viernes, 6 de febrero de 2009

EL ARTISTA EN EL ALAMBRE

JACOBO CASTELLANO. ‘SIN PÚBLICO’
GALERÍA FÚCARES (17/01/ 09- 28/02/09)

Si de alguna manera podemos definir este nuestro tiempo de hoy es recurriendo a la paradoja explicativa del equilibrio inestable. Ese estado de cosas tan recurrente al que nos vemos las mas de las veces lanzado sin saber muy bien que terreno pisamos, si el de la seguridad del orden predicado por determinadas esferas, o si la del caos mas absoluto con el que no dudaríamos de calificar nuestros ritmos y costumbres. Dudamos, pero no es que dudemos, es que hasta la duda es, al mismo tiempo, apariencia e inestabilidad real. Y, como siempre, entre medias, la sucesión de hechos, de esperas, de paseos en el alambre en el que nuestras vidas discurren. Un pie mas acá y el otro en un más allá deslizante y también (¿a quién queremos engañar?) deseado.



Nada, por tanto, que juegue a favor de nuestras seguridades salvo el saber que el siguiente paso puede ser el desencadenante de la catástrofe. Pero, aún así, sabedores que vivimos en la catástrofe perpetua de la instantaneidad cibernética, poco nos importa. Si resbalamos, alguien habrá que lo documente, lo testifique y de fe; incluso nosotros, ensayándonos como una simulación mas, podríamos dejarnos caer sin ningún esfuerzo. Despertaría una sana envidia trasportable en megapixeles digna de que cualquier medio propagandístico se hiciese eco.
Claro está que jugamos con red. Nada es tan real que tenga un efecto tan decisivo. Y, de tenerlo, apenas toparíamos con él, el dato en sí desaparecería en el fantasmal mundo circundante. Que mayor deleitación que proponerse uno mismo un riesgo que se sabe hipermediado y asegurado como salto de malabarista en el circo posmoderno.
Así, el ejercicio que nos propone Jacobo Castellano es el de desentrañar ciertos códigos de la inestabilidad, tan perpetua como virtual, de nuestras vivencias. Quizá esperemos a alguien en casa, en nuestra propia casa; quizá seamos nosotros mismos los que experimentemos nuestra propia casa como un desequilibrio constante. Pero la cuestión es que el problema no está en si vendrá finalmente Godot o no. El problema es que ni sabemos si vendrá o si ha venido ya, pero sobre todo si, en caso de venir, soportaría la hospitalidad que nosotros, enfermos súbditos de un mundo desintegrado en el quantum de información, seríamos capaces de otorgarle. Sillas que apenas soportarían el peso de un niño, cuerdas en equilibrio y que dificultan nuestra estancia, lugares construidos para no quedarse mas que el tiempo necesario. Todo tan contagiosamente frágil, que no tenemos ninguna otra sensación que la de habitar el despropósito en una especia de herrancia sedentaria.
El hecho de construir nuestro habitar se convierte en lo mas problemático debido a que es precisamente en ese lugar del hospedar y el albergar donde nuestras disposiciones internas quedan patentes del modo mas claro. ¿A qué poder dar cobijo si la estancia es tan fría e incómoda como inestable y fantasmal? No, decididamente no vino Godot pero es que además nuestro esperar es ya el esperar en el alambre.
A este respecto, la instalación por él llevada a cabo nos lo hace mas patente aún. Una cuerda, extendida a dos metros de altura y uniendo dos pilotes, hace las veces de ese equilibrio inestable al que antes aludíamos. Unas botas colgadas en el extremo de uno de los pilotes nos da la idea de que alguien pasó…o pasará. Y debajo, la red. Por si finalmente se decide ha pasar, o no.


En eso nos hemos convertidos hoy: en acróbatas circenses prestos para dejarnos llevar por el espectáculo de unas vivencias tan desequilibradamente estables que buscan, con impulsos de esquizofrénico, un paso, el siguiente, con el que poder seguir jugando y con el que, sobre todo, poder dejarnos caer en esa magnífica red: la red que nos permitirá volver a lo mismo siempre, a reiniciarnos y repetirnos en una fluctuación constante de intentos que ya no son nada. Ni siquiera el peligro nos hace humanos. Tachado, deformado en pura apariencia, pudiendo reiniciar el sistema de continuo en un game-over siempre especulativo, esperpéntico y, sobre todo, espectacular, el riesgo de caer en un siguiente paso es asumido por los puestos fronterizos de control y de consumo que no permitirán que ni uno solo de los enanos del circo quede tullido.

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