ZWELETHU MTHETHWA: “CONTEMPORARY GLADIATORS/BRICK WORKERS”
GALERÍA OLIVA ARAUNA: hasta el 14/10/10
GALERÍA OLIVA ARAUNA: hasta el 14/10/10
(artículo original en 'arte10.com': http://www.arte10.com/noticias/index.php?id=375)
Cuesta mirar de otra manera. Cuesta desprenderse de todos los etnocentrismos y occidentalismos con que nos hemos ido constituyendo durante siglos. Si como sostenían ya Adorno y Horkheimer la Ilustración no hace sino recaer en mito, si la razón bienpensante, autónoma e ilustrada fue hace ya tiempo desenmascarada como estrategia de poder puesta al servicio de un irracionalismo tan contumaz como perspicaz, normal entonces que nuestros mitos aboguen por una estrategia de totalidad tan mentirosa como lo ha sido desde siempre.
Solo que, actualmente, las estrategias adoptadas por una razón que halla en su carácter entumecido y paralítico el mayor caudal de semantización social han terminado por adoptar las formas de la hipertolerancia laica, de lo políticamente correcto y de la vacuidad librepensadora a la hora de dar contenidos programáticos de un poder que halla así acomodo en cualquier discurso y que produce subjetividades nihilistas, serviles y atomizadas en un espacio público carente de cualquier instancia crítica y comunicativa.
Fue ya en los años ochenta, cuando la narración marxista de la historia encallaba definitivamente, cuando la lógica del capital encumbró a estrategia homogenizadora precisamente aquello que parecía sepultarla por completo: dar voz, de una vez por todas, a todo lo olvidado del mundo.
La razón, herida de muerte en su labor de autofundamentación, renuncia definitivamente a ella y adopta cínicamente la postura contraria: aquella que cabe cifrar como la apertura a todos los regímenes discursivos, especialmente aquellos que pudieran entenderse como contrarios, para así intentar extender la razón pluralizándola y flexibilizándola a ámbitos marginados por la razón práctica.
Hasta tal punto ha llegado la fuga de la razón a ámbitos hasta entonces supuestamente contrarios que el mito en que cabe cifrar toda la conceptología postmoderna no es otro que el ya recurrente mito del otro. De esta manera la Historia, al tiempo que queda amputada de toda resignificación utópica, coloca en su mismo centro aquello que hasta entonces había sido marginado y reprimido. Sin embargo, este recurso al otro supone una superación mística de la crisis de la razón clásica ya que otorga a estos elementos marginales el cometido trascendente de convertirse en fundamento fuerte.
Porque, sin lugar a dudas, esta posthistoria que trata de hallar sentido remitiéndose al carácter emancipador que otorga una micropolítica de las identidades, no supone otra cosa que una fragmentación del espacio público en microdensidades incapaces de reinterpretarse semánticamente en un campo social voladizo y nómada. Precisamente de este malestar a escala microsubjetiva recoge la lógica del hipercapital la energía libidinal necesaria para catexizar un campo social sin necesidad de remitirse a estructuras sociales ni jerárquicas.
Ya Guattari, quizá el primero en romper con el reinado de las mayorías, supo ver que el potencial libidinal de las minorías solo sería tal mientras se afirmasen éstas en la idiosincrasia de su propio devenir. Pero la Historia, lejos de plasmar la idoneidad de fragmentar la razón en un escenario polisémico y poliédrico, ha venido a dar la razón a aquellos que veían en esta idealización mitológica del otro la imagen especular de una razón que se resignaba a darse por vencida.
Cuesta mirar de otra manera. Cuesta desprenderse de todos los etnocentrismos y occidentalismos con que nos hemos ido constituyendo durante siglos. Si como sostenían ya Adorno y Horkheimer la Ilustración no hace sino recaer en mito, si la razón bienpensante, autónoma e ilustrada fue hace ya tiempo desenmascarada como estrategia de poder puesta al servicio de un irracionalismo tan contumaz como perspicaz, normal entonces que nuestros mitos aboguen por una estrategia de totalidad tan mentirosa como lo ha sido desde siempre.
Solo que, actualmente, las estrategias adoptadas por una razón que halla en su carácter entumecido y paralítico el mayor caudal de semantización social han terminado por adoptar las formas de la hipertolerancia laica, de lo políticamente correcto y de la vacuidad librepensadora a la hora de dar contenidos programáticos de un poder que halla así acomodo en cualquier discurso y que produce subjetividades nihilistas, serviles y atomizadas en un espacio público carente de cualquier instancia crítica y comunicativa.
Fue ya en los años ochenta, cuando la narración marxista de la historia encallaba definitivamente, cuando la lógica del capital encumbró a estrategia homogenizadora precisamente aquello que parecía sepultarla por completo: dar voz, de una vez por todas, a todo lo olvidado del mundo.
La razón, herida de muerte en su labor de autofundamentación, renuncia definitivamente a ella y adopta cínicamente la postura contraria: aquella que cabe cifrar como la apertura a todos los regímenes discursivos, especialmente aquellos que pudieran entenderse como contrarios, para así intentar extender la razón pluralizándola y flexibilizándola a ámbitos marginados por la razón práctica.
