viernes, 6 de junio de 2014

HABLAR PARA (NO) CALLAR: PERO, ¿QUÉ COÑO ES EL ARTE?



Sobre la performance de Deborah de Robertis en el Museo d’Orsay de anteayer.

Por descontado que estamos en una nueva era de las relaciones sociales. Una era donde la megalomanía democrática hace que la noticia no sea sino el reguero de comentarios que la siguen y que la catapultan a la consideración de acontecimiento. Así las cosas, la nueva poiesis no es sino la constatación ferviente de la idiotez puesta en limpio. Cronos ya no interseca con Aión: ahora el acontecimiento tiene su Ereignis en una plataforma que da cancha al pánfilo para que descargue (vomite incluso en algunos casos) su opinión. Con todo, esto no es sino algo fabuloso: describe sin  ningún sesgo doctrinal nuestro estado de parias mentales, de narcotizados voyeurs esperando ver lo esperado. Incluso, estas líneas, este blog al completo, no es sino un efecto concomitante de la capacidad del mediocre, yo mismo, por alzar su voz cuando nadie nunca se la ha pedido.

Digo todo esto porque, gracias a nuestra pantalla-mundo, a nuestra panosfera videocráitca, lo sobrecogedor llega a tener lugar, no tanto, como decimos, en forma de hecho, sino de pliego de descargos, de opiniones de los anónimos (esa gran turba que somos todos nosotros). Así, lo que debe de llamar a la carcajada o la bunkerización en el hogar para no salir de ahí nunca jamás es, en lo tocante a esta performance, la cantidad de peña que no se queda en pensar lo irrelevante e indecoroso que resulta el arte actual sino que, según una pulsión de escribiente muy a tener en cuenta, debe escribirlo y difundir su opinión.

No obstante, desde aquí no queremos echar por tierra a esa muchedumbre ávida de declarar, contra todo pronóstico (pues si algo cabe pensar del arte es, sin duda, que ‘no interesa a nadie’) qué es el arte. Más bien todo lo contrario, nos las queremos tomar muy en serio. Tan enserio que al bueno de Thierry de Duve le haría falta un opúsculo a su “Kant after Duchamp” para referirse no ya a Duchamp como aquel que transformó la pregunta clave de la autonomía estética (del kantiano “esto es bello” al duchampiano “esto es arte”) sino a la capacidad de los anónimos para irrumpir en el debate público y señalar qué es y qué no es, un dos tres responda otra vez, el arte.

Huelga decir entonces que la importancia al casi medio millar de comentarios que me he leído sin pestañear sobre la artista Deborah de Robertis y su “polémica” performance son el nuevo marco institucional para declarar “esto es arte”. Así, por arte de birbibirloque, hemos caído del otro lado del espejo en relación a nuestro marcado elitismo: la peña, ese gran nosotros que no tiene otra cosa que hacer, que están profundamente desocupados, que gozan de ocio, que, en definitiva, claman en el desierto cibernético sus opiniones esperando sean leídas, son de veras los nuevos popes de la cosa artística, aquellos que dictan sentencia desde sus hogares, oficinas, dispensarios, locutorios, etc.
 
 

Y ahí estamos, dándolo todo: o se les tiene en cuenta o no se les tiene en cuenta; pero, si –como se nos invita– la ciberesfera era esto, lo cierto es que la performance de Deborah de Robertis no es arte por razones tales como que no hay que poseer especial talento, que es exhibicionismo gratuito, que no es ‘bello’ y que (sí amigos, lo he leído) ya desde el título hay una falsedad de origen pues el sexo femenino, sin la ayuda de la semillita masculina, no es per se origen de nada.

En el lado opuesto, aquellos que dictan que sí que es arte, la cosa no va demasiado más allá: que es molón ver así un coñete de modo gratuito, y que (cómo no la vertiente ideológico-crítica) desenmascara al burgués que se fascina y se enorgullece de llamar arte a un sexo femenino más o menos bien pintado pero que, por el contrario, le hiere en la sensibilidad ese mismo sexo pero en vivo y en directo.

