CONRAD SHAWCROSS: THE LIMIT OF EVERYTHING
I GOT A BREAK BABY
GALERÍA PILAR PARRA & ROMERO: 15/02/10-17/04/10
I GOT A BREAK BABY
GALERÍA PILAR PARRA & ROMERO: 15/02/10-17/04/10
(artículo original en Revista Claves de Arte: http://www.revistaclavesdearte.com/noticias/20484/Shawcross-y-I-got-a-Break-baby-en-la-Galeria-Parra-&-Romero)
Una vez que el arte ha dejado de comprenderse como un producir ilustrado en busca de su tan ansiada autonomía, donde alcanza mayor profundidad es en postularse como un dispositivo critico capaz de desmontar los regímenes de lo hipervisible que en nuestros días realizan tareas de validez discursiva.
Cuando todo saber no es más que un conjunto de discursos cuya validez viene dada por el propio medio en el que ha sido proferido, cuando, como ha dicho Anna María Guasch recientemente, “la cultura se ha metamorfoseado en unos espacios discursivos bajo una comprensión interdisciplinar de la geografía como modo de producir y organizar el conocimiento en función de cómo las condiciones culturales, naturales y sociales se relacionan entre sí”, el arte, además de quedar comprendido bajo estas mismas premisas, ha venido a comprenderse como instancia crítica de los modos hipercapitalistas de producción de significado y saber.
Solo así cabe entender el actual boom de los artistas-científicos y de la producción artística que utiliza las mismas armas que lo científico para proponerse como tal. Amparados por la larga sombra de Olaffur Eliasson, el arte juguetea con los presupuestos científicos para, o bien poner sobre la mesa lo poco científico que es el saber científico, o bien proceder a proponer experiencias perceptivas y sensoriales que hagan pensar en un mundo donde lo a-científico colinda con lo científico en aras de desvelar los procesos epistémicos e ideológicos que han hecho del saber científico el único con capacidad de fundar validez.
Si el danés Eliasson propone entonces un retorno al origen de la orientación entre imágenes en las que la apariencia natural tiene su peso, alentando así un antes de la mediación humana y del encontrar la senda del progreso en el positivismo alentado por lo datable, por lo científico y tecnológico haciendo así emerger la naturaleza desprovista de toda conceptualización, el inglés Conrad Shawcross (Londres, 1977) basa su obra en un desenmascaramiento de los proceso reorganizativos que han ido camuflando, en nombre del imperio de la ciencia, nuestro atroz pánico hacia lo natural y nuestro casi paranoico ansia por datar y medir.
Una vez que el arte ha dejado de comprenderse como un producir ilustrado en busca de su tan ansiada autonomía, donde alcanza mayor profundidad es en postularse como un dispositivo critico capaz de desmontar los regímenes de lo hipervisible que en nuestros días realizan tareas de validez discursiva.
Cuando todo saber no es más que un conjunto de discursos cuya validez viene dada por el propio medio en el que ha sido proferido, cuando, como ha dicho Anna María Guasch recientemente, “la cultura se ha metamorfoseado en unos espacios discursivos bajo una comprensión interdisciplinar de la geografía como modo de producir y organizar el conocimiento en función de cómo las condiciones culturales, naturales y sociales se relacionan entre sí”, el arte, además de quedar comprendido bajo estas mismas premisas, ha venido a comprenderse como instancia crítica de los modos hipercapitalistas de producción de significado y saber.
Solo así cabe entender el actual boom de los artistas-científicos y de la producción artística que utiliza las mismas armas que lo científico para proponerse como tal. Amparados por la larga sombra de Olaffur Eliasson, el arte juguetea con los presupuestos científicos para, o bien poner sobre la mesa lo poco científico que es el saber científico, o bien proceder a proponer experiencias perceptivas y sensoriales que hagan pensar en un mundo donde lo a-científico colinda con lo científico en aras de desvelar los procesos epistémicos e ideológicos que han hecho del saber científico el único con capacidad de fundar validez.
Si el danés Eliasson propone entonces un retorno al origen de la orientación entre imágenes en las que la apariencia natural tiene su peso, alentando así un antes de la mediación humana y del encontrar la senda del progreso en el positivismo alentado por lo datable, por lo científico y tecnológico haciendo así emerger la naturaleza desprovista de toda conceptualización, el inglés Conrad Shawcross (Londres, 1977) basa su obra en un desenmascaramiento de los proceso reorganizativos que han ido camuflando, en nombre del imperio de la ciencia, nuestro atroz pánico hacia lo natural y nuestro casi paranoico ansia por datar y medir.
