EULALIA VALLDOSERA: ‘DEPENDENCIA MUTUA’
GALERÍA LA FÁBRICA: 28/10/10-04/12/10
GALERÍA LA FÁBRICA: 28/10/10-04/12/10
(artículo original en 'arte10.com':
http://www.arte10.com/noticias/index.php?id=380)
Hasta el próximo día 4 de diciembre se muestra en la Galería La Fábrica de Madrid el último trabajo de Eulàlia Valldosera. Realizado en 2009 en el Museo Arqueológico de Nápoles, la obra principal consta de un video performativo donde la artista pide a una limpiadora ucraniana que limpie una de las estatuas allí custodiada. Como viendo siendo habitual en el trabajo de esta gran artista, con un gesto nimio y maquinal logra entrar en el juego de relaciones productivas de la actual sociedad y desvelar el silenciado sistema de interés, mutuos, con que se produce toda relación social.
En una sociedad que se construye globalmente en una productividad hipereficiente, ningún ámbito o instancia se da como oposición a ninguna otra. El juego de espejos, los idealismos de la praxis, incluso los sistemas que se retroalimentan en su deglutirse a velocidad terminal, han pasado a mejor vida. Ahora, en un producirse a nivel microfísico, donde toda alteridad se subsana en una repetición que vuelve magnificada, los sistemas, más que por oposición, se resuelven intrasistémicamente.
El poder desea el poder, la voluntad es siempre voluntad de poder, el deseo es la esencia propia de esta voluntad que siempre se desea sobrecargada. Pero, en esta red dialógica que se impone como constructo sobre el que levantar, aunque solo sea idealmente, el cuerpo social, solo hay, como supo ver Foucault, una cosa cierta: “el poder es coextensivo al cuerpo social, no hay playas de libertad”.
Así por tanto, más que relaciones de sentido, solo median, entre los diferentes agentes, relaciones de poder que, concatenados unos con otros, producen determinados efectos de verdad los cuales, a su vez, posibilitan el privilegio de unos intereses sobre otros.
Todo por tanto sigue la lógica de la inmanencia, del simulacro del acontecimiento que se produce, antes que como causa, como efecto. Y así, en el límite, la satisfacción antes que el deseo; una lógica del sentido que se da como efecto ahistórico en una red de interpretaciones cuyo horizonte es el ya–sido de todo acontecimiento.
Si el materialismo ha devenido categoría productiva esenciante para la construcción de la sociedad (el poder, antes que represión, produce cosas) lo es sólo en la medida en que ha conseguido dar la vuelta al materialismo de corte marxista: si antes era la praxis la que construía la realidad objetiva a conocer y transformar, si la interpretación (determinado reflejo –ideológico- de la superestructura en la infraestructura) construía la sociedad, ahora la realidad, el cuerpo social, antes que interpretada, es producida. Y es que los procesos sociales, más que seguir lógicas en términos de relaciones de producción, son simples estrategias con que lo social descatexiza un nivel insoportable de sobrepotenciamiento a nivel de la libido puesta en juego en la lógica inmanente de los efectos.
Hasta el próximo día 4 de diciembre se muestra en la Galería La Fábrica de Madrid el último trabajo de Eulàlia Valldosera. Realizado en 2009 en el Museo Arqueológico de Nápoles, la obra principal consta de un video performativo donde la artista pide a una limpiadora ucraniana que limpie una de las estatuas allí custodiada. Como viendo siendo habitual en el trabajo de esta gran artista, con un gesto nimio y maquinal logra entrar en el juego de relaciones productivas de la actual sociedad y desvelar el silenciado sistema de interés, mutuos, con que se produce toda relación social.
En una sociedad que se construye globalmente en una productividad hipereficiente, ningún ámbito o instancia se da como oposición a ninguna otra. El juego de espejos, los idealismos de la praxis, incluso los sistemas que se retroalimentan en su deglutirse a velocidad terminal, han pasado a mejor vida. Ahora, en un producirse a nivel microfísico, donde toda alteridad se subsana en una repetición que vuelve magnificada, los sistemas, más que por oposición, se resuelven intrasistémicamente.
El poder desea el poder, la voluntad es siempre voluntad de poder, el deseo es la esencia propia de esta voluntad que siempre se desea sobrecargada. Pero, en esta red dialógica que se impone como constructo sobre el que levantar, aunque solo sea idealmente, el cuerpo social, solo hay, como supo ver Foucault, una cosa cierta: “el poder es coextensivo al cuerpo social, no hay playas de libertad”.
Así por tanto, más que relaciones de sentido, solo median, entre los diferentes agentes, relaciones de poder que, concatenados unos con otros, producen determinados efectos de verdad los cuales, a su vez, posibilitan el privilegio de unos intereses sobre otros.
Todo por tanto sigue la lógica de la inmanencia, del simulacro del acontecimiento que se produce, antes que como causa, como efecto. Y así, en el límite, la satisfacción antes que el deseo; una lógica del sentido que se da como efecto ahistórico en una red de interpretaciones cuyo horizonte es el ya–sido de todo acontecimiento.
