescentemente inocente de estas performance nos ponen sobre la pista de lo pretendido por la artista: no rebozarse de nuevo en las trincheras de un arte con atisbos de contestatario, sino dejarse llevar por el potencial, idílico e idealista, de la performance: acción al margen de la institución arte capaz de adentrarse en los discursos productores de homologación para trazar una escueta fractura. Lamer una de las obras de del MNCARS (un Richard Sierra) o mear en una de las esquinas del Pompidou, nunca serán reconocidos actos de insurgencia pero, pese a quien pese, para eso hemos quedado.

Poco más cabe hacer: cuando el arte se bunkeriza dogmatizado en sus discursos aglutinantes, la única salida que cabe es problematizar los propios discursos (en este caos al performance) en un elogio de la nada, en una fruslería inocente donde, irónicamente, se ponga sobre el tapete que el juego ya ha sido jugado, que la siguiente jugada no será sino un simulacro más.
Este carácter del arte contemporáneo de soportarse en la levedad de sus productos indica una duda nada metódica a la hora de orientarse entre imágenes muy propia de nuestra calidad de neo-barrocos. Ya Eugenio D’Ors lo predijo: “siempre que encontremos reunidas en un solo gesto varias intenciones contradictorias el resultado estilístico pertenece a la categoría del Barroco. El espíritu neo-barroco, para decirlo vulgarmente y de una vez, no sabe lo que quiere”. Y es que en esas estamos, preguntándonos si más vale un tiro por elevación que enlodarnos con las presuposiciones paradisíacas de utopías y autonomías para un arte petrificado en sus dogmatismos.
Así las cosas, el hecho de recorrer en diez minutos uno de los bastiones del sacrosanto ámbito del arte institucionalizado no sabemos muy bien si catalogarlo de boutade impropia de los tiempos que corren, de inopilante inocentada, o si de deconstructiva acción desfundamentadora de procesos de significación apriorísticos.
Lo cierto es que, mientras tanto, Tani Bruguera logra más de lo que a simple vista parece. Desinstitucionalizar a la práctica performativa postulando un amplio grupo de estrategias para llevarla a cabo y documentarla, convertir a la galería de arte en mero centro de documentación donde el arte ni acontece ni se expone, sino que se documenta, o hacer del arte algo con temporalidad propia, donde lo transitorio y efímero queda activado en el ámbito público de la ciudadanía, son algunas de las reconsideraciones a las que Tania Bruguera somete a una práctica que corre el riesgo de quedarse encasillada en su duda endémica: si en el interin de quedarse donde esta u optar por salir corriendo, hayamos alguna función, tan desinteresada como cualquier otra, pero que nos ponga sobre la pista de cómo resignificar políticamente a la experiencia estética.

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