Si algo caracteriza a las crisis es esa manera suya, despiadada y cruel, de mostrar los secretos mejor vetados del sistema en cuestión. Siempre el proceso es el mismo: todo parece dormido, afianzado con una precisión casi milimétrica que hace del sistema el mecanismo omnipresencial de todos los ámbitos de lo humano. Pero, agazapada Dios sabe donde, de repente, como de un feroz zarpazo se tratase, la crisis irrumpe a dentelladas.
Además de todo esto, si por algo se han caracterizado las épocas de crisis, crisis del mercado capitalista, es por dejar bien patente las contradicciones de su modo de operar. La cuerda se estira, se tensa hasta el límite de lo soportable para luego, de manera aparentemente milagrosa, o no tanto, retornar sobrepotenciada.
Llevando esta tesitura al arte, los polos quedan tan marcados que debería ser fácil operar en él a modo de preciso cirujano y diseccionar con exactitud. Muchos se duelen de la influencia que la crisis pueda tener para el mercado del arte. Sus miedos son coherentes y compartidos por todos aquellos con un mínimo de solidaridad empresarial. Pero, tan común y normal es esa preocupación, como zafio y obsceno el hacer de ella el paradigma de la situación del arte actual. Más bien debería ser al contrario. Se debería, precisamente ahora que la situación lo hace propicio, de prestar mas cuidado, afinar la observación para encontrar los entresijos del arte contemporáneo.
Nada importa demasiado, eso es cierto, y tan pronto la situación se nos antoja inexcusable, como nos damos cuenta de que inexcusable no es sino otro adjetivo con el que caracterizar una época, una más, de tedio, miseria y aburrimiento global. Pero aún así, merecerá la pena el intentarlo.
Porque, si algo es claro y patente, es que, aunque la coyuntura pueda parecernos preciosa y precisa, eso es algo que queda zanjado en el mismo momento de ser expuesta. Porque, después de todo, ¿quién está por la labor? Mirar para otro lado, poner cara de despistado y hacer mutis cuando la situación sea la propicia. Entrar y salir haciendo el menor ruido posible, dejando que todo siga su marcha, esa marcha inocua, almibarada y dulzona de un arte descastado, que ni danza a ritmos dionisiacos ni tampoco se propone nada con la seriedad que debería, es la característica que debe de poseer el artista de hoy.
Un paso más allá de lo obvio infantiloide y un paso más acá de lo prohibido; entre esas dos aguas del esteticismo tecnológico del siglo XXI y el querer seguir dándonoslas de díscolos, ahí es donde el arte habita a sus anchas.
Pero, si trazamos los recorridos precisos, si nos desplazamos hacia márgenes no preestablecidos donde poder hacer disonar algún concepto, si enfatizamos ciertos relieves dentro de la topología institucionalizada que ARCO nos propone, podremos entonces descubrir momentos dignos de tener en cuenta y descubrir una cara, la misma que nos proporciona el mercado, pero, al mismo tiempo, otra bien diferente donde poder, al menos, debatir con todo el énfasis que se desee (porque, a fin de cuentas, nada será suficientemente importante).
Propuestas de peregrinaje las hay a miles, pero nosotros nos vamos a decantar por hacer una incisión profunda, que haga drenar el sistema. Diseccionar con precisión consistirá en hacer saltar por los aires esa barricada a la que antes hemos puesto límites y donde el arte habita somnoliente pero, no lo olvidemos, vivo. A este respecto, la pregunta se ha de enfrentar al Accidente: si está aquí mismo, a las puertas incluso, ¿qué ofrece el arte?, ¿qué caminos toma cuando está a punto incluso de darse de bruces con él?
Si decíamos que a nadie importa, es precisamente por esa grandilocuencia que toda pregunta, si es necesaria, como está creemos que lo es, despierta en su seno. Grandilocuencia que, por otra parte, necesita de una amplitud de miras muy por encima de la mirada mermada y esquizoide del mercado.
Las respuestas son varias, pero todas son sintomáticas de una época tan descreída de todo que aún duda de que pueda llegar a suceder algo de envergadura suficiente que deba de repensarlo. Una sensación de comodidad, de estar encantado de haberse conocido, de pleitesía consigo mismo, es la primera característica del arte moribundo de hoy.
Incapaz de refigurarse y sacar de sí mismo aquello que un día prometió, se vanagloria de, o bien jugar a la ambigüedad de ser idolatrado por el mercado, o bien esforzarse por llegar tan lejos como le permita el arrastre pesado del fardo de la modernidad que, aunque cadáver, todavía emite quejidos de quién se resiste a ser enterrado todavía.
