Cabaña de Mahler |
CABAÑAS PARA PENSAR
CÍRCULO
BELLAS ARTES MADRID: 12/03/15-31/05/15
Las obras completas de Goethe, Kant y, como no, las partituras de toda la música de Bach. Eso era todo lo que tenía Mahler en la estantería de su “cabaña
para pensar”. Eso y silencio. Mucho silencio. Un silencio que se condensaba en
la imposibilidad de ser interrumpido.
Y la elección de esas lecturas no es
en modo alguno circunstancial ni atiende a una estúpida erudición. Podría haber
sido Schopenhauer y su mundo como
representación, o Nietzsche con su
voluntad creadora de poder y, quizá también mejor, Mozart o Beethoven. Pero
las cosas son como son y Mahler se
sabía, como Bach, epígono y síntesis
de muchas cosas y, como subrayaban las tesis programáticas de Kant, genio capaz de dar forma y
contenido a toda regla.
Pero si algo desesperadamente sabía Mahler era que, para ser con todas las
de la ley un “yo” como síntesis creadora, como producción donde entendimiento e
imaginación trabajasen sin límite bajo el auspicio de una absoluta libertad
creadora, la obediencia debía de ser máxima. Eso que actualmente tanto cuesta
entender, que no hay libertad sin obediencia, es lo que separa al melancólico
geniecillo romántico de la rotundidad abismática del genio.
Obedecer al ser vocado, obedecer sin
límite alguno. Y es que para que la libertad creadora dé los mejores frutos, no
queda otra que claudicar en cualquier otra meta y finalidad y atreverse a
esperar lo inimaginable. Lo fundamental es, en esto como en todo, el momento de
la decisión: ahí donde no solo una colonia, sino el “yo” entero se la juega. .
Es en este sentido que, para que la
obediencia sea máxima, para que el dejar toda una vida prendada de una vocación
como la de acceder a que la libertad creadora habite en uno, no ha de
interponerse nada ni nadie. Ha de vivirse en la intemporalidad de un tiempo
infinito, de una espera infinita. Porque una cosa es retirarse para dárselas de
importante, de sujeto a quien las ideas le bullen y encuentra paz y sosiego en
un retiro esporádico, y otra bien diferente es quien únicamente obedece y
acepta, sin condiciones, el envite.
Cabaña de Heidegger |
Y es que esa es la angustia existencial
del creador: ser interrumpido, ser molestado, no poder obedecer sin
condiciones. La soledad no ha de ser solo buscada o deseada: ha de ser
provocada, ha de ser la decisión que vertebre una vida entera en el sentido de
que puede ser, a cada instante, voluntaria o involuntariamente, revocada. En definitiva,
la cabaña para pensar es el límite, incluso paranoico en gran medida, de un sujeto
que toma la decisión de enfrentarse a un poder creativo que le llama y al que
no puede dejar de responder sí.
Pero, ¿por qué todos aquellos que
tomaron la decisión pertenecen a una época bien precisa y concreta? Sin duda el
delinear estas razones es lo más sugerente que nos depara esta exposición. ¿Por
qué el genio romántico no tuvo necesidad de cabaña ni retiro alguno?, ¿por qué
hoy en día ya solo el nominativo creador está de capa caída?
Sin duda que, no siendo la Modernidad
otra cosa que un estado de ánimo, el pesimismo –pathos existencial de la propia Modernidad– tiene mucho que ver. Porque
es justo en ese ínterin, el que va desde el saber que la pose tétrica del
romanticismo no basta hasta el ser superado ya todo emplazamiento creador por
un capitalismo desaforada, donde la decisión del apartarse del mundanal ruido
tiene su sentido. En concreto, y excluyendo de la
lista al más avezado Henry David Thoreau
(1817-1862) y al último de los mohicanos, el cineasta Derek Jarman, (1942-1994), la fecha de nacimiento y muerte de aquellos
que tomaron la decisión va de 1843 como fecha de nacimiento del compositor Edvard Grieg a 1976 como fecha de
defunción del filósofo Martin Heidegger.
