lunes, 27 de septiembre de 2010

IMÁGENES SIN TIEMPO


ELGAR ESSER: ‘SIN TIEMPO’
GALERÍA FÚCARES: hasta el 23 de Octubre
(texto original en Revista Claves de Arte: http://www.revistaclavesdearte.com/critica/20721/Elger-Esser-en-la-Galeria-Fucares)

Si el problema del arte está indisolublemente ligado al problema de la representación, esta posible dialéctica que transita por la superficie de la historia del arte ha quedado implosionada debido a la insólita aceleración que han sufrido los medios de reproducción en las últimas tres décadas.
Sin duda alguna, y en este sentido, al arte moderno, entendiendo por tal la producción artística que surge con la Ilustración, le ha costado comprenderse a sí mismo ya que a duras penas accedía a desprenderse de nociones clásicas tales como catarsis o mímesis. La fotografía, encumbrada ya sin ningún género de dudas a la categoría de arte, es la prueba fehaciente de lo que le ha costado al propio arte llegar a tener una intuición clara de cual era su destino. Ella misma tuvo que esperar casi un siglo a que los textos clarificadores de Benjamin pusieran luz sobre una problemática que parecía enquistada y atrincherada en posturas premodernas cifrando hasta entonces todo su potencial en la innata capacidad para la imitación y el detalle.
Para centrar el asunto, la confusión estriba en que, siguiendo al recientemente fallecido José Luis Brea en uno de sus clarificadores textos, “es un error pensar que ellas (las imágenes) tienen algo que decirnos, acaso que representan el mundo –o lo real”. Porque lo cierto es que el potencial de las imágenes desborda con mucho esa relación unívoca que para muchos aún hoy sigue siendo válida: “ellas son portadoras, por encima de todo, de un potencial simbólico, de la fuerza de abrir para nosotros un mundo de esperanzas, de creencias, un horizonte de ideas muy generales y abstracto al que nos enfrentamos movilizando, sobre todo, nuestro deseo”.
Si, por último, el deseo, a través de las diversas teorías postestructuralistas, no remite a ninguna carencia ni a ninguna represión edípica, sino que es algo que se produce socialmente, la ecuación termina por plegarse sobre sí misma: el arte, arte como producción de imágenes potencialmente simbólicas, ha de quedar ligado a los medios de reproducción con que cada sociedad produce su imaginario colectivo para, al tiempo que problematizarlo y cuestionarlo, no olvidar el carácter dinamizador, esperanzador y utópico con que dichas imágenes deben estar cargadas.
La obra de Elger Esser (Stuttgart, 1967) que hasta le día 23 de Octubre puede verse en la Galería Fúcares da cumplida cuenta de estas dos ambiciones que esencian por completo al arte de manera tan exquisita como contundente. Su trabajo hace hincapié en la memoria, en la recuperación archivística de documentos fotográficos de principios de siglo XX para reactualizarlos utilizando la tradicional reproducción del heliograbado y del coloreado manual.
De esta forma, la reproducción de imágenes ya olvidada en el archivo memorístico es reactualizada y devuelta al espacio de lo simbólico pero no utilizando para ello un nuevo medio de reproducción, sino el que le era propio en el tiempo de su primera reproducción. El juego de tiempos entra de lleno en el espacio de la reproducción de imágenes para trasportarnos a un tiempo fuera del tiempo. Lo olvidado, lo sepultado ya por la pulsión esquizofrénica de archivo de nuestra cultura, es traído de nuevo a una memoria que se ve de pronto sacudida por un intruso, por una imagen para la que ya pasó su tiempo.
La parada, el autocuestionamiento que crea semejante intrusión en el actual ritmo frenético de producción de imágenes nos hace cuestionarnos, más que cualquier otra imagen actual, si no es demasiado lo que se está quedando olvidado por el camino, si nos conviene a nosotros mismos, mónadas nómadas, habitar un espacio donde se premia la fluidez, la flexibilidad y la hiperproducción.




Para acentuar la íntima relación que tiene la formación de subjetividades en el régimen de producción sostenido por cada cultura, una segunda serie de heliograbados nos remite a una memoria que ya no es la del archivo colectivo, sino la nuestra propia. Ahora Esser invierte levemente el proceso: si las fotografías son ahora actuales, los métodos de reproducción siguen siendo los clásicos. Ahora, la asincronía es otra y es nuestra memoria la que de inmediato se ve lanzada a un pasado que nunca ha sido el suyo pero que cree reconocer.
Inspirados en el Combray de Proust, estas fotografías nos demuestran que nuestra memoria es ahora la del ‘tiempo perdido’: la otra mitad, no la que quedó olvidada, sino la que nunca fue actual, la que se mantuvo en el plano de la virtualidad absoluta. Buscarnos en las imágenes de estas fotografías es concluir que nunca hemos dejado de ser una diferencia, aquella que media entre el tiempo pasado nunca vivido y el tiempo presente que se repite en él.
En definitiva, la magnífica exposición de Esser nos demuestra algo que por sabido, nos cuesta trabajo reconocer: que las imágenes no representan nada, que ni siquiera están nunca completas. Una pátina de memoria y olvido, de promesa y esperanza, las cubre por completo como una fina capa de oro. Como decía Brea, las imágenes, solo ellas, tienen la capacidad de abrirnos el mundo.

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