DANIEL
SILVO: COPY / GALERÍA SLOWTRACK:
hasta 16/07/16
SARA
RAMO: LOS AYUDANTES / GALERÍA
TRAVESÍA CUATRO: hasta 26/07/16
UNO
El 18 de marzo de 1936 Adorno enviaba a Benjamin una carta donde puede leerse lo siguiente: “usted
subestima la tecnicidad el arte autónomo y sobreestima la del dependiente.
Quizás, esto sería básicamente mi principal objeción”. La importancia de esta
misiva, de esta puntillosa crítica, es a nuestro entender el epicentro de todo
el desarrollo del arte contemporáneo, más aún si cabe desde la emergencia de
los dispositivos de reproducción cibernética. Porque ahí está la clave, en ser
o no ser demasiado dialécticos.
Dando por hecho que el arte se asienta
en la antinomia de las supuestas potencialidades de la reproducibilidad
técnica, la crítica de Adorno a las
tesis de Benjamin aludían a que si
por una parte es obvio que la técnica modifica la percepción aurática del
espectador movilizándole para mayores empresas –sobre todo políticas–, por otra
parte no es difícil ver que, aupadas sobre esa misma técnica, las industrias
del ocio y del entretenimiento ganan por la mano a la hora de proponer modos de
percepción que dan al traste con intentos disensuales de percepción y
contemplación.
Porque, ¿es el acto de mirar distraído
un film de Eisentein un acto revolucionario?,
¿es una obra autónoma de arte, acaso, per
se aurática y, por eso, ni siquiera indirectamente política? Emplazado ante
tales recovecos estéticos Adorno
exige a Benjamin un aumento de
dialéctica con el fin de explicar la áspera confrontación entre, por un lado,
el arte aurático en la obra autónoma y, por otro, el arte técnico en la
fotografía y el cine aclarando así la dialéctica entre la técnica y la
autonomía en cada ámbito del arte. Porque, ¿hasta dónde puede estirar el arte
autónomo la injerencia de la técnica antes de recaer en divertimento de masas?,
¿hasta dónde puede la técnica hacer valer su redistribución de los afectos para
hacernos soñar con la devolución de nuestras enajenadas vidas sin caer en mero
espectáculo?
Toda esta problemática excede lo que
aquí nos reúne, pero es sin duda necesaria para comprobar cómo únicamente
enfrentándose a una dialéctica autonomía/técnica –dialéctica que, decimos, ha
vertebrado la historia del arte contemporáneo– puede ser pensado el arte y
cómo, parejo a este movimiento dialéctico, cuestiones como la reproducibilidad
técnica, la copia y el original, no son solo devaneos estéticos con que
distraernos los artistas, comisarios, críticos, etc. sino que tocan en el
corazón mismo de nuestra epocalidad.
Así las cosas, sumidos dentro de este
enfoque dialéctico, actualmente hay dos exposiciones en Madrid que se enfrentan
a esta problemática, que se suman al intento de hacer –cómo deseaba Adorno– más dialéctico al arte. Además,
curiosamente, una de ellas mira hacia el pasado y otra hacia el futuro. Casi
entre las dos pudiéramos glosar la segunda de las Tesis sobre el concepto de historia de Benjamin: “el pasado lleva consigo un índice secreto y a través de
él remite a la redención. Existe una cita secreta entre las generaciones que
fueron y la nuestra. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos
ha sido dada una flaca fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos”.
Si la técnica está en el epicentro de la dialéctica que anima al arte es solo
porque nos permite tener una experiencia temporal diferente, la posibilidad de
ir al pasado y al futuro, la posibilidad de conectar todos los tiempos en un
presente pleno: la posibilidad de que nada se pierda.
DOS
Por una parte Daniel Silvo en la galería
Slowtrack propone una obra que es una llamada a las generaciones futuras. A
parte de consideraciones acerca del concepto de exposición, su trabajo pone el
dedo en la yaga de nuestra tecnificada contemporaneidad: ¿cuánto tiempo podrá
conservarse nuestros documentos si su soporte es cada vez más voluble? Paradoja
extraña esta que circula sobre nuestra época: cuanto más ganamos al tiempo,
menos parece que podemos conservar archivado su registro; cuanto más rápido
centellea la imagen, menos material es el soporte.
En un gesto candoroso y romántico, Silvo disemina por el norte de
Marruecos varias cerámicas con representaciones de fotogramas de videos de
artistas como Ana Mendieta, Marina Abramovic y Fischli & Weiss, además de un texto con una breve explicación. Los
disemina, los deja olvidados, los lanza al fututo: los envía a otra generación,
los deja suspendidos –y suspensivos– de su finalidad última. Eso es todo lo que
podemos y debemos hacer.
Ahora bien: Silvo alude a que con su gesto, si bien las películas en video
terminarán perdiéndose, “el conocimiento permanecerá a través de esta nueva
traducción y copia”. Tan seguro está de su afirmación que sostiene que su
acción tiene relación con la Piedra Rosetta. Por nuestra parte pensamos más
bien todo lo contrario: aunque nuestra tarea sea hacer el envío no hay, dada
nuestra condición de náufragos, posibilidad de conocimiento ni de traducción. ¿Qué
podrán decirles al fin y al cabo esas imágenes? Nuestro envío, siguiendo en la
senda inaugurada por Adorno y Benjamin, será hacer saber a las
generaciones venideras que no supimos detener la catástrofe.
Ahora bien, y ahora sí: ¿cabe mayor y
mejor comunicación? Tanto es así que el cumplimiento último de lo que significa
nuestro arte contemporáneo está en manos de quienes reciban nuestra misiva: reconocerán
que nuestros documentos, una vez más, no fueron más que documentos de barbarie.
TRES
Por otra parte, Travesía Cuatro expone por primera vez el trabajo de Sara Ramo. Con el título de Los ayudantes, la exposición consta de
un video y unas esculturas. El video, inspirado en un texto del mismo título de
Giorgio Agamben y grabado en la
selva brasileña, muestra un ritual nocturno en el que extraños personajes
enmascarados, como un hombre macaco o un hombre elefante rosa, tocan
instrumentos musicales. Parece ser –en algún lugar hemos leído– que versa “sobre
el tiempo circular propio de los rituales para reflexionar sobre la relevancia
de la música, el juego o los propios ritos como vías para relacionarnos con la
naturaleza, aunque no solo”.
Pero detrás de esta interpretación panfletaria, y quizá yéndonos más al texto
que al video, se esconde una red de conexiones benjaminianas muy interesantes
capaces de conectar ambas exposiciones en un único propósito: mostrar nuestra
situación tanto de remitentes como de emisarios.
“El ayudante, dice Agamben,
es la figura de lo que se pierde. O, mejor dicho, de la relación con lo
perdido. Se refiere a todo aquello que, tanto en la vida colectiva como en la
individual, se olvida a cada instante; se refiere a la masa infinita de lo que
de por sí se pierde irremediablemente”. El
ayudante es aquel que nos dice que lo que se salvará no será tanto lo que
permanece sino lo que se ha olvidado, lo que se ha perdido, aquello
precisamente que en cada instante nos ha evitado parar la catástrofe. Estos ayudantes,
dice también el filósofo italiano, “son hombres que, en el tiempo profano, poseen ya las
características del tiempo mesiánico, pertenecen ya al último día”.
En íntima conexión con estos apuntes,
las esculturas son muestras perfectas de la huella dejada por estos ayudantes. El
rastro de olvidos, de dejaciones, de faltas, de sustracciones. Si Silvo procedió yendo del presente al
futuro, aquí Ramo va del presente al
pasado. Sus esculturas son el vaciado que queda, el lugar hueco donde una vez
fue acogida la forma –en este caso la máscara– pero que ya ha perdido su razón
de ser. Si Silvo se preocupa de una reproductibilidad
técnica que en la caducidad del soporte y en la inmaterialidad de la imagen
puede quedar amputada y desconectada de su origen, Ramo experimenta dicha discontinuidad al perder la forma –las máscaras–
y tener que contentarse con los moldes. Si Silvo
parte del origen par alanzarlo al porvenir, Ramo está ya en ese porvenir pero, eso sí, desconectada de
cualquier origen, “instaurando la necesidad de que la concepción de origen sea
re-hecha a cada vez”.
Las esculturas
de Ramo son lo que los ayudantes nos
han dejado: el molde, el rastro de lo que no es necesario, lo que debía de
haberse destruido en lugar de la forma (las máscaras). Su propuesta es el
inverso a la de Silvo: si éste
propone al futuro la representación de lo que presumiblemente será una falla,
una pérdida, Ramo nos lanza precisamente
al pasado para ser “ayudados”, para percatarnos que son muchas y variadas nuestras
pérdidas.
Uno y otro, eso sí, enfatizan que de una
u otra manera la catástrofe, el no poder detener el tiempo lineal de la perdida
y el olvido es nuestra historia más válida. Que nuestra tradición, como diría Benjamin, es la de los oprimidos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLa cuestión central de la trascendencia de la obra y de uno mismo. Hasta ser un olvidado se traduce en el ansia de proyectarse más allá, como ancestro necesario para que los siguientes edifiquen sobre lo que nosotros apenas si dejamos como unos vagos cimientos o como unas rocas añadidas en la pared sin forma de la historia. Necesitamos justificarnos, vivirnos en la narración del héroe. Por lo que me toca y lo que me duele, no sé si llamarlo responsabilidad o mero narcisismo. Total, nuestro sitio es un fondo negro y cadavérico que habrá de acogernos barroca e inevitablemente. (Mis felicitaciones por el blog y por los textos, es un placer leerlos).
ResponderEliminarResponsabilidad, no lo dude, la responsabilidad ante la decisión. Gracias por seguirnos!!
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