JERÓNIMO ELESPE: LOST GREY MACHINES
GALERÍA IVORY PRESS: hasta 10/01/14
Para empezar una consideración básica:
a Jerónimo Elespe, as en la manga de Soledad Lorenzo, Premio El Ojo Crítico de
RNE esta pasado 2014, triunfador absoluto del pasado ARCO donde vendió todo lo
vendible, no hay quien le tosa. Y ahora, fichado por lo omnipotente Elena Ochoa
para su Ivory Press la cosa tiene visos de
convertirse en cuasi mito andante de la joven pintura española que tiene en Elespe
y, me atrevería a decir, Maíllo y Secundino Hernández, el triunvirato dispuesto a gobernar durante largo tiempo.
Pero pese a todo, Elespe no lo tiene
fácil. Menuda tontería, dirán muchos, pero las cosas son como son y no por no callarlas
dejarán de ser así. Y es que, pensamos, el alcanzar el más que absoluto triunfo
con una firma tan personal y sugerente como la suya solo tiene un destino: el
caer desde cuanto más alto mejor. Después de todo, el mercado del arte (como
todo mercado) no es más que eso: permitir el subidón para darse más tarde la
torta que, por otra parte, todos están esperando.
Mismas palabras podrían decirse de
cualquier joven encumbrado a las cimas del arte pero, insisto, es tan personal su
obra, tan profundo el íntimo calado de sus argumentos, que el triunfo cosechado
es sin duda inversamente proporcional a la posibilidad de encontrar una salida
a lo que pensamos es la huella
imborrable de su obra.
Y que conste que no soy yo el único
que lo dice. Las razones que esgrimió el jurado del Ojo Crítico no dejan lugar a dudas: “el aura de sus personajes interpela
directamente al espectador transmitiendo misterio”. Son esos personajes que surgen
desde el fondo del lienzo, personajes que parecen adquirir existencia justo en
el mismo momento en que aparecen en el lienzo, rostros casi a medio hacer, lo
más característico de su obra y, digámoslo a las claras, la razón de su éxito. Pero,
¿es esto así?, ¿es la “marca elespe” el principio y el fin de su trabajo?
Si bien en aquella primera exposición
en Soledad Lorenzo nos dejamos
arrastrar por ese magnético influjo misterioso que desprenden sus románticos
rostros, lo cierto es que con el tiempo la obra de Elespe se nos revela como un potente dispositivo pictórico que
trasciende el reduccionismo de lo bonito o, dicho en plata (y aunque ni hay
nada malo en ello ni mucho menos es “culpa” del artista) lo vendible.
Y es que el quehacer de Elespe anuda, separa y dinamita (todo a un tiempo y a la vez) aquella
receta “comprensiva” que dicta una separación entre pintura realista y
abstracta. Es así que, vista en toda su amplitud, la obra del pintor recorre
los tortuosos caminos que unen la figuración con la abstracción para dar como
resultado un conciso “nada es lo que parece”.
Porque, visto en toda su extensión,
esos rostros venidos del más allá, y en comparación con esas otras obras más
abstractas, ¿son el final del proceso o, más bien no son sino su inicio? Es
decir, ¿es cuestión de sumar o de borrar? En este sentido, Elespe nos ofrece la superficie del lienzo como un caosmos donde la
figura está, en mayor o menor medida,
apareciéndose y borrándose, guardando un extraño equilibrio inestable donde el
punto de ebullición pareciera siempre a punto de rasgar el lienzo.
Todo en su obra, por tanto, es cuestión
de intensidad y de duración: cada pincelada –concisa y medida– condensa el
tiempo suficiente para que, junto con otras pinceladas, tejan una urdimbre
donde aparecer y desaparecen remitan a un mismo acontecimiento. Lienzos a medio
hacer, como si les faltase un hervor: es situándose en ese intersticio donde la
pintura es ella misma, sin necesidad de falsos subterfugios ni ideológicas
decisiones entre la figuración y la abstracción.
De este modo, cada pincelada pareciera
ser labrada con un cincel, ofreciéndonos un lienzo que tiene mucho de
escultórico, de artesana tesela hecha a base de muescas o, por el contrario, de
estratos calculadamente superpuestos.
En definitiva, si algo hay misterioso en
la obra del joven pintor madrileño no son esos rostros que se nos aparecen sino,
más bien, ese anudar y desanudar de la pintura con el lienzo, de la forma con
la figura. El resultado es que, y contra todo pronóstico, figuración y
abstracción son simples nombres que simplifican un proceso, el pictórico, que
tiene más de búsqueda que de encuentro, de más de destrucción que de
construcción, más de proceso que de finalidad. Y eso, y no otra cosa, es la verdad de la pintura; si no toda, si al menos una parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario