lunes, 16 de marzo de 2015

EL BARCO DE TESEO: ERGONOMÍAS DEL YO O PIEZAS PARA UN MISMO BARCO

María Platero, Los múltiples
EL BARCO DE TESEO
SALA AMADÍS: 05/03/15-01/05/15

Desde que la impronta cartesiana se hiciese notar, la verdad es que el “yo” ha pasado a ser desde lugar para la emancipación colectiva hasta campo de batalla donde los poderes tectónicos del capital tienen campo abonado para ejercer su hegemonía.
Pero, como acontecimiento en el núcleo de semejante antagonismo, ese “yo”, instancia donde el saber despliega su propio poder, no es sino el espejismo desde donde la identidad ejerce su dominio. Y es que la brecha es sellada solo aparentemente: ese “yo”, capado en su vis relacional, solo puede comprenderse como imagen en el espejo que más nos guste. Así, o racionalismo o idealismo, ambas son lógicas regulativas que simulan sellar la brecha, entre el yo teórico y el práctico, entre el en sí y el para sí.
Ya sea como pantalla, dispositivo o tecnología, el “yo” es siempre una inscripción espectral llamada a llenar el vacío, a escapar al solipsismo como destino más que probable, a realizar el salto imposible de concebir entre el saber y lo sabido, la teoría y la práctica, el significado y el significante. En definitiva, si hay un concepto operacional desde donde cierta ideología ha encontrado semillero de adoctrinamiento, ese es el “yo”: un “yo” como máquina escópica, como núcleo de un ocular-centrismo que deglute parcelas de realidad a través de una mirada que, en su traer a la presencia, construye realidades bien precisas y calculadas.
De esta manera, se comprende que el arte contemporáneo, ocupado y preocupado en las cosas de la política, tenga con semejante concepto campo abonado donde trabajar a sus anchas. El “yo”, como pantalla ideológica donde el sujeto se reconoce como sí mismo, como lugar propio de las lógicas de poder implícitas en el reparto de sensibilidades con el que opera la ideología de turno, se descubre como material estético de primer orden.

Solimán López, Identidad
Nerea Ubieto, comisaria de la exposición, se hace eco de la paradoja de Teseo para dar cuenta de este “yo” que es solo un conglomerado cuasi artesanal, una adición de estrategias llamadas a silenciar el síntoma, ese tic que, sospechamos, señala que nada es como parece. Porque, y en definitiva, ¿dónde el “yo”?, ¿qué es?, ¿cuánto de profundo hurgar hasta toparnos, en caso de que lo hubiere, con el origen?, ¿no será acaso una latencia, una vis, uno voluntad de existencia y de extasiarse?
Y la paradoja es sumamente acertada. Porque lo mismo que del barco, en el remplazar piezas a lo largo de los siglos, bien puede decirse que aunque esté ahí presente, nada queda de él, ¿qué queda de nuestro “yo” si todo son ya remiendos ideológicos, suma de tecnologías con las que ampliar nuestro dominio?, ¿no será que, como en el barco, ahora que cada vez con mayor seguridad acentuamos nuestra radical individualidad en un “yo” que es pura diferencia, no es cuando menos queda de nosotros?,
Porque, ¿hasta qué punto no somos sino respuestas a una pegunta ideológica que, cual superyó, nos obliga a tomar como nuestras ciertas pautas, ciertos comportamientos, ciertas personalidades? O, por el contrario, ¿tenemos la posibilidad de metamorfosear nuestra identidad de modo que seamos instancias de oposición y resistencia?
Olalla Gómez, Segundo ciclo
De estas premisas, como digo muy bien tejidas, la exposición se despliega según tres direcciones temáticas: piezas de un mismo barco, el barco original y construyendo un nuevo barco. La primera remite a las capas, huellas, recuerdos etc, que nos van conformando; la segunda a las conductas que separan la persona del personaje, aquellos adiciones llamadas a adecuarnos a la norma imperante; la tercera a la necesidad de crear nuevas identidades, a la facilidad cibernética que tenemos para ello, para crearnos un identidad acorde a las circunstancias.
De estos tres viajes iniciáticos, el que sin duda más nos ha interesado es el tercero. Porque, si hemos referido el “yo” como campo de batalla, ¿qué identidades, qué modos de producción son ejercicios disruptivos y cuales otros no son sino rémoras que, con toda la inocencia del mundo, simulan una reelaboración para, ni más ni menos, acertar en aquello que el poder desea? Porque, por muy camaleónicos que nos volvamos, lo cierto es que, mejorando el microrelato de Monterrosa, el capital ya estaba ahí.
Es decir: teniendo claro que el que nuestra identidad fluya a tanta velocidad como el capital no tiene que ser algo bueno por sí mismo, ¿qué fluídicas, qué estrategias convienen para hacer del “yo” un emplazamiento de resistencia?
Rancière, por citar uno de los teóricos que en la última década más ha reflexionado sobre esta dificultad, remite a la identidad imposible como lugar donde la subjetividad es capaz de sortear el poder ideológico. Esta identidad toma forma según tres determinaciones de la alteridad: en primer lugar, nunca es la simple afirmación de una identidad sino más bien la negación de una identidad impuesta por el otro; en segundo lugar, es una demostración y, como tal, siempre supone otro a la que dirigirse; y en tercer lugar, la lógica de la subjetivización siempre admite una identificación imposible, una identificación que no puede encarnarse en aquellos o aquellas que la enuncian.

