domingo, 13 de noviembre de 2011

PICASSIZANDO QUE ES GERUNDIO: PICASSO EN EL ATOLLADERO

ROGELIO LÓPEZ CUENCA: SOBREVIVIR A PICASSO
GALERÍA JUNA ADE AIZPURU: 05/11/11-10/12/11

Quizá suena a frase hecha, claro: pero lo cierto es que el sistema es implacable. Ahora, una vez ha devenido indiscernible el mundo del arte con el del no-arte, la trabazón epistémica que se produce entre ambos mundos potencializa y despotencializa por igual ambos frentes. Si por una parte la capacidad del arte de remitirse a su promesa de emancipación, ha de quedar injertado en los procesos que crean comunidad, por otra parte es más que claro que este trasvase de los mundos de vida a lo que pudiera llamarse la autonomía del arte, lo hace de modo casi único apoyándose en la forma del fetiche-mercancía. Así, el Capitalismo ha devenido Capitalismo Cultural: la reabsorción simétrica de los mundos de la cultura y de la economía han dado como producto una simbiosis extraña, un pleonasmo social donde toda forma de subjetividad queda cifrada en la lógica de fluídica del hipercapital y de la tecnovigilancia.

Muchos apuntan en que el futuro de la cultura remite sin vacilación al hecho de tomar a esta, a la cultura, como valor de cambio, como nexo de información capaz de desplegar potencialidades de no sé sabe muy bien donde. Uno, más dado a fenomenología en la apertura de la huella estética, más cimentado en la materialidad de la mirada indómita, de la sensorialidad que reorganiza políticamente lo común, no es muy dado a pensar en que esa salida pueda siquiera pensarse como salida.

Pero el hecho de que esto sea así, no significa ni mucho menos que sea algo nuevo: el aparente fracaso de las vanguardias –justo ahí cuando la institucionalización del arte corría ya pareja a la emergencia del capitalismo industrial- no es más que la imposibilidad casi endógena no ya de emancipación ni redención, sino de la más mínima resistencia.

Rogelio López Cuenca ha dispuesto en esta exposición para la Galería Juana de Aizpuru de todo un entramado de obras que vienen a redundar en la iconografía de un genio, Picasso, reconvertida en marca registrada. Y quien dice marca registrada, dice tótem-vale-para-todo: para el asalto de las fuerzas políticas al tinglado cultureta, para la promoción de una ciudad, de un modo de vida, para la publicitación del vino o, este es el caso más palpable, para hacerle santo y seña de una ciudad entera, Málaga.
Si en la sala principal López Cuenca propone una serie de lienzos que ya apuntan a lo picassiano como un estilo ya universal, como un diseño de marca propio, en la sala más pequeña ha recreado lo que pudiera venir a ser una tienda de recuerdos, de esas a las que todos hemos entrado cientos de veces en diferentes ciudades del mundo, buscando no ya el recuerdo, sino, diríase, la promesa del olvido -del poder olvidar-, de que ya está, ya hemos estado, lo hemos visto y podemos regresar a la tranquilidad del hogar y olvidarlo todo cuanto antes mejor y así estar presto y dispuesto a una nueva aventura. Y es que parece que la sintomatología de coleccionista, ese trauma endémico que parce remitir a un complejo mal resuelto, a un fallo en la resolución del juego psicoanalítico de las presencias-ausencias, ha alcanzado a todo humano de manera que no logre llevar su existencia a cabo si no es soportándose en su repetición mas demagógica: no ya –y aquí igual me pongo un poco denso-, pero no ya la repetición de la palabra original, no ya la repetición del gesto que abre, de la huella, sino la repetición maquínica de la paranoia, del simulacro. Una taza con el rostro de Lady Di, una góndola, el muñequito berlinés del semáforo, un ‘I love Paris’, etc, etc, si no ya una camiseta con el careto de Kafka, Maradona, Velázquez, James Dean, el Che, etc. Lo importante es, como decimos, poder olvidar, pasar por esa casilla y disponernos ya para el siguiente asalto.

Si la cultura está condenada a fracasar en ese tegumento explícito de cultura y capital, de economía y arte, es porque no hay más que ver la situación actual para darse por vencido: lo mismo Warhol que Rafa Nadal, lo mismo Duchamp que Lady Gaga, lo mismo Picasso que Paquirrín, lo iconografía del marketing causa sus estragos allá por donde pisa.

Así la tienda de souvenirs de López Cuenca es la cosa más irónica y divertida que hemos podido ver en tiempo: desde la Costa del Sol vendiendo sol, fiesta y sexo, hasta la promoción del vino de la zona. Todo lleva la marca Picasso, todo se vende a través de Picasso, porque Picasso, como se dice ahora, es poder de marca.

El título deja bien a las claras cual es la preocupación del artista: sobrevivir a Picasso, sobrevivir a este sustrato ideológico que da pábulo a todo aquello que concite un ejemplo de excelencia para después hacerlo suyo y desmontarlo como le plazca.

Pero López Cuenca no se contenta con mostrarnos aquello que, más bien que mal, todos sabemos, sino que se enfanga en orquestar un ejerció político de denuncia, en operar una fractura en el devenir quiásmico de nuestra mirada: si en un video se nos muestran imágenes distorsionadas del día en que se inauguró el Museo Picasso de Málaga -verdadera punta de iceberg de la paulatina 'picassización' de Málaga-, en otro se pueden ver noticias de aquel mismo día acerca del gran número de pateras naufragadas frente a las costas andaluzas debido al mal tiempo. La contradicción emerge con tal potencia que poco queda que comentar.

Pero donde acierta de lleno es en plantear unos lienzos en negro donde solo puede leerse la siguiente leyenda: “for copyright reasons image is not available“. Tal composición nos lleva a pensar en la ‘marca Picasso’ como verdadero generador y promotor de imágenes adherido sin ningún ipo de fisuras al engranaje escópico privilegiado por el sistema.
Es aquí donde toda la paradoja del arte contemporáneo, como producción ilustrada cifrada en la producción de objetos según la lógica de los medios y de los fines –referida en pocas palabras a la ley de la oferta y la demanda, del mercado y de la transacción mercantil-, y, al mismo tiempo, como emplazamiento desde donde poder pensar al posibilidad de una comunidad social en vías de emancipación y redención, toma la forma más perversa posible: la de ser un entramado socio-económico al servicio de la distribución y exhibición de imágenes.

En definitiva, una exposición esta que nos enseña nada nuevo pero que su simple puesta en marcha nos hace enfrentarnos con una realidad con la que el arte ha de lidiar día sí y día también: la de su imposible fractura, la de la imposibilidad de diseñar su propia historia, la de no comprenderse más como en retirada si no incluso en derrota constante.

Así el arte, como elemento de primer orden desde donde comprender los procesos culturales, se desdobla en esta exposición para hablar de sí mismo, de su triunfo y de su tragedia, de la paradoja por al cual, su excelso triunfo lo pervierte de tal manera que no queda campo de fuga por donde evadirse.

Porque, a las pruebas ha de remitirse uno: ¿qué tipo de cultura revierte en el sustrato social de una ciudad como Málaga después de su progresiva y ya endémica picassización?, ¿qué narración puede tener para sí el arte y la cultura de dicha ciudad si la marca Picasso ha sido erigida en motor desde promover el progreso capitalista?

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