Quizá es que el arte nos es ya tan familiar, estamos tan apegados a él pese a no conocerlo en absoluto, que todas sus potencialidad en forma de repolitización y subversión han quedado disfrazadas. No es más que un muñeco de feria, una atracción de barraca. Se inmiscuye, inunda la vida, llena todos los espacios de vida, desde el íntimo y personal hasta las más altas formas de abstracción. La estetización es global. Pero eso es todo. Que no se le pida nada, porque no tendrá nada que ofrecer salvo lo mismo: entretenimiento y esa pegajosa mercadotecnia adherida a él hasta chuparle la sangre.
En esta situación, merece la pena detenernos en una obra expuesta en este ARCO que puede hacernos reflexionar sobre estos derroteros carcomidos del arte de hoy. Caminando, digiriendo una trayectoria a veces dejada al azar de lo que nos salta a la vista, de repente uno topa con una pared llena completamente de titulares de prensa en tamaño sobredimensionado.
Pero eso no es lo que nos sorprende. El que sean titulares de prensa nos damos cuenta después. Lo principal es que todos ellos hacen referencia a la crisis y al arte. ‘El arte siempre ha vivido en crisis’, ‘el arte planta cara a la crisis’, ‘el arte, un refugio en tiempos de crisis’, etc. Simplemente demoledor. Postconceptualismo en grandes dosis para descifrar, una vez más, la pleitesía que, mercado y arte, se tienen entre sí.
Y es que si uno se detiene delante de esta obra, ve mucho más de lo que ha simple vista pueda percibirse. Porque su modo de operar parece heredado del conceptualismo, pero insertándose un poco más allá, en lo post-, es capaz de hacer girar las tornas y desvelar, aunque sea por un instante, los verdaderos entresijos del arte. Porque ahora no es que el arte coincidiese con la obra de arte (como por ejemplo las sillas de Kosuth); ahora es que el arte, porque es arte al haber franqueado la puerta que le daba o no derecho a entrar en la feria, se entiende tautológicamente como el mercado y sus problemas son los problemas que la crisis pueda desentrañar.
La tautología entonces es perfecta. Es arte al conseguir definirse en términos cuanto que únicamente hablan de las relaciones del arte con el mercado. Cuando el arte, mas que recaer en la obra, se ha convertido en una estrafalaria forma de simbiosis arte-mercado donde se nos dice que son precisamente esos procesos de marketing, gestión y producción lo que ha de enfatizarse a la hora de calificar algo como artístico, la obra de Muntadas y López Cuenca logra desmontar la tautología de este simulacro del arte que danza de feria en feria al abrigo del mejor postor.
Los artistas aceptan la simbiosis arte-mercado como una tautología en sí misma. No se pregunta por la verdad/falsedad, sino que lo acepta como una mera descripción de un hecho. Y, al igual que el conceptualismo llega a la obra de arte definiendo lo que es arte, Muntadas y López Cuenca llegan al meollo de los entresijos del arte con ese doble movimiento que supone, por una parte, hacerlo visible en forma de proposiciones como descripción de un hecho y, en segundo lugar, darle el nombre de obra de arte.
Claro que, por otra parte, hay también mucho más. Hay todo lo que se pueda sonsacar con relación a la autoría de la obra. Porque no hay que dejar pasar desapercibido que son los mass-medias los que han prefigurado la obra. Es ahora cuando toca darse cuenta que son titulares de prensa lo que conforman la obra. El artista, ahora más que nunca y llegando al límite, ha quedado relegado al mero papel enfatizado por Barthes de seleccionador y clasificador de signos.
Si las vanguardias, el cubismo por ejemplo a la hora de llevar recortes de periódico a sus lienzos, enfatizaban un futuro que se deshacía en sus manos a golpes de conjugar arte y vida llevando a sus obras pedazos de realidad, la selección hecha por Muntadas y López Cuenca nada tiene que ver con esta utópica fascinación vanguardista por la vida sino que se inserta en los mecanismos postmodernos de producción de esas mismas estructuras semióticas que estructuran la realidad: es decir, los medios de comunicación.
El plus de significación que se logra con la acción de seleccionar y clasificar textos no va en pos de una consumación posthistórica, sino que se asienta de lleno en el simulacro del arte mismo. El que para ellos, igual que para otros, el arte se defina en términos de relación con el mercado y la crisis no tiene mayor importancia. Lo brutal es que sean los mass medias los únicos productores de sentido. El arte queda definido por su propia efectuación en los medios, decidores absolutos de discursos.
De esta manera el límite se consigue: el artista queda, una vez más, reducido a cero. Pero esta vez las consecuencias van mas allá de lo común: el arte queda zanjado en las relaciones simulacionistas con que los mass medias quieran dotarle.
Nada queda por hacer ya; o quizá sea esta misma obra el comienzo de todo lo que resta por hacer. Aunque mucho nos tememos que ni lo uno ni lo otro, sino que todo seguirá sumergido en esta grandilocuencia del siesteo.
Además de todo esto, si por algo se han caracterizado las épocas de crisis, crisis del mercado capitalista, es por dejar bien patente las contradicciones de su modo de operar. La cuerda se estira, se tensa hasta el límite de lo soportable para luego, de manera aparentemente milagrosa, o no tanto, retornar sobrepotenciada.
Llevando esta tesitura al arte, los polos quedan tan marcados que debería ser fácil operar en él a modo de preciso cirujano y diseccionar con exactitud. Muchos se duelen de la influencia que la crisis pueda tener para el mercado del arte. Sus miedos son coherentes y compartidos por todos aquellos con un mínimo de solidaridad empresarial. Pero, tan común y normal es esa preocupación, como zafio y obsceno el hacer de ella el paradigma de la situación del arte actual. Más bien debería ser al contrario. Se debería, precisamente ahora que la situación lo hace propicio, de prestar mas cuidado, afinar la observación para encontrar los entresijos del arte contemporáneo.
Nada importa demasiado, eso es cierto, y tan pronto la situación se nos antoja inexcusable, como nos damos cuenta de que inexcusable no es sino otro adjetivo con el que caracterizar una época, una más, de tedio, miseria y aburrimiento global. Pero aún así, merecerá la pena el intentarlo.
Porque, si algo es claro y patente, es que, aunque la coyuntura pueda parecernos preciosa y precisa, eso es algo que queda zanjado en el mismo momento de ser expuesta. Porque, después de todo, ¿quién está por la labor? Mirar para otro lado, poner cara de despistado y hacer mutis cuando la situación sea la propicia. Entrar y salir haciendo el menor ruido posible, dejando que todo siga su marcha, esa marcha inocua, almibarada y dulzona de un arte descastado, que ni danza a ritmos dionisiacos ni tampoco se propone nada con la seriedad que debería, es la característica que debe de poseer el artista de hoy.
Un paso más allá de lo obvio infantiloide y un paso más acá de lo prohibido; entre esas dos aguas del esteticismo tecnológico del siglo XXI y el querer seguir dándonoslas de díscolos, ahí es donde el arte habita a sus anchas.
Pero, si trazamos los recorridos precisos, si nos desplazamos hacia márgenes no preestablecidos donde poder hacer disonar algún concepto, si enfatizamos ciertos relieves dentro de la topología institucionalizada que ARCO nos propone, podremos entonces descubrir momentos dignos de tener en cuenta y descubrir una cara, la misma que nos proporciona el mercado, pero, al mismo tiempo, otra bien diferente donde poder, al menos, debatir con todo el énfasis que se desee (porque, a fin de cuentas, nada será suficientemente importante).
Propuestas de peregrinaje las hay a miles, pero nosotros nos vamos a decantar por hacer una incisión profunda, que haga drenar el sistema. Diseccionar con precisión consistirá en hacer saltar por los aires esa barricada a la que antes hemos puesto límites y donde el arte habita somnoliente pero, no lo olvidemos, vivo. A este respecto, la pregunta se ha de enfrentar al Accidente: si está aquí mismo, a las puertas incluso, ¿qué ofrece el arte?, ¿qué caminos toma cuando está a punto incluso de darse de bruces con él?
Si decíamos que a nadie importa, es precisamente por esa grandilocuencia que toda pregunta, si es necesaria, como está creemos que lo es, despierta en su seno. Grandilocuencia que, por otra parte, necesita de una amplitud de miras muy por encima de la mirada mermada y esquizoide del mercado.
Las respuestas son varias, pero todas son sintomáticas de una época tan descreída de todo que aún duda de que pueda llegar a suceder algo de envergadura suficiente que deba de repensarlo. Una sensación de comodidad, de estar encantado de haberse conocido, de pleitesía consigo mismo, es la primera característica del arte moribundo de hoy.
Incapaz de refigurarse y sacar de sí mismo aquello que un día prometió, se vanagloria de, o bien jugar a la ambigüedad de ser idolatrado por el mercado, o bien esforzarse por llegar tan lejos como le permita el arrastre pesado del fardo de la modernidad que, aunque cadáver, todavía emite quejidos de quién se resiste a ser enterrado todavía.
