viernes, 14 de septiembre de 2012

DAVID ESCALONA: EN LA HERIDA, EN EL LÍMITE


DAVID ESCALONA: BAJO LA CAMA
GALERÍA FÚCARES (ALMAGRO): Hasta el 11 de octubre de 2012

 Como continuación casi perfecta a la exposición que el pasado otoño se pudo ver en la malagueña Galería Isabel Hurley, ahora David Escalona recala en Almagro, en la Galería Fúcares, para presentar sus nuevas búsquedas y nuevos interrogantes. Si en la anterior muestra sus indagaciones merodeaban alrededor de la palabra “pan”, en esta ocasión es la rememoración de aquello que de niño había debajo de su cama lo que estructura la exposición. Y es que para Escalona el arte tiene esa forma, nada común por otra parte, de búsqueda incesante. Una búsqueda que parte del pasado pero no para comprenderlo ni digerirlo, sino para propiciar el desgarro, para situarse en esa falla donde nuestra seguridad empieza a descomponerse en multitud de fragmentos.

Dicho lo cual, avanzamos. Todos tenemos un punto desde el cual catapultarnos a una comprensión más primigenia de nuestro ser más íntimo. Porque no hay que ponerse muy psicoanalítico para comprender que es un vacío estructural, una nada que se desliza en torno a zonas de invisibilidad, lo que nos va construyendo en el tiempo. Un trauma, un rasgar el velo de la mismidad para darse cuenta de que existe el lenguaje y los otros, para darse cuenta que el enfrentamiento de igual a igual con la realidad es imposible, que solo cabe comprendernos –comprenderles- bajo la horma de una simbolización radical.

Para él fue el accidente. Ese que ocurrió cuando de niño su mano quedó atrapada en una de las máquinas del obrador de pan de sus padres. Todo su trabajo como artista consiste en volver a ese origen germinativo donde anida siempre del otro. Porque, ¿no es la construcción de nuestra subjetividad el robo sistemático que se le hace a aquel otro que podíamos haber sido? Siempre una presencia que alude a esa ausencia que nos susurra, a esa oportunidad perdida que siempre somos.

Pero Escalona lo tiene claro. No se trata de reelaborar el trauma, no se trata de insertar el accidente dentro de una secuencia donde la narración tenga pleno sentido. Ya decimos que nos encontramos más bien en las cercanías de la ausencia. Es decir, nada de Freud. Más bien es practicando ese esquizonálisis tan deleuzniano como nos podemos enfrentar a nuestros fantasmas, incluso a este en que hemos terminado enjaulados.
 


Nada de interpretarnos, nada de dar una explicación consecuente al relato de nuestras vidas. De lo que se trata es más bien de lo contrario: de hacer la herida más grande, más poderosa, llenarla con el tiempo de una existencia para la que siempre –y quizá porque sabemos que lo hemos perdido todo- todavía cabe una mínima esperanza. Es decir, nada de volver a la seguridad de nuestro “yo”, sino de mantenernos en la indigencia de esa separación que siempre seremos.

Así entonces, su obra no trata de buscar sumergiéndose en las inmundicias de nuestro pasado para explicar mínimamente este presente paralítico que disfrutamos. Más bien es manteniéndose en la superficie de lo simbólico donde Escalona sabe que se haya, no ya la respuesta, pero sí la pregunta correcta. Es, como bien dice el texto de Chantal Maillard que le vale a nuestro artista de introducción, deslizándose cómo se puede obtener alguna respuesta diferente de aquellas que se nos venden y que remiten a la dialéctica bien sabida de la enfermedad y la sanación: “se trata de aprender una nueva forma de honradez...tomar conciencia del vacío, de la página en blanco, de la posibilidad de ser: de hacerse. A partir de ahí, podrán empezar a hablar".

Porque es en la superficie donde la herida empieza supurar y no para; donde el dolor toma otro nombre para reconvertirse en pathos, en senda inencontrable a través de los años y los días. Es en la superficie donde acontece la gran parataxis, la desmedida de un murmullo gutural tratando de decir, de poner nombre, de acotar, enfrentándose a la imposibilidad de cerrar nunca el círculo. Porque, ¿qué sabe mi dolor de mí?, ¿qué sabe la enfermedad de mis límites? No hay límite sino el que nos damos, no hay dolor sino la atestiguación de una cura como existencia, no hay incapacidad sino aquella que se forja en la posibilidad más radical: la de la apertura de ser.
 

Sus obras por tantos no son evidencias sino metáforas de una ausencia, rodeos prelingüísticos que se sitúan en la frontera misma donde lo bello y lo siniestro se separan siendo uno la posibilidad del otro. Porque, en ese vuelco hacia el futuro que toda búsqueda iniciática origina, es justo lo más cotidiano lo que se nos muestra como más desconocido. Quizá Escalona está aquí buscando lo inhóspito, el unheimlicht freudiano: aquello que de tan cercano se hace extraño. Aquella herida que de tanto ser suya deviene extraña; aquel destino que te danto llevarlo cosido a nuestra vida termina por rasgarse en una herida sin fin y al que ya ni reconocemos.

Esa es la razón de porque Escalona se sitúa en el límite de lo visible. Y es que, si como dejó dicho Eugenio Trías lo siniestro es aquello que teniendo que mantenerse oculto, termina por desvelarse y salir a la luz, su trabajo consigna los modos de visibilidad de esa herida, de esa cicatriz interior que todos llevamos dentro. No trata de ocultarlo bajo el velo taimado de la belleza, sino que su ejercicio apunta a otro tipo de mediación, otro tipo de representación.

Si también sabemos que una vez descorrido el velo, una vez enfrentados cara a cara con el miedo y espanto que causa lo siniestro, no hay nada, absolutamente nada, de lo que se trata es de hacer de algún modo presente esa ausencia fundacional. Aquí Escalona es más que preclaro: la metamorfosis, el límite de lo perceptible, aquello que aunque está ante los ojos no se ve. ¿Qué hay debajo de las vendas de su herida?, ¿qué hay en los capullos de seda que guardaba debajo de su cama? No sabemos, simplemente un límite; una frontera entre aquello que podemos ver y lo que es preciso mantener oculto.

En definitiva: trabajar con esa ‘nada’, acercarnos lo más que podamos a lo noúmeno sin quemarnos en el intento, sin que el dolor termine por desagarrar todas nuestras heridas, dejar que la memoria se abra a la infinidad de posibilidades que a cada instante se abre al vivir.

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