jueves, 20 de enero de 2011

LA TAREA DEL CONSTRUIR


ISIDRO BLASCO
GALERÍA FÚCARES: 11/12/10-22/01/11
(artículo original en 'Revista Claves de Arte':
http://www.revistaclavesdearte.com/critica/20917/Isidro-Blasco-en-la-Galeria-Fucares)

Quien se acerque a ver esta exposición en la Galería Fúcares pensando que va a encontrarse con el mismo artista que apenas hace un año expuso en la Sala Alcalá 21 con notable éxito, no va a tardar ni un minuto en darse cuenta de su error. Porque, sí, el artista, Isidro Blasco (Madrid, 1962), es el mismo, pero las coordenadas en las que se mueve son bien diferentes.
Si en la exposición del año pasado realidad y arquitectura se conjugaban en un proceso constructivo, poco crítico por otra parte con los procesos perceptivos con los que nos enfrentamos a la realidad, ahora el discurso ha tornado más intimista y, en resumidas cuentas, más potente. Ahora es el espacio, la construcción del espacio y el lugar, lo que está en el punto de mira de Blasco.
Eliminando cualquier referencia escenográfica, borrando cualquier rastro de vida, sustrayéndose a la idea de que el hogar es aquel lugar seguro que media entre el afuera y el adentro, ahora el artista ha optado con quedarse con lo sustancial, con el esqueleto armado a partir del cual toda construcción es levantada para mostrarnos lo equivocados que estamos.
Ahora, cuando todo queda zanjado en lo hiper –hipervisibilidad, hipervigilancia, hiperbunkerización-, Blasco acierta al plantear las cuestiones referidas al espacio y al habitar de un modo menos efectista pero, sin lugar a dudas, más efectivo. Pequeñas maquetas de escayola y madera nos demuestran que, lejos de la seguridad del cemento y la viga, todo descansa en una fragilidad tal, que el equilibrio del no venirse abajo parece difícil de guardar.
Partiendo de la limitación de un espacio, se van añadiendo otros hasta que la totalidad de lo habitable parece alcanzarse. Aparentemente es un espacio para habitar; existe comunicación entre unos y otros, pero la sensación de orfandad y desproteguimiento es total. ¿De dónde nos viene esa incomodidad al ver la desnudez arqueológica en que descansa nuestro habitar y nuestras seguridades?
Vattimo cifró el tiempo actual como el del paso de las utopías a las heterotopías, siendo éstas la continua alteración del espacio causada por la introducción de lo aberrante en el seno de lo real. Y, obviamente, lo aberrante es lo dado, la presencia ineludible de lo que está siempre presente, un excedente cosificado, al alcance de nuestro uso, pero ahora más que nunca convertido en la teleinmediatez del simulacro. Es decir, aquello precisamente que nos cierra el paso al habitar en lo abierto de toda utopía. Si Heidegger asoció el concepto de habitar con la técnica, es ahora cuando nuestra noción de arquitectura, de habitar y construir quedan al abrigo de, como decíamos antes, la hiperbunkerización y la hipervigilancia, pero también de la seguridad postmoderna de lo espectacular. Ahora es cuando, como sostenía el alemán, el mundo ha devenido imagen –aberrante eso sí- del mundo.
Por el contrario, Blasco nos hace retornar al problema de la imposibilidad de situar un origen para todo construir: si la cuestión de la arquitectura es de hecho el problema del lugar, de tener lugar en el espacio, obviamente acierta Derrida, y el artista con él, al sostener que “el establecimiento de un lugar habitable es un acontecimiento”.




Así, las pequeñas maquetas de Blasco nos remiten a aquello ya olvidado: que el establecimiento de un lugar nos enfrenta con la nada de la que se parte y con el futuro del acontecimiento que un día tendrá lugar ahí. Es decir, que el habitar no es sino un estar en camino y que construir remite más a lo abierto de ese estar-en-camino que al cierre en la seguridad de lo dado.
Y esto, lo decimos con certeza, Blasco lo sabe. Y lo sabe porque la obra expuesta en la última sala no apunta sino a eso mismo, a ese carácter de abierto del que ha de surgir todo intento de construir y habitar. Sobre la proyección en video de una casa en ruinas, sobre los tablones a medio ensamblar que dan fe de ese carácter inacabado de todo lugar, el proyector se va moviendo haciendo coincidir lo proyectado –imágenes de una casa, quizá la del artista- con algún elemento arquitectónico de la instalación. Si la versión desnuda de esta obra que se pudo ver en la Sala Alcalá 21 remitía a una espera sin fin enfatizando el carácter finito de nuestro estar-en-camino, ahora la reconstrucción de lo ruinoso alienta nuestra esperanza.
La obra de Blasco apunta a saber que, como dejó dicho Derrida, “hay un lugar para la promesa, aunque luego no surja en su forma visible”. ¿Podemos habitar un mundo que no siga soñando con la construcción de esos lugares?

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