viernes, 18 de enero de 2013

NOT VITAL: ARTE PROFILÁCTICO


NOT VITAL: 5 SPANIARDS & NOTHING
IVORYPRESS: hasta 20/01/13

 Un arte profiláctico, muy à la Foster. Un arte de ampulosidad, de vana y efervescente ampulosidad. Un arte grandilocuente hasta lo enfermizo que encuentra en la frusilería de lo mundano su contrapartida más efectiva. Un arte, en definitiva, para regodearnos en lo bien que lo pasamos juntos, en lo fascinante que es saberse connaisseurs de un mundo tan ciclotómico y glamuroso como este del arte

De arte epidérmico e hiperhigiénico: así, de primeras, cabe entender el arte de Not Vital, un bon vivant postmoderno que no tiene reparos en mezclar, en el coctel caleidoscópico que forma el grueso de su trabajo, todo lo que le ofrece la bastedad casi infinita de un mundo global.

Porque lo suyo, a las claras y sin discusión alguna, son obras de arte, preciosas obras de arte dispuesta para ser dispositivos de conocimiento y experiencia sutilmente planeadas. Urgidas en la sensibilidad de un hombre extemporáneo, las obras tocan puntos nodales de la humanidad entera: ante todo, el ciclo natural del vivir y el morir. Quizá entonces, de tener una organicidad sistemática, su trabajo aludiría a testimoniar cómo la gran pregunta es la misma en todos los rincones de la tierra: la pregunta por la vida, el misterio orgiástico del ciclo de muerte y vida del que, sin quererlo ni beberlo, formamos parte.

Así, ya sea en su natal Suiza, en Nueva York donde vive asiduamente, en Níger o en Italia donde también parece pasar temporadas, Not Vital integra en un totum revolutum intuiciones básicas referidas a las culturas en las que se consustancia en su periplo vital.
 
 

El origen, como no, en su pueblo natal: Sent, en el valle de Engadina, cerca de la frontera austríaca, una región donde la relación con la naturaleza es primordial y donde clima, paisaje y mitología se unen para construir una relación íntima con la dureza del medio natural. Un origen que, por otra parte, marca aún hoy el discurrir de buena parte de su obra: de blanco impoluto, en alusión a lo primigenio de una visión siempre nevada, Vital dispone formas simples para trazar el potencial inconscinte de la vida.

Pero tan pronto como la discursividad que trata de enfatizar su obra toma aire, uno se percata de que los propósitos se quedan ahí, en propósitos. Porque el popurrí estratégico en que, como buen hijo de la postmodernidad, incurre es de tal calado que solo logra una distancia infranqeable, un sentido que se cae apenas levanta el vuelo.

El propósito, no obstante, del artista es claro: que la tensión que se produce entre lo orgánico de la forma y lo inorgáncio del material depare una contemplación novedosa de lo que aletea latente detrás de sus trabajos: la vida, la muerte, una misma meditación sobre el tiempo, sobre la naturaleza, sobre el hecho privado y colectivo de existir. Así, muchas de sus piezas toman como punto de partida los materiales del artesano –aquel que pareciera estar más unido a la organicidad de lo vivo-: cristal de Murano, orfebres joyeros del norte de África, papeles de artista de Bután, etc. Persiguiendo ese mismo propósito de captar lo original con que debemos relacionarnos con la naturaleza, son el oro, el aluminio, el marmol, sus materiales más queridos, elementos que aluden a la durabilidad, dureza y aislamiento del medio.


Pero es tanta la frialdad expositiva, tanto lo que se quiere atrapar bajo el formalismo desnudo del minimalismo, que sus obras desbarran en la egolatría de unas experiencias que son todo lo bonitas que se quiera pero que, al fin y a la postre, son solo suyas. Celebrar la vida sí, pero es tanta la distancia, tanto el cuidado que parece ponerse para no mancharse en el proceso, para no abandonar su posición de privilegiado observador, que sus propuestas se quedan en preciosos ejercicios de postmoderno onanismo.

Y es que, cuando se quiere asir el todo, lo más probable es que, como cifra una de sus obras aquí se presente, se esté en condiciones óptimas de acabar en la nada.

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