Cabaña de Shaw |
Poco más de un siglo para darnos de
bruces con lo que ya intuíamos: que a día de hoy no hay ya cabaña que nos
salve, no solo porque la soledad sea solo un triunfo a manos de los herederos
del Carmelo, sino porque pensar es ya una actividad fenecida y feneciente. Hoy lo
que más nos mola es el trasunto ocioso de estas cabañas y que toman la forma de
la bunkerización: hoy, el sueño pequeño burgués no es otro que el atrincherarse
en casa, en esa cocina, barbacoa o simulacro de barra de bar y crear el
espejismo que somos algo más que peleles en manos de los intereses ideológicos del
capital. Una bunkerización que sin duda da el pego: yo también he tomado la
decisión, yo también tengo mi reducto donde simular que me encuentro a mí
mismo.
Pero, si hemos aludido al sentido, al
tener sentido, bien podríamos referirnos a otra cuestión: se dieron las
posibilidades para el abandonarse en una cabaña para pensar porque este “yo”
creador no tiene ya necesidad de implicarse en el seno de ninguna comunidad. Es
decir: ya no es necesario que el sujeto creador habite en el centro de una
comunidad: el sentido, si bien emana del montante de sensibilidad que vertebra
la comunidad, puede ser extrapolada a la intimidad subjetiva de un único “yo”.
El todo está ya en cualquier parte. El
mundo, si bien como señala Wittgenstein
es la totalidad de los hechos, puede ser circunscrito a una única mónada
creadora: no hay fuera de texto, diría Derrida,
porque cualquier otra nueva tirada de dados no es sino un ejercicio de
traducción imposible. Cualquier mirada, desde cualquier punto, como en El Aleph de Borges, es capaz de verlo todo: no porque la visión sea absoluta
sino porque todo está conectado, la “totalidad de los hechos” no es sino un conjunto
exponencial de traducciones, de intentos de decir el origen, de escrituras que
viene y van. Cada escritura, cada creación, lo dice todo, todo texto está
conectado en esa red que forma el mundo.
Cualquiera puede no solo decir cualquier
cosa sino, sobre todo, decirlo todo. Solo –de nuevo– hace falta atreverse a
ello, atreverse a fracasar en tal descomunal ejercicio. Y, para atreverse a tal
magna empresa, para atreverse con esa destinación que late en el corazón de cada subjetividad, es
necesario tiempo, un tiempo que como la propia misión sea infinito.
Cabaña de Dylan Thomas |
Pero a esta exposición le faltan dos
anexos. Uno: el lector. ¿No es el leer una actividad de semejante calado emancipatorio
que el escribir? Leer es la actividad que une, separa, pega y corta los textos
para crear una posibilidad novedosa, una narración como imagen de otro hecho,
de otro mundo. Y, para ello, leer también necesita de una radical soledad. En este
sentido, dicen que Kafka se
encerraba en un sótano para leer durante horas dejando dicho que le dejasen la
comida en la puerta para, así, caminar un poco pero no ver a nadie.
Y siempre, en el leer, más importante
que lo que se está leyendo, es lo que sabemos nunca leeremos, esa cantidad
ingente de textos que nunca serán leídos pero que, como huella invisible, están
ahí, en la construcción de mundo que leamos.
Y, segundo anexo: el casado, o la
casada. Porque, ¿no va de esto todo este intento de recluirse para escribir o
leer?, ¿no es el casarse la decisión última que hay que tomar?, ¿no era eso lo que Virginia Wolf pedía, una habitación propia para no ser
interrumpida? Casarse es saber que la interrupción, de forma radical, puede
suceder en cualquier momento. Eso fue, sin duda, lo que le hizo a Kafka replantearse su relación con Felice Bauer. Derrida en su libro Dar (el)
tiempo lo dice de manera esplendorosa: “Escribir o casarse, esa es la
alternativa, pero asimismo escribir para no volverse loco al casarse. A menos
que uno se case para no volverse loco al escribir”.
Total y resumiendo: aunque la
exposición, magnífica en todos sus aspectos, se centre en esos refugios donde
grandes creadores se recluyeron para llevar a cabo sus obras, el asunto no es
otro que el de la decisión: qué decisión tomar, cuál es la decisión llamada a
descubrir nuestra vocación creadora, bajo qué condiciones podemos hoy en día
decidir… decidir si pensar, escribir, leer, casarse, …
Tanto las cabañas como los sitios apartados de la civilización, del ruido... hacen que te aisles del mundo, que desconectes, por lo que creo que es una buena idea a la hora de la creación, puesto que dedicas todo tu tiempo a tí mismo, a descubrirte.
ResponderEliminarMuy buena entrada!
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