Para ello sus estrategias son tan acertadas como simples: toda ciencia, todo intento de saber científico, se basa en una determinada relación espacio-temporal. Establecer diacronías, diferencias en los procesos perceptivos, equivalencias entre dilataciones y contracciones, proponer metáforas epistémicas que inspiren problemas filosóficos y conceptuales, son los ejes que Shawcross propone para recordarnos la débil fundamentación de todo saber científico.
Pero es que, después de todo, la ciencia sabe demasiado bien que sus dictados son tan débiles que apenas resisten las embestidas de cualquier instancia crítica. No por nada Popper defendió que toda teoría científica llega a ser científica no por su robustez ante los esfuerzos de echarla abajo sino, precisamente, por su esencial posibilidad de ser refuta. Que una teoría científica llegue a ser tal únicamente por su capacidad de ser refutada, es algo que la ciencia aprendió hace ya tiempo; pero el poner en práctica modos alternativos de percibir y experimentar que alienten modos de validez ajenos a lo datable-conceptual al abrigo de una determinada experiencia del tiempo y del espacio, es algo que requiere de instancias alternativas como puedan ser las del arte.
La obra que da título a la exposición, ‘The Limit of Everything’, deja bien a las claras cual es la intención del artista: como si de un corolario al principio de incertidumbre se tratase, la propia mirada queda delatada por la naturaleza de la luz, haciendo que lo que antes era una espiral quede reducido de repente a una simple línea capaz de rasgar la pupila como el filo de una navaja. Todo depende, como hemos dicho, de una determinada relación entre el tiempo y el espacio.
El resto de las obras siguen estos mismos dictados, a caballo entre lo conceptual y lo minimal, para lograr crear una interrupción en los procesos científicos de conocimiento. En ‘The Celestial Meters’ Shawcross juega irónicamente con los intentos de la ciencia por crear conceptos con validez universal. Después de todo tipo de medidas antropoides, se llegó a considerar el metro como un 10-7 de la longitud del meridiano desde el Ecuador al Polo, a través Paris. Las 9 barras que conforman la obra son las 9 diferentes extrapolaciones de esa mediada “estándar” a cada uno de los nueve planetas del Sistema Solar. Así, de golpe, el ‘metro’ queda desestabilizado en medidas que van de los 9,5 metros a los 18 centímetros.
En ‘Axiom Tower’ nuestras estructuras epistémicas quedan descubiertas en la idealidad de su recurrencia inferencial. Sin poder ser demostrado o no, los límites de lo perceptivo y lo plausible terminan por ser lo otro de una razón que no conoce otra cosa que no sea el ideal. Operando en las lindes del arte imposible, una torre de dodecaedros necesitaría 300 kilómetros para repetir el vértice que hace de origen. La pregunta entonces se hace recurrente: ¿dónde acaban los límites de lo perceptivo y de lo cognoscible?, ¿coinciden o existe alguna preeminencia del uno sobre el otro? Obviamente, las respuestas pueden ser muchas, pero esta fe ciega y postmoderna en la ciencia es algo tan endeble que apenas resiste una torre hecha de dodecaedros.
Con una muy diferente intención, el nivel -1 de la galería nos enseña una obra tan fascinante como inabarcable, ‘I got a break baby’. Una serie de doce playlists, comisariados por otros tantos agentes que componen la estructura artística contemporánea, como puedan ser centros de arte, artistas o comisarios, conforman un entramado relacional que el espectador puede ir activando a su gusto. Canciones elegidas por el agente, compuestas para la ocasión, delegadas en personas que le rodean en su vida cotidiana, todo para establecer niveles de relación de muy diverso orden, desde el más inmediato y participativo del activar los playlists, hasta aquel otro que ha podido surgir del contacto entre estos diez agentes artísticos.
Poniéndonos estupendo, casi podríamos decir que la obra alcanzará su verdadera dimensión cuando, con motivo de su puesta de largo en el DA2 de Salamanca, los susodichos agentes se reúnan para jugar un partido de fútbol y comer una paella. Y es que, en un mundo en el que el medio coincide con el mensaje hasta el simulacro esquizoide, las obras de arte son capaces de desdoblarse en esta bicefalia que conlleva el postularse como lugar de encuentro al tiempo que como generador de otros adyacentes. Postularse como dispositivos interdisciplinares donde hacer surgir un ámbito para el ejercicio crítico, esa y no otra es la actual misión del arte contemporáneo.
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