Si el materialismo ha devenido categoría productiva esenciante para la construcción de la sociedad (el poder, antes que represión, produce cosas) lo es sólo en la medida en que ha conseguido dar la vuelta al materialismo de corte marxista: si antes era la praxis la que construía la realidad objetiva a conocer y transformar, si la interpretación (determinado reflejo –ideológico- de la superestructura en la infraestructura) construía la sociedad, ahora la realidad, el cuerpo social, antes que interpretada, es producida. Y es que los procesos sociales, más que seguir lógicas en términos de relaciones de producción, son simples estrategias con que lo social descatexiza un nivel insoportable de sobrepotenciamiento a nivel de la libido puesta en juego en la lógica inmanente de los efectos.
Y así, otra vez en el límite, si la realidad ha pasado de ser una objetivación de la Naturaleza por la praxis humana a un simple efecto de verdad previo incluso a cualquier lógica discursiva, el trabajo de igual modo ha dejado de ser una categoría antropológica y gnoseológica para devenir simulacro perfecto de la producción de una sociedad que se autocomprende en una red intrasistémica de relaciones que fluyen a gran velocidad.
En la actual exposición que tiene lugar hasta el día 4 de diciembre en la Galería La Fábrica, Eulalia Valldosera nos muestra la sutileza con que producen estas relaciones intrasistémicas de poder. El trabajo de Valldosera consiste siempre en fijarse en lo residual, en lo performativo de cualquier hecho banal para, a través de él, remontarse hasta la huella mimetizada de lo ritual que aún hoy se distingue en cualquier actividad.
Dejando deslizar el sentido, trabajando en los márgenes silenciados de lo cotidiano, Valldosera teje un discurso hecho de amontonamientos, de silencios, de proyecciones ya olvidadas donde lo asombroso surge como una luz espontánea e irreducible a cualquier otra relación que la anule. Quizá sea esa una, quien sabe si la más importante y urgente, de las funciones del arte contemporáneo: dar voz a lo silenciado en una producción, la humana, que se ha visto atropellada por el régimen hipervisual del signo-mercancía.
En esta ocasión es la monótona mímica de la limpieza lo que consigue desvelar toda la oculta red de relaciones de poder que habitan detrás de cualquier producción. La artista pide a una limpiadora ucraniana, al servicio de su galerista italiana, que limpie una de las estatuas del Emperador Claudio que hay en el Museo Arqueológico de Nápoles. Con este gesto, la limpiadora queda implicada en una red de relaciones que quedan urdidas en el cuidado cultural hacia la tradición de un testimonio, en este caso artístico, al tiempo que se generan relaciones de ida y vuelta entre quien necesita a quién. Tensionando de esta forma el campo social se logra señalar aquello que de por sí es inasible: el propio interés de cada discurso.
Una cita de Baudrillard al comienzo de la hoja de galería nos pone sobre la pista: contra el poder de lo real y de la producción, solo la seducción es capaz de hacerlos remitir a su estatus originario, el de ilusión fundamental. Así, es la seducción la que desenmascara a la realidad como relación de ilusiones: incardinada ella también, la propia seducción, en una relación de poder, consigue hacer emerger la cara oculta, lo silenciado de esa misma relación.
El ejercicio que Valldosera propone para el desvelamiento de esta realidad siempre otra de las propias relaciones que entretejen la noción de “realidad” es de tal sutileza que logra dejar su huella en multitud de discursos y, de esta forma, realizar una interferencia, un desvelamiento, en la relación que media entre la propia materialidad productiva de cada relación y el interés –jerárquico, laboral, histórico, patriarcal- que verdaderamente se esconde detrás.
El hecho de que la propia ideología –aquello que encubre una determinada relación entre la superestructura y la infraestructura- haya devenido simulacro puro de la economía libidinal postmoderna, hace más difícil su supuesto desvelamiento, al tiempo que ha conseguido mimetizarse en cualesquiera producción de subjetividades.
De ahí que Valldosera no denuncie ni que tampoco señala, sino que se limite a dejar que el juego de las seducciones desvele la realidad escondida: relaciones entre la sociedad y el arte, entre cada una de las clases sociales, entre la tradición y el cuidado que hacia ella se tenga; pero también, entre lo femenino y el poder, entre la seducción y la sexualidad femenina, y, tomando a la limpiadora ucraniana como alter ego de la artista, entre el ámbito del arte y los artistas.
Si Adorno, en su Teoría Estética, dejó dicho que “implícitamente la obra exige la división del trabajo, y el individuo funciona de antemano a la manera de la división del trabajo”, esta exposición de Eulàlia Valldosera pareciera querer meterse entre los intersticios de esta sentencia y arrojar luz sobre aquello que, a pesar de conformar el conglomerado de la realidad, permanece silenciado en unos intereses que, camuflados en el simulacro producido por cualquier efecto de verdad, operan con total disciplina e impudor.
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