Hasta tal punto ha llegado la fuga de la razón a ámbitos hasta entonces supuestamente contrarios que el mito en que cabe cifrar toda la conceptología postmoderna no es otro que el ya recurrente mito del otro. De esta manera la Historia, al tiempo que queda amputada de toda resignificación utópica, coloca en su mismo centro aquello que hasta entonces había sido marginado y reprimido. Sin embargo, este recurso al otro supone una superación mística de la crisis de la razón clásica ya que otorga a estos elementos marginales el cometido trascendente de convertirse en fundamento fuerte.
Porque, sin lugar a dudas, esta posthistoria que trata de hallar sentido remitiéndose al carácter emancipador que otorga una micropolítica de las identidades, no supone otra cosa que una fragmentación del espacio público en microdensidades incapaces de reinterpretarse semánticamente en un campo social voladizo y nómada. Precisamente de este malestar a escala microsubjetiva recoge la lógica del hipercapital la energía libidinal necesaria para catexizar un campo social sin necesidad de remitirse a estructuras sociales ni jerárquicas.
Ya Guattari, quizá el primero en romper con el reinado de las mayorías, supo ver que el potencial libidinal de las minorías solo sería tal mientras se afirmasen éstas en la idiosincrasia de su propio devenir. Pero la Historia, lejos de plasmar la idoneidad de fragmentar la razón en un escenario polisémico y poliédrico, ha venido a dar la razón a aquellos que veían en esta idealización mitológica del otro la imagen especular de una razón que se resignaba a darse por vencida.
El arte, como producto ilustrado, también se las ha tenido que ver con esta apertura de miras que ha supuesto el giro discursivo de la postmodernidad y, al igual que el resto de instancias, ha desatinado el tino las más de las veces. Las palabras de Thomas McEvilley con ocasión de una de las primeras muestras de arte global, “Magos de la tierra”, que tuvo lugar en 1989 en el Pompidue, vienen a corroborar que la cosa venía ya de lejos: “Conforme los críticos occidentales de principios de siglo XX fueron dando a los objetos tribales capturados el calificativo de “arte”, y mientras esos objetos empezaban a ser trasladados de los museos etnológicos a los museos de arte, los objetos pasaban a integrarse de forma creciente en al gran seria de fetiches modernos garantes de la superioridad de Occidente”.
El acierto de sus palabras dan de lleno en la diana al sostener que, aquello que hemos llamado el ‘mito del otro’, no es otra cosa que el “descubrimiento de que las categorías y los criterios no poseen validez innata y que su transgresión puede ser un camino hacia al libertad”. Así entonces, encontrar en la apertura al otro una mera anécdota con la que estirar un discurso machaconamente insistente en su endogámica fruslería donde, con el correr de los años, se ha hecho patente que “la concentración en la diferencia que honra al otro y le permite ser él mismo” nunca ha dejado de tener una mirada occidentalizada, una mirada que, por ejemplo, ve en el gigante China no ya una otredad, sino un efecto especular con el que dinamizar mercados, no ha dejado de ser nunca la postura de un arte que, desde la atalaya que le otorga el destino de su concepto, ha estado siempre orgulloso de su origen.
No obstante, las cosas han cambiado bastante y con la nueva era iniciada por el Capitalismo Mundial Integrado no queda región, por remota que sea, que no sufra en sus propias carnes el fracaso de una utopía que, pese a quedar desinstalada de los dispositivos occidentales de producción hace ya tiempo, sigue ejerciendo una fantasmal fascinación en el Tercer Mundo.
Es solo desde esta perspectiva desde donde cabe entender el trabajo fotográfico llevado a cabo por Zwelethu Mthethwa y que hasta el día 14 de Octubre podemos ver en la Galería Oliva Arauna de Madrid. Si hasta hace bien poco éramos nosotros los que mirábamos al Tercer Mundo con bobalicona sonrisa caritativa, desde hace ya un tiempo son ellos los que, lacerados más si cabe por una utopía económica que hizo dejación de principios dejándolo todo en manos de unos mecanismos de mercado que virtualizaron toda realidad en favor del capital, tienen la suficiente dignidad como para devolvernos una mirada donde la tensión entre orgullo y miseria desencadena la última fractura de una razón que, en su huida, solo sabe correr hacia delante.
Amparados en la dignidad que supone ser colonizados por la lógica de una hipermodernidad que arrasa a nivel global, su mirada se nos muestra como la rebeldía de un imposible, como la dignidad de quien soporta un olvido. La cámara de Mthethwa se ha detenido en los suburbios, en los basureros de las urbes africanas, para mostrarnos casi documentalmente el retrato de una vida que nunca fue elegida y que se debate día y noche al borde del colapso.
Esos retratos destilan toda la amargura de saberse una víctima pero también la plomiza serenidad del que sabe que solo en la lucha está la verdadera razón, esa que no es imagen especular de ningún desastre ni otredad fantasmal de ninguna mentira. No quisiéramos caer en ningún idealismo de la otredad pero, contemplando estas fotografías, uno bien pudiera preguntarse: ¿quién, realmente, es el otro? Con tan solo plantear este enfrentamiento, esta duda donde todas las seguridades construidas por la razón occidental vienen a coincidir en un juego de espejos donde ni siquiera el origen es del todo cierto, el arte, al menos el de esta exposición, dice mucho más de lo que muchos otros callan para sí.
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