Javier Chozas, Autoretrato
Si, por ejemplo, Pachi Santiago (Copying Claudia) en un divertidísimo vídeo que aúna lo cómico con lo irónico –¿hay forma de segirle los pasos a esa Claudia tan irreal como deseada?– y Dalila Virgolini (Mis fotos de perfil) señalan a los dispositivos mediáticos como lugares de construcción de la identidad, piezas más críticas como las de Javier Chozas (Autorretrato) y la de Olalla Gómez (Segundo ciclo) apuntan que la reconstrucción disensual –la identidad imposible– no es tan sencilla como un simple mutar las apariencias.
Javier Chozas propone lo que quizá sea la mejor pieza de la exposición: un “lienzo” abstracto donde cada cuadrado es la inscripción de un tweet enviado en tiempo real con la palabra “yo”, “mi”, “mío” o “conmigo”. La obra se comprende como un rastreador libidinal que da forma a cada uno de los yoes que forma el cibermundo, nuestra comunidad global. Verdadero mapeo de nuestra realidad panconsensuada, los impulsos que aparecen y desaparecen en el “lienzo” quizá testimonien de nuestra tétrica realidad: solo somos alguien en cuanto respondemos afirmativamente a una ideología que nos invita a pulsar el interruptor, a sabernos como mónadas alumbradas solo en cuanto que ejercemos la violencia de un “yo” que se autoconoce como identidad.
¿No es el resultado, cambiante y fluídico, del “lienzo” el rastro fugaz de la red de impulsos que el Gran Otro nos ofrece como momentánea satisfacción?, ¿no es cada cuadrado la pleitesía con que nos rendimos a esa Ideología que nos ofrece –aunque como simulación perfecta- lo que más deseamos, el conocernos a nosotros mismos? La obra se concibe como un gran oráculo de Delfos donde el “conócete a ti mismo” adquiere, quizá por primera vez en la historia, una respuesta tan verdadera como espectral: somos el obediente fogonazo con que damos satisfacción al Otro, somos la identidad con la que el Otro se alimenta.
Juan Zamora, Shadow hands (a bird)
Si el arte contemporáneo en general, y esta exposición en particular, tienen en el reino del “yo” un campo de reflexión inmenso es porque el arte es capaz de abrir la brecha entre el yo que creemos ser y el que somos, insertarse dentro y echar una ojeada tanto en una como en otra dirección. Así, lo que logra ver el arte, lo que se logra ver en el conjunto de esta exposición, es como los tiempos no están sincronizados, como nuestras creencias son aparentes, mediadas por una distancia donde la memoria, la proyección, los deseos, las imágenes que nos han golpeado, nos juegan una mala pasada haciéndonos creer que somos identidades.
En este sentido, la pequeñísima pieza de Juan Zamora se resuelve, como siempre en su obra, como sintomática: es ese ínterin, ese lapso que media entre el yo real estático y el yo aparente que se desplaza, donde el sujeto tiene que hacer lo posible –y, sobre todo, lo imposible– por hacer emerger una conciencia, un sustrato, un algo al que agarrarse.
Pero por mucho que lo intentemos, por mucho que sustituyamos unas piezas por otras, nunca hay cierre: nunca hay destino alguno, nunca hay lugar al que llegar, nunca hay yo…. 

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