LILIANA PORTER: SITUACIONS WITH LEVITATING RABBIT
GALERÍA ESPACIO MÍNIMO: hasta el 05/03/11
Desde que Lucio Fontana se atrevió con aquella desfachatez de rasgar el lienzo, la carrera por ver quien llevaba más lejos aquel ejercicio díscolo de practicar la autoreflexión del propio arte hasta el extremo de su propia autodestrucción entró definitivamente en su etapa de máxima aceleración.
Si el arte contemporáneo es en gran parte la manera preeminente de analizar el medio (y el artista por tanto como un privilegiado analista de medios), los ejercicios de autocuestionamiento del soporte tuvieron en las décadas de los 60 y 70 su edad dorada. Rasgar, plegar, ampliar el campo, eliminar el marco, eliminar el lienzo, tontear con lo escultórico, han sido todos ellos –y siguen siendo- estrategias que el arte, la pintura en este caso, ha seguido para realizarse en su propio concepto.
Llevado al límite de lo conceptual, estos ejercicios pueden verse sin dificultad alguna como lo propio a hacer para una época que tuvo en la desmaterialización del objeto artístico su leitmotiv principal.
Liliana Porter parece querer seguir esta tradición asentada ya del todo en lo archirecurrente de lo postconceptual, pero combinándolo de una forma muy particular con los ejercicios semióticos de comprender la pintura como una distribución de signos en la superficie plana del lienzo. Desdramatizando la retórica de la resistencia semiótica, renunciando a dar una vuelta de tuerca más a la neoexpresividad como modus operandi con el que disponer los signos en el espacio-lienzo, Porter une sus fuerzas a extraños poderes que lindan, en un primer momento, con lo narrativo, con la inocencia bucólica del cuento.
Para ella, el lienzo no es ningún problema, sino, más bien, todo lo ocntrario: el soporte más adecuado para contar y mostrar.
Quién sabe si, en última instancia, lo que nos propone Liliana es dejarnos de soliviantar por el qué pasará tras el soporte –la famosa sospecha de Groys- y dedicarnos a saborear la fantasía del acontecimiento de la superficie. Nada, por tanto, de cuestionarse la realidad del qué habrá detrás, nada de seguir al arte en su destinación principal y tensionar la cuerda de la destruktion como estrategia global del arte desde sus comienzos ilustrados.
De ser así –y en gran parte lo es-, sus ejercicios no dejarían de ser, se mire como se mire, la claudicación ante un destino que hace ya tiempo nos agobia y nos traumatiza. ¿Por qué no dejar todo, ya de una vez por todas, en las amables manos del divertimento ñoño y la mojigatería conceptual? Es decir, si ya todo se resuelve en la superficie, si el simulacro ha conseguido el no va más de eliminar cualquier profundidad, ¿por qué ha de seguir el arte erre que erre en su ya desfasado discurso de proponerse siempre como alternativa a la barbarie?, ¿por qué ha de seguir entendiéndose, el arte, como medio para la redención? Lo que propone entonces Liliana es, y aquí puede estar el particular dramatismo, dejar de ser románticos.
Pero también existe otra posibilidad -otra interpretación: y es que ya, habiendo devenido imposible le representar, habiendo arribado lo sublime postmoderno en el límite del no-ver, lo único que queda es narrar microficciones, pequeñas fantasías que den carpetazo a la vieja idea de que el arte lleva en su germen la destinación de una Historia que contar y a la cual, sobre todo, redimir. Es la lógica de lo micro como único modo de resistencia al efectismo global de la telemática y el simulacro que colapsa toda la realidad. Si, evidentemente, cada vez hay menos cosas que narrar, quizá sea le momento de, simplemente, mostrar y dejar que lo micro aparezca rodeada de esa pátina de insignificancia tan poderosa.
Solo así, fijándonos en su querencia por el detalle como ejercicio subversivo, llegamos a darnos cuenta de que los microacontecimientos de Porter, en su inocente siniestralidad, nos son de sobra conocidos. Los personajes parecen lanzados como dados al campo de batalla del lienzo; arrojados, sus existencia parece ser la del después de la tragedia. Pero no solo eso: hombres y mujeres enfrentándose a tareas imposibles, a ejercicios propios de Sísifo, a tareas sin sentido alguno. La extrañeza del juego que ya no es ningún juego, la siniestralidad de lo que de golpe, en su candorosa inocencia, se nos vuelve ajeno y desconocido.
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