“Quien
rechaza la imagen, rechaza la economía”
Niceforo
Este texto es una interpretación al atentado de ayer en París desde el punto de vista de la política de las imágenes. En este texto falta una imagen, aquella que sirve de detonante al propio texto. Es la imagen que todos hemos visto.
No, no hemos visto las imágenes. Pero nos
las han contado: uno de los terroristas, al salir ya de la redacción del Charlie
Hebdo, se encuentra con un policía herido tirado en el suelo. Acercándose
a él, le remata sin contemplaciones. Y si nos lo han contado, si sabemos que hay
imágenes, es porque los medios de comunicación occidentales, con el prurito de
esa misma libertad de expresión que ostentan
con una monocorde languidez nada inocente, nos la han dado a ver y a consumir.
Nos las han ofrecido pero, eso sí, con
la típica aséptica pátina de morfina: pixelando la imagen, difuminándola
convenientemente para que pase mejor, para que nos demos cuenta de lo modernos
y bien desarrollados que son nuestros dispositivos mediáticos: para que nos
demos cuenta de lo bien civilizados que estamos, para que nada sospechemos.
Quizá exagere; quizá no sea sino una
simple anécdota dentro de lo trágico de un día como el de ayer; quizá, incluso,
estemos totalmente confundidos. Pero por muchos ‘quizás’ que pongamos lo cierto
es que esas imágenes son el epicentro de todo el problema –ya casi insoluble–
entre Oriente y Occidente cuya punta de lanza es el terrorismo yihadista.
Tal
salvajada, la de unos asesinando y la de otros enseñando lo innecesario, señala
el núcleo de la cuestión: la imagen. Porque por mucho que se mire, se estudie o
se indague, no hay más economía que la de las imágenes, no hay más ideología
que la que es capaz de destilar la capacidad autoproductiva e inmanente de la
imagen.
En definitiva: muchas son las
interpretaciones a la salvajada de ayer, muchos los porqués, muchos los
expertos que hablan y debaten sobre las razones acerca de lo irracional del
asesinato. Pero desde aquí, desde este blog dedicado a la crítica cultural y de
arte (crítica, de un modo u otro, a la producción y distribución de imágenes) sostenemos
que la brecha que separa a unos de otros, la frontera que separa el “aquí” del “allí”,
es efecto producido por la economía mediática de la imagen y el nivel de
desarrollo ideológico que la sustenta.
Es la imagen, producida a diferentes
niveles, la que oculta lo fundamental: que la separación actual entre el aquí y el allí es una construcción ideológica y mediáticamente sostenida. Es decir:
no hace falta haberse leído la obra completa de Zizek (ni de otros muchos filósofos y politólogos) para darse
cuenta que el tan traído “choque de civilizaciones” no es sino un concepto
ideológicamente construido para ocultar el hecho original: que ellos y nosotros,
oriente y occidente, formamos parte de un mismo y único régimen ideológico: el
capitalismo global.
Ambas parcelas, por tanto, forman
parte de un mismo campo ideológico pero operando a velocidades tan diferentes
que una de ellas no es sino el envés fantasmático de la otra: una ha llegado a
hacer de toda realidad un único campo visual –llegando al límite de que lo que
hay es lo que se ve– mientras que la otra permanece como invisibilidad.
El problema es que si desde siempre ha
existido un diferente proceder en referencia a las mecánicas de producción de
imágenes, es desde que Occidente entró en la última fase del capitalismo (el
inmaterial) que la brecha se ha hecho ya insalvable. Haciendo de la realidad
una imagen-mundo absoluta, haciendo de todo campo escópico una pantalla hiperplana
donde las imágenes fluctúan en una membrana infrafina donde el lapso de tiempo
entre su producción y su exhibición es cero, Occidente ha conseguido lo
imposible: simular (pues todo es ya simulacro) ideológicamente que vive en una
esfericidad escópica absoluta, donde no hay resquicio alguno para ámbitos de
invisibilidad, donde todo es ya visto y, por ende, conocido.
Para tal fin, trasparencia y
seguridad son ambos los dos polos desde donde la ideología mediática del
capital funciona para ocultar la brecha fundacional entre unos y otros, entre el aquí y el allí.
En esta situación el problema no es
que Mahoma no pueda ser representado
en el mundo islámico y que se molesten cuando desde aquí es caricaturizado: el
problema es que, según nuestro nivel de economía mediática, cualquier imagen
vale tanto como cualquier otra, cualquier imagen puede estar en sustitución de cualquier
otra. Es decir, para nosotros –y eso es lo fundamental– la imagen de Mahoma ha llegado, como cualquier otra
imagen, a valer nada.
Así, en definitiva, no existe punto de
anclaje entre un mundo y otro. No hay medida común alguna. Pero, siendo esto
cierto, lo fundamental es redirigir la mirada para no centrar el problema en
una cuestión de “democracias” y “libertades”.
Porque, ¿no será que la democracia, la ideología democracia, esa que se
ha convertido en leitmotiv panavisionario en la era post-89, necesita de estas
diatribas para fluir más rápido, para acaparar cada vez más ámbitos de los
mundos de la vida? Y es que la razón occidental funciona siempre así (y ya
tenemos una edad para saberlo): polarizándose frente al otro, estigmatizándole
y, más tarde, exterminándole.
Todo exterminio es una guerra por las
imágenes, una lucha a muerte por ver lo que hay que ver. La razón occidental se
ha convertido en poderosa porque iguala todas las miradas, porque incluso la
visión de la catástrofe le es querida. Olvidar el olvido; ver lo invisible.
Mismas ecuaciones para un mismo poder exterminador.
Obviamente, mucho más se podría
comentar. Pero dicho lo fundamental, las imágenes del policía asesinado casi en
directo hay que entenderlas como lo que son: no van en la onda ni de aumentar
nuestra indignación ni tampoco de rasgarnos torpemente las vestiduras acerca de
lo exhibicionista y antimoral de tal difusión o de sostener que es más
necesario que nunca un acercamiento y un diálogo.
La emisión de tales imágenes nos
señalan el punto fundamental de nuestra ideología: que creamos una cosa u otra,
nos indignemos ante el terror de los asesinos o ante la falta de ética
mediática, las imágenes están ahí, en
nuestra pantalla para que no olvidemos en qué lado estamos, para aprovechar el asesinato
y subrayar un pelín más la fractura entre ellos
y nosotros. Es decir: para implementa
un nivel más el poder ideológico que nos tiene ocupados frente a la pantalla
esperando lo que a este paso parece cada vez más cerca: la Catástrofe.
Ante la atroz barbarie de ayer las
peguntas rebotan unas con otras: ¿qué hacer? Aunque no lo sabemos lo que sí que
es cierto es que se hace absolutamente necesario el no partir de posiciones ideológicamente
inocentes: y, antes que nada, pensar que no hay ninguna imagen inocente, ni las
de aquí ni las de allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario