miércoles, 25 de marzo de 2015

CABAÑAS PARA PENSAR: PENSAR, ESCRIBIR, LEER, CASARSE

Cabaña de Mahler
CABAÑAS PARA PENSAR
CÍRCULO BELLAS ARTES MADRID: 12/03/15-31/05/15

Las obras completas de Goethe, Kant y, como no, las partituras de toda la música de Bach. Eso era todo lo que tenía Mahler en la estantería de su “cabaña para pensar”. Eso y silencio. Mucho silencio. Un silencio que se condensaba en la imposibilidad de ser interrumpido.
Y la elección de esas lecturas no es en modo alguno circunstancial ni atiende a una estúpida erudición. Podría haber sido Schopenhauer y su mundo como representación, o Nietzsche con su voluntad creadora de poder y, quizá también mejor, Mozart o Beethoven. Pero las cosas son como son y Mahler se sabía, como Bach, epígono y síntesis de muchas cosas y, como subrayaban las tesis programáticas de Kant, genio capaz de dar forma y contenido a toda regla.
Pero si algo desesperadamente sabía Mahler era que, para ser con todas las de la ley un “yo” como síntesis creadora, como producción donde entendimiento e imaginación trabajasen sin límite bajo el auspicio de una absoluta libertad creadora, la obediencia debía de ser máxima. Eso que actualmente tanto cuesta entender, que no hay libertad sin obediencia, es lo que separa al melancólico geniecillo romántico de la rotundidad abismática del genio.
Obedecer al ser vocado, obedecer sin límite alguno. Y es que para que la libertad creadora dé los mejores frutos, no queda otra que claudicar en cualquier otra meta y finalidad y atreverse a esperar lo inimaginable. Lo fundamental es, en esto como en todo, el momento de la decisión: ahí donde no solo una colonia, sino el “yo” entero se la juega. .
Es en este sentido que, para que la obediencia sea máxima, para que el dejar toda una vida prendada de una vocación como la de acceder a que la libertad creadora habite en uno, no ha de interponerse nada ni nadie. Ha de vivirse en la intemporalidad de un tiempo infinito, de una espera infinita. Porque una cosa es retirarse para dárselas de importante, de sujeto a quien las ideas le bullen y encuentra paz y sosiego en un retiro esporádico, y otra bien diferente es quien únicamente obedece y acepta, sin condiciones, el envite.

Cabaña de Heidegger
Y es que esa es la angustia existencial del creador: ser interrumpido, ser molestado, no poder obedecer sin condiciones. La soledad no ha de ser solo buscada o deseada: ha de ser provocada, ha de ser la decisión que vertebre una vida entera en el sentido de que puede ser, a cada instante, voluntaria o involuntariamente, revocada. En definitiva, la cabaña para pensar es el límite, incluso paranoico en gran medida, de un sujeto que toma la decisión de enfrentarse a un poder creativo que le llama y al que no puede dejar de responder sí.
Pero, ¿por qué todos aquellos que tomaron la decisión pertenecen a una época bien precisa y concreta? Sin duda el delinear estas razones es lo más sugerente que nos depara esta exposición. ¿Por qué el genio romántico no tuvo necesidad de cabaña ni retiro alguno?, ¿por qué hoy en día ya solo el nominativo creador está de capa caída?
Sin duda que, no siendo la Modernidad otra cosa que un estado de ánimo, el pesimismo –pathos existencial de la propia Modernidad– tiene mucho que ver. Porque es justo en ese ínterin, el que va desde el saber que la pose tétrica del romanticismo no basta hasta el ser superado ya todo emplazamiento creador por un capitalismo desaforada, donde la decisión del apartarse del mundanal ruido tiene su sentido. En concreto, y excluyendo de la lista al más avezado Henry David Thoreau (1817-1862) y al último de los mohicanos, el cineasta Derek Jarman, (1942-1994), la fecha de nacimiento y muerte de aquellos que tomaron la decisión va de 1843 como fecha de nacimiento del compositor Edvard Grieg a 1976 como fecha de defunción del filósofo Martin Heidegger.

