GALERÍA 6mas1: 06/04/13-27/04/13
E, insistimos, no es para echar el
cierre y negar el pan y la sal a quienes se lo han currado de lo lindo: es
simplemente –y como este blog pretende ir siempre un poquito más lejos- para
ver entre las grietas del arte, para vislumbrar como el arte, aún en
situaciones de desesperación como la actual, trata de sacar tajada.
La exposición Last night, que puede
verse hasta el día en la galería 6más1
no es ni mejor ni peor que muchas de las otras que componen el evento. Pero sí
que es sintomática del popurrí ideológico que vertebran muchas de las
exposiciones de arte contemporáneo en la actualidad. Heredados del bienalismo
curatorial que ha hecho del arte una ideología per se, mucha práctica comisarial toma el arte como campo de
pruebas desde donde elevar discursos anodinos, reiterativos o, como poco,
esbozando tesis amañadas y en connivencia con el espectador ya convencido.
Lo mismo que el bienalismo tiene en lo
archivístico-compulsivo, en la globalización y en la espectacularización de lo
banal y lo trillado sus puntos nodales desde donde perpetrar la salvajada de
turno, el comisariado de andar por casa parece también darse de bruces con un
campo estético sobredimensionado teóricamente y frente al cual mejor hacer
mutis por el foro que dejarse las pelotas en el intento.
La exposición en sí confunde los
términos y, anhelando subirse al púlpito de lo cool, teje un discurso rebosante de obviedades donde el concepto de
lo siniestro freudiano funciona a modo de bisagra. Y es que el leitmotiv con el
que recubrir la inoperancia de lo obvio y el pesebrismo de lo infantiloide ha
terminado por ser ese unheimlicht
que, bien puede decirse, vale pa’tó.
Lo siniestro vale para recubrir lo
traumático-infantil o lo esquizoide-abyecto, para simular una cercanía con lo
real que, a ciencia cierta, no es más que una pose adiestrada con la que fingir
una rearticulación de la distancia que dista mucho de “quemarse” en el intento.
La tesis es que el surrealismo, en su querer mirar bajo las apariencias, en su
optar por un régimen de ficcionalidad anclado en el texto de una interpretación
onírica como modo subversivo de acercarse a lo Real, toma de lo siniestro modos
y maneras de operar. Lo Real, en el discurso surrealista, toma la forma de lo
siniestro y se representa como tal.
Pero la catatonía del surrealismo, la
verborrea tartamudeante de quien cándidamente ve en lo oculto alguna probabilidad
de emancipación, ha quedado profundamente puesta en tela de juicio en la
actualidad disponiendo nuestras imágenes de una pensatividad diferente. Y eso
es lo difícil, lo difícil para un arte –el actual- que tiene unas tragaderas
casi infinitas: situarse en ese núcleo de pensatividad con el que trabaja la imagen
actual, y no funcionar a remolque de anudamientos texto/imagen más propios de
otros tiempos.
Total y resumiendo: que lo siniestro se ha
erigido en concepto multiforme con el que colocarse, de golpe y porrazo, a una
distancia determinada con la propia imagen: justo la distancia que, por otra
parte, más directamente es reconocida como distancia estética –es decir, la
distancia con la que la imagen más rápidamente se confunde con una imagen
perteneciente al “arte”. En otras palabras, lo siniestro, en esa distancia que
se abre dentro de lo más familiar y que resulta ser lo más lejano, establece un
ritornello respecto a lo ya siempre visto según el cual la repetición simula
una recomposición escópica donde, ciertamente, no hay sino modos
hiperconsensuados de visibilidad.
Y es que, ¿por qué lo llaman siniestro
cuando no es sino una distancia estética propiciada por el desanudarse de la
palabra y la imagen de los cánones de un régimen de narración antiguo? Si algo
ha de quedar claro es que el arte hace ya un buen rato que ah dejado atrás
formas de narración al uso y se ha decantado por una nueva eficacia basada,
precisamente, en la sustracción de sentido, en la desconexión entre medios y fines.
Esta distancia –la distancia de no haber acuerdo previo respecto a la distancia–
hace referencia a la cualidad de flotamiento, de extrañamiento por el cual se
adquiere la banalidad social de la impersonalidad del arte, características
éstas del nuevo estatuto del arte desde el Romanticismo a esta parte.
Remitidas a un indiscernimiento respecto
a su contextualización, las imágenes del arte se sitúan en un emplazamiento
difuso, que callan más de lo dicen, y que muestran más de lo que enseñan. Confundir
esta situación de la imagen –entre pensado y no-pensado, entre actividad y pasividad,
entre arte y no-arte– con un concepto tan manoseado como el de unheimlich es, pensamos, un error.
No hay comentarios:
Publicar un comentario