lunes, 5 de enero de 2015

JERÓNIMO ELESPE: CIERTA VERDAD DE LA PINTURA


JERÓNIMO ELESPE: LOST GREY MACHINES
GALERÍA IVORY PRESS: hasta 10/01/14

Para empezar una consideración básica: a Jerónimo Elespe, as en la manga de Soledad Lorenzo, Premio El Ojo Crítico de RNE esta pasado 2014, triunfador absoluto del pasado ARCO donde vendió todo lo vendible, no hay quien le tosa. Y ahora, fichado por lo omnipotente Elena Ochoa para su Ivory Press la cosa tiene visos de convertirse en cuasi mito andante de la joven pintura española que tiene en Elespe y, me atrevería a decir, Maíllo y Secundino Hernández, el triunvirato dispuesto a gobernar durante largo tiempo.  
Pero pese a todo, Elespe no lo tiene fácil. Menuda tontería, dirán muchos, pero las cosas son como son y no por no callarlas dejarán de ser así. Y es que, pensamos, el alcanzar el más que absoluto triunfo con una firma tan personal y sugerente como la suya solo tiene un destino: el caer desde cuanto más alto mejor. Después de todo, el mercado del arte (como todo mercado) no es más que eso: permitir el subidón para darse más tarde la torta que, por otra parte, todos están esperando.
Mismas palabras podrían decirse de cualquier joven encumbrado a las cimas del arte pero, insisto, es tan personal su obra, tan profundo el íntimo calado de sus argumentos, que el triunfo cosechado es sin duda inversamente proporcional a la posibilidad de encontrar una salida a lo que pensamos es la huella imborrable de su obra.
Y que conste que no soy yo el único que lo dice. Las razones que esgrimió el jurado del Ojo Crítico no dejan lugar a dudas: “el aura de sus personajes interpela directamente al espectador transmitiendo misterio”. Son esos personajes que surgen desde el fondo del lienzo, personajes que parecen adquirir existencia justo en el mismo momento en que aparecen en el lienzo, rostros casi a medio hacer, lo más característico de su obra y, digámoslo a las claras, la razón de su éxito. Pero, ¿es esto así?, ¿es la “marca elespe” el principio y el fin de su trabajo?


Si bien en aquella primera exposición en Soledad Lorenzo nos dejamos arrastrar por ese magnético influjo misterioso que desprenden sus románticos rostros, lo cierto es que con el tiempo la obra de Elespe se nos revela como un potente dispositivo pictórico que trasciende el reduccionismo de lo bonito o, dicho en plata (y aunque ni hay nada malo en ello ni mucho menos es “culpa” del artista) lo vendible.
 Y es que el quehacer de Elespe anuda, separa y dinamita (todo a un tiempo y a la vez) aquella receta “comprensiva” que dicta una separación entre pintura realista y abstracta. Es así que, vista en toda su amplitud, la obra del pintor recorre los tortuosos caminos que unen la figuración con la abstracción para dar como resultado un conciso “nada es lo que parece”.
Porque, visto en toda su extensión, esos rostros venidos del más allá, y en comparación con esas otras obras más abstractas, ¿son el final del proceso o, más bien no son sino su inicio? Es decir, ¿es cuestión de sumar o de borrar? En este sentido, Elespe nos ofrece la superficie del lienzo como un caosmos donde la figura está, en  mayor o menor medida, apareciéndose y borrándose, guardando un extraño equilibrio inestable donde el punto de ebullición pareciera siempre a punto de rasgar el lienzo.


Todo en su obra, por tanto, es cuestión de intensidad y de duración: cada pincelada –concisa y medida– condensa el tiempo suficiente para que, junto con otras pinceladas, tejan una urdimbre donde aparecer y desaparecen remitan a un mismo acontecimiento. Lienzos a medio hacer, como si les faltase un hervor: es situándose en ese intersticio donde la pintura es ella misma, sin necesidad de falsos subterfugios ni ideológicas decisiones entre la figuración y la abstracción.
De este modo, cada pincelada pareciera ser labrada con un cincel, ofreciéndonos un lienzo que tiene mucho de escultórico, de artesana tesela hecha a base de muescas o, por el contrario, de estratos calculadamente superpuestos.
En definitiva, si algo hay misterioso en la obra del joven pintor madrileño no son esos rostros que se nos aparecen sino, más bien, ese anudar y desanudar de la pintura con el lienzo, de la forma con la figura. El resultado es que, y contra todo pronóstico, figuración y abstracción son simples nombres que simplifican un proceso, el pictórico, que tiene más de búsqueda que de encuentro, de más de destrucción que de construcción, más de proceso que de finalidad. Y eso, y no otra cosa, es la verdad de la pintura; si no toda, si al menos una parte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario