POÉTICA DE LA
LIBERTAD
CATEDRAL DE CUENCA: 26/07/16-06/11/16
I
La libertad y el arte
tienen un idilio particular que por muy trillado que esté sigue teniendo su
séquito de rendidos admiradores. Son aquellos romanticones empedernidos, aquellos
gustosos de tragarse las milongadas del malditismos y demás síntomas adheridos
a la ligérsica figura del artista
enfermizo y tuberculoso, aquellos –en suma– que tienen en la "oreja de van Gogh" a su más alta reliquia
estética. Porque, ¿qué es el artista sino ese ser divino y demoníaco al mismo
tiempo que tiene las agallas de cargar pesadamente con su libertad hasta el
límite de lo soportable?
Es innegable que este
retrato pintoresco y a la carrera que hemos hecho es el que el sistema-arte prefiere
para mantener su zona de poder limpio de polvo y pajas: una Historia del Arte
sostenida sobre la locuaz pandemia del tufillo libertino de finales del XIX y
principios del XX es garantía inestimable para que los museos-transatlánticos
diseñen un programa de exposiciones con el que sacar tajada. Hacer una
enumeración sería algo tan largo como inútil pues todos ustedes, creo, saben de
lo que hablo.
Pero
esto –las estrategias del marketing y demás– es solo la mitad de la historia. La
otra es que sí que es cierto: libertad y arte van de la mano. Tanto que no se pueden
hacer intentonas con las que definir al arte que no se las vean, antes o después,
con el concepto de libertad. Pero, claro está, no esta simplona libertad romántica
y soñadora, no esta libertad idealista del yo autocreador, no este concepto de
libertad vinculado únicamente al genio como aquel que se da a sí mismo las
reglas.
Y si decimos que “no”
no es solo por llevar la contraria: es que en el instante siguiente en que
todas esas características de creación y genialidad se ponen encima de la mesa,
se crea como por efecto rebote un contexto autónomo del arte, una esfera de
producción propia, un ámbito de elucidación no ya de la libertad personal del
artista sino de toda una comunidad de sentido que valora –desde la libertad en
ese mismo adquirida– tal o cual propuesta como arte.
Y ese es, ciertamente,
el problema –problema político por antonomasia– al que debe dar respuesta el
arte y para lo que adquirió el engolado nombre de Estética. Es entre sus cuatro
paredes, como recinto autónomo y separado de producción capitalista, donde la
libertad como adjetivación esencial –y esencialista– del recién inventado
sujeto burgués es debatido y puesto en liza.
El arte, en definitiva,
nada tiene que ver –o al menos no principalmente– con esa libertad en positivo
comprendida como capacidad del individuo para llevar a cabo tal o cual plan. El
arte, por el contrario, es el ámbito de elucidación de semejante libertad teniendo
en cuenta que por definición una libertad meramente individual que no sea
colectiva no es sino un remiendo liberticida. Si tiene un cometido el arte hoy
en día es el poner en cuarentena esa libertad individual que ha de disfrutar el
sujeto para ser comprendido –en las modernas sociedades capitalistas– como
ciudadano. Enfrentarse, en suma, con la antinomia de la libertad –como conjugar
la individualidad con la colectividad– es tarea original del arte y por lo que,
en cuanto ciencia del recorte de las sensibilidades en la esfera pública,
adquirió el nombre de Estética.
Kant, como no podía ser menos, sobrevuela estas consideraciones
nada intempestivas. Es con él con quién la Estética emerge como disciplina
autónoma. Y es que es él el primero en darse cuenta que el juicio desinteresado
es el único capaz de fijar una libertad –la de decir “esto es bello”– que
permanecía como nóumeno en la razón teórica y como simple postulado en la razón
práctica.
Dicho juicio es el
que tras el giro duchampiano Thierry de
Duve reconvirtió en “esto es arte” y el mismo que, según nuestra
interpretación, es de todo punto desmantelado por Boris Groys subrayando así la reconcentración institucional de un sistema-arte
que se basta a sí mismo para reconducir al arte por una senda ayuna de
contradicciones, paradojas y tensión dialéctica. Y es que para Groys la cuestión de la libertad no se
resuelve ya entre artista y espectador sino entre artista y curador: “el
artista y el curador encarnan muy conspicuamente, estos dos tipos de libertad:
la libertad de producción estética, soberana, incondicional y sin
responsabilidad pública; y la libertad de la curaduría, institucional,
condicionada y públicamente responsable”. Es ahora el curador quien filtra los
devaneos autobiográficos del artista, el que enarbola un discurso estético que
llega al espectador con el sello indeleble de “arte”.
En esta tesitura ya
no hay escapatoria posible: la maquinaria bien engrasada del sistema-arte
ofrece un refrito pseudo-consensuado de la libertad del ciudadano que,
simulando tomar parte en el asunto de decidir si es arte o no, tal cuestión le
llega demasiado tarde: cuando es indubitable que es arte, cuando está ya en el
museo o galería, cuando artista y curador han creado un pacto confabulador entre
ellos para cerrar el arte sobre sí mismo. Dicha pregunta, abierta por Duchamp, hace tiempo que se ha cerrado,
quedándose entre nosotros simulacros con los que la prensa se frota las manos:
unas gafas olvidadas, un vaso medio lleno, una escoba, etc.
II
Pero la cosa es
bastante más seria. No puede quedar toda la dialéctica del arte en una treta
entre agentes internos con el que camelar al pueblo y vivir de las rentas. Cierto
que sucede, que el desarrollo histórico del concepto de arte ha llegado a tales
niveles de negatividad crítica. Pero, efecto dialéctico de esa misma
negatividad, es que dicha libertad –epicentro, recordemos, de un arte llamado a
crear una falla en el recorte de sensibilidades auspiciado por el capital– se
fuga constantemente del corralito en el que el sistema-arte trata de reducirla
dando la cambiada por respuesta.
¿Qué significa esto? Que
la atrofia que en cuanto a aparecer sensible de la libertad carga el arte en la
actualidad, que la imposibilidad del espectador de proferir una máxima
semejante a “esto es arte”, “esto es bello”, es precisamente la constatación
más precisa del hurto que el capitalismo a perpetrado en relación directa con
aquello que definía nuestras vidas como proyectos en libertad.
En este sentido, el
arte –vía negatividad de sus pilares idealistas– cumple fielmente la misión no
ya de recortar el espacio donde poder ejercer como ciudadanos nuestra libertad
sino que, reducida esta a mero simulacro, debería clamar y poner en limpio la
atrofia de todo ejercicio de libertad para la que el capital es cebo perfecto
con el que dinamitarla.
Así pues, si alguna
misión política tiene el arte no es ya tanto crear un vibrar en las
identidades, una falla en la lógica de implementación de las consciencias y las
subjetividades sino, más radical e importante aún, mostrar cómo el concepto
rector de libertad para un capitalismo que la identifica con un impulso vital
propio, con una capacidad del juicio sustentada en la falacia de una identidad yoica
que siempre guarda una distancia higiénica y aséptica con el mundo del capital –siempre
los confundidos son los demás, quienes no ven la verdad bajo las apariencias
son los otros, los demás, la gente…–, es un camelo ideológico, la martingala que el capital
necesita para crecer compulsivamente. Porque, y esto es lo que la ideología
calla, una libertad semejante, sin límite ninguno más que el que el propio yo se
ponga, es la senda preferida y más rápida para la implementación global del
capital como sistema rector.
En conclusión, el
arte no explicita ya las condiciones desde las que el ciudadano profiere un
juicio que lo hace merecedor del calificativo de “sujeto” o “ciudadano”, sino
que el arte ha de mostrar los estigmas de un sistema global que crea la fachada
con la que todo juicio entra en un mise
en abyme donde la libertad es aquello que centellea en cada pantalla sin
poder ser nunca apresado. Que todos nuestros intentos de libertad chocan con una
pantalla que los filtra ofreciéndonos su sesgo espectacular, que todos nuestros
intentos de libertad –individual o colectiva– son reconvertidos de inmediato en
mercancía-fetiches listas para ser consumidas, en imágenes listas para distribuir.
III
Es en este contexto
que aparece el mayor dislate en el ámbito cultural de Castilla la Mancha en
años: la exposición de Ai Weiwei en
la Catedral de Cuenca con el sonrojante título de Poéticas de la libertad. La exposición forma parte del Cuarto
Centenario de la publicación de la segunda parte de ‘El Quijote’ y, según información,
el gobierno autonómico ha invertido 1.120.000 euros y el Consorcio de la Ciudad
de Cuenca 380.000.
Que el turismo –y con
ello el arte– es punta de lanza a la hora de generar beneficios es algo que no
se le escapa a nadie; que la ideología de la efemerología tiene estas cosas y
pasamos de celebrar el aniversario de cualquier genio durante quince días para
devolverle al baúl del olvido durante otros cincuenta años es algo que también
a nadie puede escandalizar; y que, en suma, la industria cultural es el epicentro
desde el capitalismo ha logrado implementar su velocidad de adiestramiento y
coacción social es igualmente un deja vu
muy poco gracioso. Pero no por ello se pueden dejar de detectar tres
desfachateces que en la época del capitalismo cultural en la que nos hayamos podrían
ser comprendidas si no fuese por el dolor que llegan a producir.
Realizar la exposición más cara de la temporada –más aún que la de El Bosco– con un presupuesto
descomunal, dentro de una región tan necesitada de verdadera infraestructura
cultural como es Castilla la Mancha es ya –y sin querer entrar en demagogias,
pues, en economía regional un millón y medio es, con claridad, algo más que
calderilla– todo un “desafío”. Incluso,
que el precio sea de 13 euros es ya querer sacar tajada de forma muy poco
decorosa
Pero, sobre todo, y en lo que a nosotros respecta, la obra de Weiwei, deudora de esa libertad plegada
sobre sí misma merced a la labor del propio sistema-arte que la ofrece lista
para degustar, es una obra carente de todo valor en las condiciones del propio desarrollo
del arte que más arriba hemos puesto sobre la mesa. La libertad de Weiwei es la heredera directa de esa
otrora libertad del genio megalomaníaco solo que tamizada –según mandan los
cánones del camelo circense Occidental– con toda una parafernalia de Derechos
Humanos que uno –el europeo medio– corre a denunciar mientras la propia Europa
tiene una crisis de identidad respecto a qué hacer con tantos otros exiliados a los que “no
podemos acoger”.
Con todo, visto desde esta perspectiva, es tan sabio el arte, tan
paradójicamente negativo, que incluso en piezas tan de abecedario como las que
nos enseña aquí Weiwei, el arte
trama la dialéctica necesaria para que se muestren los síntomas de una Europa
que, guardiana sacrosanta de la libertad como garante de ciudadanía, va dando
tumbos esclavizada por esa misma libertad que no logra dominar. En este
sentido, la obra de Weiwei puede ser
vista como la paradoja de un Occidente que eleva a los altares del arte a aquel
que sufre la tiranía opresora de un régimen dictatorial pero que duda en hacer
lo mismo como millones de exiliados que huyen de ese mismo poder despótico.
Así, no es tanto la obra de Weiwei
en sí misma sino el efecto de su adecuación al mainstream sostenido por el
sistema-arte lo que hace que la obra recoja para sí el juego paradójico de una
libertad que no puede ser comprendida sino como antinomia fundacional –de Europa,
de la democracia, del arte, etc– pero que los dispositivos ideológicos –entre
ellos, el más potente, el arte– tratan de hacer pasar como concepto preclaro,
conciso y, sobre todo, juez supremo del bienpensar –de eso que llaman “políticamente
correcto”. Europa: ese lugar donde la fantasía es que la libertad es eje
vertebrador cuando no es sino un vacío nouménico, un ideal regulativo de la
propia razón: una praxis que acontece en la indeterminación radical del sujeto
que actúa, y no –nunca– un ejercicio de mi propia facultad de elección. Ideología
llamamos a semejante ocultación.
Dicho todo esto, nuestra opinión es que ese cautiverio de Cervantes en Argel –al fin y a la
postre detonante de la exposición–, ¿no se parece más que a la falta de
libertad de Weiwei a la falta de
libertad de una Europa que no sabe qué rumbo tomar, una Europa donde unos
atentados provocan una confusión acerca de qué banderita colocar en el perfil
de Facebook? Una exposición de arte con alguna capacidad crítica incidiría en
esta fantasmagoría ideológica que esclaviza a Europa: simulamos que somos
ciudadanos libres que escribimos nuestros libros cuando no hacemos sino vegetar
dormilones y atemorizados de que nuestra panacea ideológica se resquebraje.
Si para algo vale el arte es para elucidar las aporías de una libertad que
se ha convertido –vía espectacularización mediática– en simple fachada para
tapar nuestras carencias. Somos libres, diríase, para todo menos para ejercer
nuestra libertad.
quizás podría funcionar en otro contexto, como el Reina Sofía, en cuyas galerías se expondría la catedral de Cuenca que a su vez contiene la obra.
ResponderEliminarHonestamente es un precio acertado, el problema es no ver a Cuenca como ciudad para esta exposición. Amen de que en el articulo no se habla de la financiación privada que ha tenido la exposición, que supera con mucho lo invertido por Junta y Consorcio. Aparte de toda la disertación sobre el arte y la libertad, de la cual no voy a opinar, es muy injusto maltratar el enclave escogido, entre otras cosas, por el propio autor. Si la exposición hubiera sido en Madrid o Barcelona, más snob y cosmopolita, nadie se plantearía el sentido de la misma.
ResponderEliminar¿Poética de la libertad?. En este caso, poética de Liber-BANK. El banco mecenas que despidió miles de trabajadorxs y, en compensación, pagó el evento en la ciudad donde hubo más despidos. Sobre el enclave, en la fachada de la catedral se exhiben símbolos alegóricos del genocidio franquista.
ResponderEliminarSimplemente decir que mi intención era solo escribir esa "disertación sobre el arte y la libertad" que parece pasa de puntillas. He utilizado la exposición de Weiwei porque es perfecta para hablar de ello: ¿qué puede hacer el arte contemporáneo a la hora de plantearse mostrar la libertad? De rondón, obviamente, he opinado sobre el evento en sí: no me parece muy buena idea viendo el páramo cultural que es Castilla la Mancha. Por lo menos Ciudad Real, donde resido, es un solar. Pero ni mucho menos me rasgo las vestiduras: puede, no lo sé, que el precio esté ajustado y sea una buenísima idea para poner a Cuenca en el mapa. Si la expo fuese en Madrid o Barcelona opinaríamos lo mismo. Y es que, a parte del montante económico, la elevación a los altares por parte de Occidente de Weiwei me parece un síntoma de la contemporaneidad.
ResponderEliminarMe pregunto si el trío artista-curador-inversor no serán sino una ficción complaciente y cerrada, a la que el resto sólo accede pagando un relativamente módico precio y recorriendo las exposiciones siguiendo las flechitas del suelo, sin capacidad crítica, sin formación, sin reflexión densa, de tal modo que no queda sino un poso selfie de haber pasado por la exposición y una discusión modesta y tópica sobre política cultural local. Me temo que las sutilezas de la libertad topen aquí con un muro que va más allá de la cuestión del capitalismo, pues somos nosotros, con nuestras limitaciones, nuestros pequeños intereses -y también nuestras dignidades, por qué no-, los que sostenemos estos tinglados sin ayuda exterior. (Un cordial saludo).
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