lunes, 28 de noviembre de 2011

GRANDES FACHADAS, GRANDES RELATOS: LA MENTIRA COMO LUGAR COMÚN DEL ARTE


MARLON DE AZAMBUJA: GRAN FACHADA
GALERÍA MAX ESTRELLA: 03/11/11-05/01/12

Aunque esta es la primera exposición de Marlon de Azambuja para una galería madrileña su trabajo es ya ampliamente conocido entre nosotros. No por nada, reside desde hace seis años en la ciudad de Madrid. Entre los eventos más aplaudidos que ha podido llevar a cabo entre nosotros, quizá quepa destacar su intervención en el Matadero de Madrid para la serie Abierto por Obras y su exposición en el CAAM de Las Palmas de este mismo año (La construcción del Icono, comisariada por Omar–Pascual Castillo).

Pero sin duda que para muchos –porque así ‘es’ el arte- su nombre quedó imborrable en nuestra memoria cuando, en la pasada edición de ARCO y al acercarnos al stand de Max Estrella (galería donde ahora expone), pudimos ver unas extrañas jaulas con pájaros incluidos las cuales, unos segundos más tarde, pudimos reconocer como el armazón arquitectónico de los museos-iconos que pueblan –y dan lustre y glamour- al mundo del arte contemporáneo.

Ese choque entre los píos de los pajaritos y el poder ‘maligno’ que desprenden estos lugares capaces de catalizar y territorializar por sí mismos toda una pluralidad de flujos hipermediáticos, desvelaba por sí mismo, en una operación tan potente como humorística, toda una política del arte que, aunque se ampare en lo interdisciplinar y lo rizomático, queda atrapado en una geografía del poder que emerge como fantasmagoría propia del capital.

Pero, aunque el material ‘en bruto’ con el que trabaja comúnmente Marlon es la arquitectura, dos pueden considerarse que son sus estrategias de ‘demolición’ preferidas. Si en una de ellas se muestra partidario de resaltar lo ya existente para marcar –o mejor aún, subrayar- la relación que media entre individuo y arquitectura, en la segunda se torna más mordaz, incisivo e irónico deparándonos unas obras de factura cuasi humorísticas que son capaces de desplegar una mordaz crítica social de la arquitectura-icono encarnada de modo emblemático en los museos de arte contemporáneos.


 
Si la anteriormente citada museo-jaula pertenecería a la segunda de estas estrategias, lo que ha llevado a cabo el artista para la primera de ellas es un ‘envolvimiento’ de los territorios y zonas arquitectónicas que pueblan ese espacio común tan amplio como complejo, llevando a cabo así un estudio de lo que vendrían a ser sus temas predilectos: la ciudad, el espacio y la arquitectura.

Si tal práctica pudiera pensarse heredera de Christo, el interés de Azambuja no reside tanto en sumarse a la consabida desmaterialización del objeto artístico, sino a incidir en el aspecto performativo de toda arquitectura: el cuerpo, el movimiento, crea en su habitar una relación con el espacio y con el entorno material circundante. En definitiva, el interés de Marlon está en la ciudad y su arquitectura no ya tanto como lugar físico sino como lugar psicológico y relacional.

Esta exposición, como decimos la primera en una galería madrileña, deja de lado su preocupación por la arquitectura como topografía relacional, para fijarse en su poder totémico referido en exclusividad al museo de arte contemporáneo como fenómeno de una época donde el arte, hiperinstitucionalizado, ha creado ya su propia fantasmagoría: Si por una parte ya no existe ciudad sin museo de arte, si las ‘rutas del arte’ colapsan día tras día los mejores muesos del mundo, por otra parte la distancia que media entre el espectador y el arte es cada vez más grande hasta hacerse ya insalvable. Incomprensión, odio, resquemor, sino ya incluso aquello otro de la panda de vividores e inútiles, son los epítetos más comunes que el ciudadano medio es capaz de versar sobre esa entelequia escenificada que responde al nombre de ‘arte contemporáneo’.

Así, el museo totémico firmado las más de las veces por el arquitecto icono que reproduce fidedignamente la megalomanía loca y trastabillada del esperpento mediático en que ha venido a caer la paranoia de la arquitectura-espectáculo, forma parte como pocas otras instituciones a la desfundamentación de la institución a la que da vida. En este caso, el del arte, desartización se llama al proceso: el museo, incardinando al arte dentro de las transacciones económicas del turismo, elevando al arte ha consabido lugar al que, de modo casi urgente, ‘hay que ir’, ayuda e incita al propio arte a huir de sí mismo, a replegarse dentro de una esencia donde permanecer idéntico a sí mismo y en espera de mejores tiempos.

Así, el museo como quintaesencia del arte, expulsa al arte de sus propio templo: aquello que lo substancia es precisamente el olvido de su propia esencia. Y, ¿hay modo más sutil y contundente que representar esta sintomatología ilustrada del proceso histórico del arte que dar cuenta de esta antinomia consubstancial al propio arte que con un pájaro encerrado en una jaula con apariencia de museo-totem?


 
Para esta exposición, además de esta pieza, pueden verse seis dibujos de otros tantos museos de arte moderno donde la pureza de las líneas resaltan la geometría casi perfecta de sus fachadas a través de una labor de sustracción y vaciamiento donde el rotulador de Azambuja rearticula la esencia de cada estructura. Y es que la imagen–museo es sustraída y referida únicamente a sus mínimos componente para consignar la huella de la ‘marca cultura’ en el entorno. Con similar propósito Azambuja lleva a cabo una labor deconstructiva de collagues donde fachadas de museos archi-reconocidos configuran una especia de ‘imposible monstruoso’, de mole arquitectónica, donde por muchos desplazamientos, recortes y superposiciones la mirada del espectador no deja de reconocer lo obvio: el museo como lugar de reconocimiento, de reificación y tematización de todo lo que queda referido al ‘mundo del arte’. En definitiva, una vuelta de tuerca más a ese ‘imposible escapar’ desde donde el museo ejerce su despótico y escópico poder.

Por último, en esta labor de intervención poética desde donde desvelar cómo los lugares comunes del arte no son más que narraciones llevadas a cabo por el maisntream más conservador, Azambuja desmonta el mito de la presencia casi privilegiada del artista latino en los circuitos del arte internacional con el solo gesto de borrar y eliminar de los libros de textos toda aquella referencia que no sea de una artista latino. El resultado, como cabía esperar y a pesar de los dictados ideológicos de esa gran farsa que es la cada vez mayor presencia de las otredades son libros casi del todo vacíos.

En definitiva, un primer trabajo galerístico de un artista que sorprende por su capacidad renovadora de proponer esa indecibilidad manifiesta en el mismo núcleo del arte. A base de choques y reverberaciones, de exclusiones y sustracciones, de desplazamientos y reorganizaciones, Marlon de Azambuja logra, si no desarticular, sí al menos dar cuenta de la gran fachada del arte como una conglomerado de lugares ideológicos.

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