miércoles, 9 de febrero de 2011

MAQUINAS DE MIRAR O LA ATROFIA ESCENOGRAFIADA


ROBERT LONGO: MYSTERIOUS HEARTGALERÍA SOLEDAD LORENZO: 11/01/11-26/02/11
En el hiperbarroquizado mundo postmoderno de hoy en día, si una cosa hay que tener clara, es que es el efecto, y no la causa, quien tiene el privilegio epistémico. Incapaces de retrotraernos a un pasado recién acaecido, todo acontece como a impulsos de deflagración, como a golpe de simulación que se basta y se sobra a sí misma.
La hipertrofia de la memoria histórica, los parabienes de una alegorización donde, en el límite de la fugacidad del tiempo, ni siquiera ya una mirada nostálgica nos pueda salvar, consigue el milagro de proponer como válido un mundo comprendido como una serie infinita de efectos de superficie.
Y esto, Longo, se lo sabe al dedillo. Desde los tiempos de sus célebres ‘Men in the cities’, Longo descubrió la llave de la virtualidad contemporánea: no ya la serialización hipertrófica de los procesos de producción/visión, sino lo superficial del momento devenido totalidad temporal. Un fogonazo, un destello, y la máquina-de-mirar queda saciada. Si Warhol quería ser una máquina, Longo sabe que la única máquina válida que se consume es la que adhiere constantemente tiempo a una imagen hasta su cortocircuito.
Esos ‘Men in the cities’ funcionan como máquinas chamánicas, como sanadores de un tiempo que nos autodestruye y que, parándolo justo-ahí, queda desmembrado de toda potencialidad. El tiempo, si es captado en una imagen, ya no pasa, sino que acontece en su virtualidad: es decir, nos sana.
Si, al hilo de estas consideraciones, se dice que los antiguos indios americanos no querían ser retratados porque una parte de su alma se iba, ahora sucede todo lo contrario: solo somos en la medida en que somos imagen; solo existimos en la medida en que nuestro tiempo acontece pegado a una imagen. Somos, una vez más, puras máquinas imagen-tiempo.
Muchos de los elogios de Longo iban sin embargo encaminados a convertirle en pope de la maestría del pop en blanco y negro, de una vuelta de tuerca más que, en el cinismo ochentero, funcionaba como una especie de versión decadente del imaginario colectivo del yuppi neuyorkino. Tras la tormenta, como quien dice, viene la calma, y sus dibujos se interpretaban como el negativo de unas vidas cortadas por el mismo patrón del ‘american way of life’. Es decir, después del glamour warholiano, Longo propone la otra cara de la moneda: pop desangelado para un mundo ya desasistido. Tan mentiroso como sus retratos, el mundo ya no era la idealidad catatónica de Warhol, sino lo trágico de unas vidas que valen justo eso: un disparo de flash.
Sería interesante, en este punto, interpretar las obras de Longo según Hal Foster hizo con Warhol: si éste sería un adalid del arte traumático, pudiéndose encontrar un puctum por el cual todo lo Real-traumático se filtraría, las imágenes de Longo carecen de esa rasgamiento de la pantalla-tamiz y se propone como tiempo condensado, puro tiempo enclaustrado y listo para consumir. Ya, por fin, no hay salida.



Y no hay salida porque todo son efectos: la imagen condensa el tiempo y no hay ya nada que desocultar. Nada que poner ante-la-mirada en un gesto traumático ni nada tampoco que quitar-de-la-mirada.
En este sentido, la exposición que hasta el día 26 de febrero puede verse en la Galería Soledad Lorenzo es puro Longo: escenificación y efectos condensados unos tras otros. Dibujos de grandes dimensiones y teatralización de la puesta en escena para una experiencia artística que se comprende como efectista escenificación en busca de sentimiento. Nada ya de buscar lo chocante y lo espectacular; de lo que se trata, según Longo, es de levantar un teatro de los sueños digno de nuestra época. Solo que, como bien debería saber, nuestros teatros se levantan ya solo en la alegorización de un trauma o en la anamnesis de una tragedia.
Longo se inmiscuye en las telas de la producción de imágenes a escala global e intenta romper la secuencia del reapropiacionismo hay donde, al menos aparentemente, más duele: donde la serialización y demás estrategias poperas lindaban ya con el diseño de masas y la internacionalización de un gusto con aroma a rancio.
A lo que juega entonces Longo es a proponernos la simulación decolorada de un neovanguardismo demodé que tiene en la apariencia y en la escenificación a su mayor aliado. Eso, y que ya no hay dilema que quepa en ninguna imagen: todo el tiempo de la imagen cabe reconcentrado en unos dibujos que aglutinan a su alrededor la parafernalia de lo ya visto y listo para consumir.

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