Cabaña de Shaw
Poco más de un siglo para darnos de bruces con lo que ya intuíamos: que a día de hoy no hay ya cabaña que nos salve, no solo porque la soledad sea solo un triunfo a manos de los herederos del Carmelo, sino porque pensar es ya una actividad fenecida y feneciente. Hoy lo que más nos mola es el trasunto ocioso de estas cabañas y que toman la forma de la bunkerización: hoy, el sueño pequeño burgués no es otro que el atrincherarse en casa, en esa cocina, barbacoa o simulacro de barra de bar y crear el espejismo que somos algo más que peleles en manos de los intereses ideológicos del capital. Una bunkerización que sin duda da el pego: yo también he tomado la decisión, yo también tengo mi reducto donde simular que me encuentro a mí mismo.
Pero, si hemos aludido al sentido, al tener sentido, bien podríamos referirnos a otra cuestión: se dieron las posibilidades para el abandonarse en una cabaña para pensar porque este “yo” creador no tiene ya necesidad de implicarse en el seno de ninguna comunidad. Es decir: ya no es necesario que el sujeto creador habite en el centro de una comunidad: el sentido, si bien emana del montante de sensibilidad que vertebra la comunidad, puede ser extrapolada a la intimidad subjetiva de un único “yo”.
El todo está ya en cualquier parte. El mundo, si bien como señala Wittgenstein es la totalidad de los hechos, puede ser circunscrito a una única mónada creadora: no hay fuera de texto, diría Derrida, porque cualquier otra nueva tirada de dados no es sino un ejercicio de traducción imposible. Cualquier mirada, desde cualquier punto, como en El Aleph de Borges, es capaz de verlo todo: no porque la visión sea absoluta sino porque todo está conectado, la “totalidad de los hechos” no es sino un conjunto exponencial de traducciones, de intentos de decir el origen, de escrituras que viene y van. Cada escritura, cada creación, lo dice todo, todo texto está conectado en esa red que forma el mundo.
Cualquiera puede no solo decir cualquier cosa sino, sobre todo, decirlo todo. Solo –de nuevo– hace falta atreverse a ello, atreverse a fracasar en tal descomunal ejercicio. Y, para atreverse a tal magna empresa, para atreverse con esa destinación que late  en el corazón de cada subjetividad, es necesario tiempo, un tiempo que como la propia misión sea infinito.
Cabaña de Dylan Thomas
Pero a esta exposición le faltan dos anexos. Uno: el lector. ¿No es el leer una actividad de semejante calado emancipatorio que el escribir? Leer es la actividad que une, separa, pega y corta los textos para crear una posibilidad novedosa, una narración como imagen de otro hecho, de otro mundo. Y, para ello, leer también necesita de una radical soledad. En este sentido, dicen que Kafka se encerraba en un sótano para leer durante horas dejando dicho que le dejasen la comida en la puerta para, así, caminar un poco pero no ver a nadie.
Y siempre, en el leer, más importante que lo que se está leyendo, es lo que sabemos nunca leeremos, esa cantidad ingente de textos que nunca serán leídos pero que, como huella invisible, están ahí, en la construcción de mundo que leamos.
Y, segundo anexo: el casado, o la casada. Porque, ¿no va de esto todo este intento de recluirse para escribir o leer?, ¿no es el casarse la decisión última que hay que tomar?, ¿no era eso lo que Virginia Wolf pedía, una habitación propia para no ser interrumpida? Casarse es saber que la interrupción, de forma radical, puede suceder en cualquier momento. Eso fue, sin duda, lo que le hizo a Kafka replantearse su relación con Felice Bauer. Derrida en su libro Dar (el) tiempo lo dice de manera esplendorosa: “Escribir o casarse, esa es la alternativa, pero asimismo escribir para no volverse loco al casarse. A menos que uno se case para no volverse loco al escribir”.
Total y resumiendo: aunque la exposición, magnífica en todos sus aspectos, se centre en esos refugios donde grandes creadores se recluyeron para llevar a cabo sus obras, el asunto no es otro que el de la decisión: qué decisión tomar, cuál es la decisión llamada a descubrir nuestra vocación creadora, bajo qué condiciones podemos hoy en día decidir… decidir si pensar, escribir, leer, casarse, …

1 comentario:

  1. Tanto las cabañas como los sitios apartados de la civilización, del ruido... hacen que te aisles del mundo, que desconectes, por lo que creo que es una buena idea a la hora de la creación, puesto que dedicas todo tu tiempo a tí mismo, a descubrirte.
    Muy buena entrada!
    ¿Qué opinas sobre los nuevos artistas que adaptan el arte a las nuevas tecnologías? Entra en nuestro blog y comenta: http://criticaart.blogspot.com.es/2015/03/el-museo-interactivo.html

    ResponderEliminar