ALLAN SEKULA: BLACK TIDE/MAREA NEGRA, 2002/03
GALERÍA DISTRITO 4: 13/11/12-30/01/13
Dicho con suma brevedad: el trabajo
fotográfico de Allan Sekula se queda
en las antípodas de lo que el arte necesita para tener aún el valor de erigirse
como tal, en lo antagónico de lo que el arte necesita para invocar su nombre y
no caer de inmediato sonrojado y abochornado.
Porque, quien se adentre en ese
ejercicio genial de sincretismo literario que supone la obra de Menéndez Salmón podrá escudriñar la
verdad del arte: mirar, mirarlo todo; y la problemática que de inmediato surge:
¿cómo mirar tanto horror sin apartar la mirada, sin perder el sentido de lo ay
de pro sí carente de sentido?
Obviamente la apostilla de Adorno, aquella en la cifraba la imposibilidad
de escribir poesía –hacer arte- después de Auschwitz,
no es en modo alguno una regla sino más bien la carga de una memoria, la
responsabilidad que el propio arte tiene con los ejercicios de visibilidad desde
entonces promovidos.
Porque antes sí, antes uno podía coger
la cámara y liarse a denunciar el sistema-mundo y el horror sobre el que está
construido: para un mundo aún no devenido espectáculo era posible utilizar una
crítica de la denuncia amparada en el “simple” acto de ver las injusticias de
un mundo destinado a la barbarie. Pero ahora, cuando la barbarie ha terminado por
acampar entre nosotros –cuando el documento de barbarie señalado por Benjamin adquirió naturaleza técnica
maximizando el horror y optimizando los recursos empleados para tal fin-, cuando
el mundo ha terminado por convertirse en el espectáculo hiperreal de sí mismo, cuando,
en definitva, lso “actos de ver” –utilizando la teoría de José Luis Brea- se
han convertido en sí mismo en un ejercicio de resistencia frente al oprobio de
un régimen panóptico instaurado a escala global, ahora –decimos- las
estrategias no pueden ser las mismas.
Porque, en tal caso, el mancillamiento
en el que se incurre, lo asqueroso de barrenar de golpe y porrazo la esperanza
de todos los desesperanzados, lo obsceno de saltarse por la geta las
disposiciones más básicas de lo que debe ser el destino del arte, hacen que la
obra –como en este caso- sea indigerible.
Que los
disparos que Sekula realizó –a petición
de La Vanguardia- sobre la tragedia que
desencadenó el “Prestige” puedan aún
a estas alturas ser inquiridos como obra de arte es de un mal gusto terrible:
¿es el arte la documentación preciosista de los acontecimientos, acontecimientos
cuanto más trágicos e injustos mejor?, ¿qué busca tal “mirar”?, ¿cómo, después
de tanto horror y sangre, puede el arte contentarse con retratar y ver de tal modo?
Sin duda que una de las funciones que
más importante tiene el arte es la de servir de testimonio: pero tal testimonio
–el “cargar con todas las culpas del mundo” de Adorno- no puede basarse en ejercicios que tienen aún en la crítica
clásica su razón de ser. Porque desvelar los mecanismos “ocultos” de la ley de la
dominación, amparada obviamente por el Capitalismo Cultural, no tiene reparos
en hacer, como apunta Rancière, y
como ocurre en el caso que nos ocupa, “de toda protesta un espectáculo, una
mercancía”. El saber, cuando el espectáculo se ha convertido en realidad
global, la denuncia o la emancipación, son solo ejercicios de simulación bien
precisos que reproducen la misma lógica de la ley de la dominación nada más que
invertida.
Por último, claro está, esta
estrategia discursiva todavía heredera de los primados miméticos, tiene en el
concepto de sublime la estructura vertebral que sostiene el edificio entero: ese
silencio ante la belleza del infinito mar negro, esa simpatía poderosa de los
voluntarios, esa orografía herida de la Naturaleza (sí, con mayúscula). Pero lo
sublime no es más que un concepto extraestético, diseñado por Kant para que las cajitas de la razón
encajen una en la otra, que se ha revelado como el intento de la razón
occidental de querer olvidar incluso el olvido, de olvidar incluso el olvido
para poder presentarse –la razón- como dueña de sí. Lo sublime: la apelación a
un límite numinoso donde el mirar calla ante lo sagrado… de tanto horror, de
tanta violencia, de tantas víctimas desesperanzadas dejadas por el camino. Si
lo sagrado es algo es la espera infinita, la memoria sustentada en su propia
imposibilidad. Poner puertas a esto es hacer del arte un imposible.
Resumiendo (que creemos
nos hemos ido un poco del asunto central): llegará un día, como observa el
propio Menéndez Salmón, en donde toda
la extensión del planeta será fotografiada y, por tanto, administrada en el
silencio de candorosos y buenistas ejercicios de visibilidad. Si alguna misión
tiene el arte es incomodar tal misión, la de evitar convenir un mundo
servilmente administrado. Si alguna misión tiene el arte sería la de
ejercitarnos críticamente con miradas que saben que el horror existe aquí
mismo. Acertar a encontrar una vía novedosa no renuente de archisabidas poses
de vengador solitario es la labor más acuciante que para sí tiene el arte.
P.D. Dejamos para regocijo del lector
reflexione sobre el calado y hondura del subtítulo de la exposición, subtitulo que hace referencia, según la hojita de
sala, “a un supuesto silencio “operístico” imaginario del suceso que durará 30
años”: “Fragmentos para una Ópera”. Para
descacharrarse de risa.
Creo que deberías ver las otras fotos que se hicieron sobre el desastre del Prestige, algunas de artistas españoles ... Es injusto y frívolo en su texto, el arte se hace con tres puntos de vista, la obra, el espectador y el artista. En el centro del triángulo es el mundo y no un ego.
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