lunes, 10 de mayo de 2010

CALIGRAFÍAS DEL CUERPO



SCENE GRAMMER
GALERIA PILAR PARRA Y ROMERO: 29/04/10-29/05/10

(artículo original publicado en Revista Claves de arte: http://www.revistaclavesdearte.com/noticias/20559/Scene-Grammar-en-la-Galeria-Parra-&-Romero)

Fue al leer a Einstein por casualidad y su idea de que no existen puntos fijos cuando Merce Cunningham se percató del abismo que se abría a los pies de una danza tradicional incapaz de seguir el rebufo del arte contemporáneo: “cuando dice que no hay puntos fijos en el espacio, pensé: esto es perfecto, es lo que yo considero para el espacio escénico”. Eliminación de puntos fijos, ningún pensamiento involucrado, eliminación de la narrativa y de la relación tradicional con el espacio escenográfico. Solo movimiento y azar.
En un mundo flotante como el nuestro, apuntalado en el simulacro que devuelve la copia descentrada de una realidad cambiante, normal que la danza contemporánea tenga mucho que decir. Este interés por la danza contemporánea trasciende el propio ámbito de su disciplina para insertarse de lleno en un arte que trata de enfatizar el cruce de caminos que pueda existir entre una danza como escritura caligráfica, y los movimientos cotidianos, ligados a nuestros rutinas, códigos sociales y de conducta
Porque, si bien es cierto que la danza de Cunningham, así como gran parte de la obra de uno de sus más célebres colaboradores, John Cage, se apoya en ideas zen y budista en referencia a invertir la episteme occidental y primar el movimiento sobre el espacio y el tiempo, los artistas visuales dotan al cuerpo humano de una efectividad atrapada entre lo objetivamente real y lo interiormente virtual para, así, canalizar los actuales intereses del arte. Estos, en relación con la danza, suelen ser dos: o bien explorar la mecánica gestual y mimética de generación de sentimientos en un mundo en el que parecen no tener ya cabida, o bien realizar condensaciones simbólicas y comportamientos codificados donde hacer plausible la génesis de algún tipo de identidad.
Con la colaboración de la Merce Cunningham Dance Foundation, y de la mano de siete artistas internacionales de todavía escasa repercusión en nuestro país, pues en la mayor parte de los casos es esta su primera exposición española, la Galería Pilar Parra y Romero hace un espléndido recorrido sobre la relación que actualmente existe entre arte visual y danza contemporánea. De esta exposición, que puede verse hasta el próximo día 26 de Mayo, nos detendremos en cuatro artistas.
Tim Lee (Seúl, 1975), haciendo uso de una cierta dosis de humor y de un descentramiento en la mirada, reactualiza en su obra (‘Apocalipsis 91’) los trabajos de Bruce Nauman adscritos al movimiento del body-art. Si para este movimiento el cuerpo era considerado la primera herramienta con la que trabajar, y de la que se podían inferir causalidades tanto perceptivas como sobre todo políticas, para Tim Lee parece que el cuerpo es una minusvalía, un despojo orgánico atrofiado en su propia corporalidad. La obra de Lee, priorizando la perfomance, es capaz de provocar diferentes niveles de profundidad: desde el nivel perceptivo que ve en el cuerpo un recurso visual más, hasta aquel más profundo que incide en la cada vez más obvia desfundamentación de un sujeto que ve en el cuerpo un obstáculo más que un medio.
Hanna Schwart (1975) retoma el caudal político que toda reflexión sobre el cuerpo ha tenido en el arte contemporáneo, pero para esta vez enfatizar lo fragmentario de toda narrativa que se quiera hacer depender de sociabilidad alguna. Combinando, en un montaje que recuerda a la Nouvelle Vague, escenas de baile con otras de unas decenas de personas que pasean coreográficamente diferentes carteles, alternando la música con el silencio, la artista provoca rupturas de sentido en la obra haciendo frustrante cualquier intento de totalidad narrativa. El que el video esté proyectado en un loop de cuatro minutos acentúa este carácter huidizo y fragmentario. La música, codificada siempre como punto de ruptura, la localización imprecisa de los personajes, así como sus motivaciones más íntimas, llevan al espectador a un estado de movilidad absoluta, donde ningún punto fijo, donde ninguna verdad es contada.
El video de Ulla von Branderburg (Karlsruhe, 1975) titulado ‘Singspiel’ y que se pudo ver en la última edición de la Bienal de Venecia sigue la línea suya de crear obras basadas en “tableaux vivant” en los cuales grupos de dos o tres personas permanecen congelados en una determinada pose. Reactualizando una estética muy fin de siécle consigue dotar a sus obras de una atmosfera donde la angustia se puede cortar con un cuchillo.





En esta obra, sin embargo, los personajes se mueven. Una familia, parece, se va reuniendo para comer o para jugar a las cartas. Costumbre, hábitos, coreografías gestuales, etc, todo ello va componiendo un puzle donde la vida se construida como un gran teatro tan elíptico como alusivo. Cada escena tiene lugar en un umbral que está entre el pasado y el presente; cada gesto, en una falta de expresividad absoluta, adquiere una relevancia impropia; la interioridad anímica de los personajes vaga como fantasmas en estados de desorientación o de bulimia emocional. Comer, jugar, abrir una puerta, traer una caja: no sabemos muy bien porqué pero la vida que una vez se quiso construir perfecta deambula hoy en una atroz distopía. Si apuntamos que el video fue grabado en la Villa Saboya de Le Corbusier, todo viene a coincidir en las intenciones de la artista: la vida, para la que estaban reservadas las más perfectas de las arquitecturas, ha quedado desmontada en construcciones por las que el sujeto, más que habitar, vaga en una falta exasperante de sentido.
Por último, Kelly Nipper (Minnesota, 1971), artista que usa la coreografía para dar forma a ideas acerca del espacio y del tiempo, haciendo surgir todo tipo de emociones, es la que más claramente sigue los dictados de los ‘descubrimientos’ de Merce Cunningham. Preocupada por la mímica gestual del cuerpo en sus movimientos cotidianos, ritualiza éstos para generar una danza que reconfigura performativamente el espacio. Danza, mímica y palabra se fusionan en ‘Sapphie’, donde una voz recita un texto en francés mientras una bailarina enmascarada danza acompasada. Regresión al principio de la palabra, al salvajismo de un logos que recae continuamente en mito, al movimiento de un cuerpo que habla de aquello precisamente que queda siempre ahogado en lo indecible de una expresividad a-lógica.

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