viernes, 9 de septiembre de 2011

DE LA INCAPACIDAD DE (CIERTA) RESISTENCIA


AVELINO SALA: BLOCKHOUSE
GALERÍA RAQUEL PONCE: a partir del 01/09/11

En cuanto el visitante franquea la puerta de la Galería Raquel Ponce, ya sabe a qué va a ser apelado: a la resistencia, a ejercitarse, una vez más, en esa categoría tan fantasmal como espectacular de la resistencia.

Y si digo esto es porque la resistencia, en cualquier de sus formulaciones, no ha devenido ya sino en una cháchara moliente y siesteante desde donde el poder del hipercapitalsimo ha temrnado por elevar una de entre las más capacitadas estrategias para crear homogeneidad y disciplina

Debord ya desveló el secreto: “en el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso”. El juego ha sido invertido y no hay salida posible. ¿Cómo optar por una resistencia si toda estrategia de emancipación es tomada por el sistema para su propio beneficio?

La resistencia por la que parece apostar Sala es aquella que, o sorpresa, parece descansar en la cultura como tótem privilegiad desde el que darnos cuenta de la imbecilidad reinante y del poder maquínico de un signo que trae para sí toneladas sobrepotenciadas de cháchara disidente y antagonista.

Sí, obviamente que alguna esperanza habrá que mantener, eso es obvio. Pero una vez que, como dice Jameson, “todo lo que contiene nuestra vida social se ha vuelto ‘cultural’”, la conclusión no puede ser otra que aquella vertida por Jordi Claramonte en su último libro: “la situación con la que nos enfrentamos ahora es que la cultura incluso la que se pretende críticamente o incluso radical se ha convertido en un factor de diferenciación del ‘producto’ que cada cual somos en el ámbito del mercado”.

Es decir, la cultura se ha convertido -oh magia-, en la primera tecnología empleada por el sistema para adiestrar la producción de subjetividades. Poniéndonos insoportablemente foucaltianos, no ya la prisión carcelaria, no ya tampoco el régimen panóptico de la vigilancia, sino un régimen disciplinario todavía más perfecto: aquel conformado por una gama casi infinita de mercancías listas para ser consumidas con la promesa, no ya del ocio y del entretenimiento, no ya tampoco del tener, sino de ejercer nuestra subjetividad de modo más individual.



Formas de vida, mundos de vida, remite ya d forma clara a opciones de mercado y de consumo. Incluso el capitalismo cultural ha traído para sí la forma relacional con la que las formas de disidencia y resistencia estaban empezando a trazar una cartografía de lo no-colonizado. Si Deleuze hizo fortuna con su concepto rizomático de organización, no le anduvo muy descaminado D. Daft –presiente de Coca Cola- al decir que “el negocio de Coca Cola es el negocio de construir relaciones”.

Así, no otra cosa sino carcajadas de hilaridad despertaron aquellos que pretendieron levantar acta de legitimidad epistémica a un movimiento como el del 15-M al situarlo en la vertiente de la estética relacional, estética que ha servido, más que cualquier otra cosa, para ejercer discursitos comisariales plagados de las retóricas ideológicas más empalagosas.

Obviamente que, aquella forma de autonomía artística desde la que –también con Claramonte- apuntar a la creación kantiana de un ‘reino de los fines’ no ha desdeñar en modo alguno el caudal de negatividad que ah caracterizado –con Adorno a la cabeza- toda la autonomía moderna, pero también es claro que ha de plantearse desde otros cotos que no aquellos diseñados desde el maniqueísmo de ellos contra nosotros ni del de acotar playas de liberad desde la cultura.

Quizá, se me diga, Avelino Sala no apele a una cultura ya desmembrada de cualquier potencialidad emancipadora, sino que sus citas de Virgilio, Séneca o Erasmo –realizadas con spray negro, simulando verdaderas consignas rebeldes- impliquen una reasunción de lo que quizá ha quedado olvidado en algún cajón: la cultura como ese entramado que reasigna y recorta el campo de lo posible, que alienta una verdadera emancipación política.

Pero, aparte de la plausibilidad que se otorgue a tales apelaciones, al largo recorrido que tal cultura –alta cultura, por supuesto- pudiera tener en un mundo ya defragmentado en multitud de nodos, en una cosa sí que no parece haber acertado Sala. Y es que el arte debe ser más, mucho más, que el arma arrojadiza –aunque sean libros- desde donde sermonear con la monserga del efecto pedagógico-emancipador en el arte.



Y es que, verdaderamente, nada hay que enseñar porque nada hay oculto bajo ninguna superficie mediática y mentirosa. Si hace 40 años, dice Rancière, “la ciencia crítica nos hacía reír con los imbéciles que tomaban las imágenes por realidades y se dejaban así seducir por sus mensajes ocultos (…) ahora la ciencia crítica reciclada nos hace sonreír ante esos imbéciles que todavía creen que hay mensajes ocultos en las imágenes”. El mecanismo es el mismo y su capacidad de funcionamiento casi infinita: “la máquina puede funcionar así hasta el final de los tiempos, capitalizando la impotencia de la crítica que desvela la impotencia de los imbéciles”.

Así, una estrategia de resistencia válida no sería aquella que nos devolvería la imagen invertida de aquella otra ocultada por el sistema hipercapitalista, sino aquella que convirtiese a los incapaces en capaces, a los condenados en emancipaos ciudadanos. Para ello, como no, la cultura, en caso de trazar un símil imposible e identificar la cultura con ‘el saber’, es básica.

Pero, obviamente, no se trata de formar una barricada y arrojar libros. Se trata de saber quien tiene el saber y como lo distribuye, se trata de subvertir el régimen de capacitaciones, se trata de reasignar competencias. Se trata, en fin, de política.

No hay comentarios:

Publicar un comentario