martes, 11 de junio de 2013

LEANDRO ERLICH: LO ABERRANTE COMO POSIBILIDAD ÚNICA DE LO HABITABLE


 
LEANDRO ERLICH: LOST GARDEN
GALERÍA NOGUERAS BLANCHARD: 25/05/13-20/07/13

Hay una cita de Vattimo muy celebrada y que, para el caso que nos ocupa, bien puede saludarse como leitmotiv: “la trasformación más radical que se ha producido entre los años sesenta y hoy, en lo que respecta a la relación entre arte y vida cotidiana, se puede describir, me parece, como paso de la utopía a la heterotopía”. Es decir, el pensar imaginativo está amputado de cualquier consideración utópico-redentora y, en la era de lo post, solo caben alegaciones para un palimpesto topológico que venga a salvarnos de la ruina generalizada. Mixtura de espacios, entonces, para anestesiar el horror de estar arrojados a un habitar inhóspito.

Así, si como Jameson sostuvo y Cereceda hace bien poco ha recordado, uno de las signos distintivos del arte postmoderno es la sustitución del tiempo por el espacio, ello no es por otra razón que por la introducción de lo aberrante en el seno de lo real. Esta injerencia de lo aberrante hace patente que no existan más que posiciones ideológicas ocupadas en hacer todo lo posible por simular un hogar ahí donde, más bien, solo tiene lugar el horror. Y es que cuando el tiempo se ha desquiciado y el pliegue representacional queda cerrado, solo nos queda un manierismo barroco capaz de dotarnos de efectos escópicos de profundidad y que, transidos de impotencias, solo den en ofrecernos lo aberrante de unas arquitecturas fantasmáticas.    

Así entonces, lo aberrante remite al hecho de que el pliegue entre la realidad objetiva y la realidad virtual se ha resuelto como inoperante frente a una nueva ideología de base: aquella que hace percibir todo espacio como la enajenación de una familiaridad ya perciba y descompensada. Ya no hay posibilidad de referirse a una verdad bajo las apariencias ni a un secreto fundacional que ha terminado por resolverse como inoperante. Así, el secreto acampa a sus anchas y, desconectando toda posibilidad de emancipación, solo sabemos que estamos acomodados en lo inhóspito, arrojados al continuo acontecimiento –vigilado y retransmito on-line– de la ruina. Y es que el secreto (heimlicht) está siempre en casa (heim): estamos ya expatriados y, como dijo aquel, en ningún sitio mejor como fuera de casa.
 

 
Lo aberrante –resumiendo– está entonces en la visión que, zaherida en una profundidad que no encuentra, se trastabilla en encontrar un punctum, una salida. No habiéndola, habiéndose cerrado el pliegue escópico en una inmediatez de lo mismo, la visión se entronca sobre su propio eje para hacer saltar la chispa de lo inhóspito. Reducida la perspectiva a cero, la mirada se enajena haciéndola confluir con su propia extrañeza. En definitiva, la mancha humana ha resultado incapaz para crear un sortilegio frente a lo real. No somos nosotros los que miramos, es la imagen la que nos mira: incapaces de encontrarnos preferimos evitar cualquier encuentro traumático con lo real dejándonos seducir por el reino inhóspito de lo aberrante.

No obstante, no debemos establecernos en el silencio ante lo pavoroso y comulgar con ruedas de molino para, de una manea u otra, seguir sobreviviendo pese –y gracias a– la decadencia generalizada. Tenemos que tener las agallas para tener conciencia de que eso habita entre nosotros; no ya solo que existe lo pavoroso, sino que está, precisamente, ahí mismo donde habitamos.

En eso consiste, pensamos, el trabajo de Leandro Erlich: crear la heterotopía como salvoconducto con el que conjurar nuestra silente claudicación. Enajenar la mirada, violentar la visión, crear la paradoja en perspectivas que “ven” solo siendo vistas. Es decir, la autoreferencialidad como estrategia para pervertir una mirada que no puede seguir siendo tan cainita.

Pese a esto, el trabajo de Erlich puede también ser susceptible de ideológico, de reaccionario. Porque, ¿no es también ideológica la postura que postula la existencia de una serie infinita de realidades virtuales que se reflejan unas en otras?, ¿no es calibrar erróneamente la impronta de sus obras con apelaciones  a la sorpresa que causa una percepción desquiciada? Incluso, apelar a interactividades es querer minusvalorar la potencia de su trabajo. Es decir, querer dar cuenta de esta ruina histérica, amnésica y desoladora que supone el espacio de lo post para hacer de él un circo interactivo, una pantalla más donde el espectador pase un buen rato en su existencial extrañeza, es tener por poca cosa el calada de esta estrategia de acoso y derivo del artista argentino.
 
 

Es decir, no hay lo ficticio por contraposición a lo cotidiano; no hay lo siniestro por contraposición a lo hogareño. Si el espejo, por ejemplo, y según la definición de Foucault, es una heterotopía, lo real no es ninguno de los dos lados del espejo, sino la superficie misma del espejo, aquello que no se puede tocar porque, de hacerlo, la propia huella dactilar impediría la visión. Lo real es entonces la propia visión aberrante, la pantalla misma concebida como el obstáculo que desde un principio siempre distorsiona nuestra percepción del referente

En definitiva, no hay un dentro y un fuera, un real y un irreal: el espacio de la heterotopía es el espacio propio de la mirada, un espacio que ya no sabe de perspectivas ni profundidades sino que se ahoga en un infrafino duchampiano. Pese a que hay teóricos que citan a Borges –quizá por cercanía nacional– para explicar la obra de Erlich, nada más lejos de la realidad: si de algo estamos huérfanos es de ese aleph multidimensional, de ese multiuniverso esférico que lo ve todo desde cualquier posición. Ese aleph, se mire por donde se mire, remite a una utopía hace ya tiempo abortada: la técnica reproductiva de las imágenes no han venido a ampliar el mundo, sino a condensarlo en un aura nueva; no ya esa lejanía de Benjamin, sino un aura cifrado en el sex-appeal de la imagen que refulge centelleante en la pantalla, una imagen que aúna –en su instantaneidad- la máxima voluntad de poder.

El interés por tanto, y para terminar, de la obra de Erlich no es ofrecernos el otro lado del espejo, la panavisión escópica de un mundo reflactado hasta la enésima potencia. Es, por el contrario, el ofrecernos la mirada aberrante de quien está perdido en su propio hogar, en su propio habitar. Quizá entonces sí que tenga razón el artista al cifrar la experiencia estética de su obra en una cierta mirada de melancolía: “pienso en la melancolía como un climax a la espera en algunas de mis obras, aunque también tenga el aspecto lúdico”

La pregunta entonces, eliminando esa vertiente de divertimento que el propio artista no termina de negar, solo puede ser una: ¿es mejor esto que la intemperie?  

No hay comentarios:

Publicar un comentario