Quizá es que el arte nos es ya tan familiar, estamos tan apegados a él pese a no conocerlo en absoluto, que todas sus potencialidad en forma de repolitización y subversión han quedado disfrazadas. No es más que un muñeco de feria, una atracción de barraca. Se inmiscuye, inunda la vida, llena todos los espacios de vida, desde el íntimo y personal hasta las más altas formas de abstracción. La estetización es global. Pero eso es todo. Que no se le pida nada, porque no tendrá nada que ofrecer salvo lo mismo: entretenimiento y esa pegajosa mercadotecnia adherida a él hasta chuparle la sangre.
En esta situación, merece la pena detenernos en una obra expuesta en este ARCO que puede hacernos reflexionar sobre estos derroteros carcomidos del arte de hoy. Caminando, digiriendo una trayectoria a veces dejada al azar de lo que nos salta a la vista, de repente uno topa con una pared llena completamente de titulares de prensa en tamaño sobredimensionado.
Pero eso no es lo que nos sorprende. El que sean titulares de prensa nos damos cuenta después. Lo principal es que todos ellos hacen referencia a la crisis y al arte. ‘El arte siempre ha vivido en crisis’, ‘el arte planta cara a la crisis’, ‘el arte, un refugio en tiempos de crisis’, etc. Simplemente demoledor. Postconceptualismo en grandes dosis para descifrar, una vez más, la pleitesía que, mercado y arte, se tienen entre sí.
Y es que si uno se detiene delante de esta obra, ve mucho más de lo que ha simple vista pueda percibirse. Porque su modo de operar parece heredado del conceptualismo, pero insertándose un poco más allá, en lo post-, es capaz de hacer girar las tornas y desvelar, aunque sea por un instante, los verdaderos entresijos del arte. Porque ahora no es que el arte coincidiese con la obra de arte (como por ejemplo las sillas de Kosuth); ahora es que el arte, porque es arte al haber franqueado la puerta que le daba o no derecho a entrar en la feria, se entiende tautológicamente como el mercado y sus problemas son los problemas que la crisis pueda desentrañar.
La tautología entonces es perfecta. Es arte al conseguir definirse en términos cuanto que únicamente hablan de las relaciones del arte con el mercado. Cuando el arte, mas que recaer en la obra, se ha convertido en una estrafalaria forma de simbiosis arte-mercado donde se nos dice que son precisamente esos procesos de marketing, gestión y producción lo que ha de enfatizarse a la hora de calificar algo como artístico, la obra de Muntadas y López Cuenca logra desmontar la tautología de este simulacro del arte que danza de feria en feria al abrigo del mejor postor.
Los artistas aceptan la simbiosis arte-mercado como una tautología en sí misma. No se pregunta por la verdad/falsedad, sino que lo acepta como una mera descripción de un hecho. Y, al igual que el conceptualismo llega a la obra de arte definiendo lo que es arte, Muntadas y López Cuenca llegan al meollo de los entresijos del arte con ese doble movimiento que supone, por una parte, hacerlo visible en forma de proposiciones como descripción de un hecho y, en segundo lugar, darle el nombre de obra de arte.
Claro que, por otra parte, hay también mucho más. Hay todo lo que se pueda sonsacar con relación a la autoría de la obra. Porque no hay que dejar pasar desapercibido que son los mass-medias los que han prefigurado la obra. Es ahora cuando toca darse cuenta que son titulares de prensa lo que conforman la obra. El artista, ahora más que nunca y llegando al límite, ha quedado relegado al mero papel enfatizado por Barthes de seleccionador y clasificador de signos.
Si las vanguardias, el cubismo por ejemplo a la hora de llevar recortes de periódico a sus lienzos, enfatizaban un futuro que se deshacía en sus manos a golpes de conjugar arte y vida llevando a sus obras pedazos de realidad, la selección hecha por Muntadas y López Cuenca nada tiene que ver con esta utópica fascinación vanguardista por la vida sino que se inserta en los mecanismos postmodernos de producción de esas mismas estructuras semióticas que estructuran la realidad: es decir, los medios de comunicación.
El plus de significación que se logra con la acción de seleccionar y clasificar textos no va en pos de una consumación posthistórica, sino que se asienta de lleno en el simulacro del arte mismo. El que para ellos, igual que para otros, el arte se defina en términos de relación con el mercado y la crisis no tiene mayor importancia. Lo brutal es que sean los mass medias los únicos productores de sentido. El arte queda definido por su propia efectuación en los medios, decidores absolutos de discursos.
De esta manera el límite se consigue: el artista queda, una vez más, reducido a cero. Pero esta vez las consecuencias van mas allá de lo común: el arte queda zanjado en las relaciones simulacionistas con que los mass medias quieran dotarle.
Nada queda por hacer ya; o quizá sea esta misma obra el comienzo de todo lo que resta por hacer. Aunque mucho nos tememos que ni lo uno ni lo otro, sino que todo seguirá sumergido en esta grandilocuencia del siesteo.
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