Así las cosas, como creo puede concretarse, nada de un lado y nada del otro. Una nada que, sin embargo, somos capaces de reconvertir en efecto artístico dada nuestra bien probada habilidad para la inversión ideológica. Porque, reconozco que a lo mejor es pedir mucho, pero como la negatividad del arte hace que los efectos de toda obra de arte no estén inscritos de antemano en sus causas aparentes …¿no puede ser entendida la performance como la constatación de lo patético que es dar la voz a la turba de anónimos que somos todos nosotros?, ¿no puede ser la prueba de que el arte escapa y escapará a toda definición y que su razón de ser es abrir el melón de lo posible/imposible a una tercera vía? O, casi mejor: ¿no es el arte el dispositivo capaz de perpetrar la hazaña de comprobar cómo decir lo uno (es arte) como lo otro (no es arte) no está sujeto sino a un juego ideológico imposible de desmantelar?

Los mass media, aquellos donde en última instancia recae la posibilidad de diálogo, no escatiman fuerzas para que los anónimos se alisten, de modo voluntario, a una de las dos facciones: la de los unos o las de los otros. Solo que, en la inversión ideológica, tanto da como da lo mismo. No sin cierta gracia, la propia Deborah de Robertis ha titulado su performance como “Espejo del origen”. Y es que lo de menos es la propia pregunta acerca de si es o no arte; lo importante es destacar que la obra se instala como doblez especular y real de un juego de espejos (el de la obra de Courbet) que logra que el espectro de lo social, la esfera pública, se refleje ella también en un entramado sociopolítico que no hace sino ocultar lo fundamental: que lo importante no es de qué lado se está sino la diferencia-cero desde la que emerge la fractura social.
 


La cosa por tanto tiene más enjundia de la que se piensa: el despelote de la artista, al entrar en mediación ideológica con su doble especular (al tiempo que no puede por menos que devenir espectáculo medial), hace surgir la necesidad ideológica de adscribirnos a un bando, de tomar la palabra o pedirla. No hay, así, sociedad-cero, no hay sociedad democrática sin una decantación, sin un uno que dice y otro que no-dice. Es decir: la joven despatarrada significa que todo poder decir descansa en la usurpación que se le hace a otro de su propia palabra.

El arte, aun no sabiendo nunca qué es, habita en el entre de aquello que es “arte” y aquello otro que no es arte. Y es en ese ínterin donde el arte dinamita la pantalla pero no para ver lo Real sino para comprobar como toda diferencia (todo decantarse por un lado u otro) no es sino simbólica. Dicho de otra manera: la lucha por la hegemonía no está orientada a imponer una visión particular de la realidad sino a decidir cómo cada una de las diferencias sociales específicas determinan el sesgo de la diferencia-cero. Es decir: la ideología hegemónica decide cómo queda recortado el espacio de totalidad de la diferencia-cero. La oposición es siempre simbólica, no real.

            Así, la performance da cuenta del arte como significante vacío que, después de servir como terreno común neutral, despliega a su alrededor un conjunto de antagonismos que gravitan en torno a él. Descubrir y mostrar, por tanto, que tales antagonismos son siempre aparentes y simbólicos, efectos de una ideología que se afana en distribuir ‘síes’ y ‘noes’ con el fin de maximizar beneficios: tal es la misión mediática del arte y que, de por sí, permanece siempre oculta a su propio acontecer. Porque, y aún en el caso de que hayamos acertado con la interpretación, ¿no es este mismo texto la constatación de que no se puede estar callado, que tenemos que (donde sea y como sea) hablar, decirlo, escribirlo, sepamos de tal cesura donde habita el arte o no la sepamos?

En definitiva, si fuésemos mínimamente consecuentes, de esta performance (no) hay que decir nada. Que no es lo mismo que (no) hay nada que decir…..  Pero, ¿cómo decir que se sabe la interpretación correcta y, al tiempo, guardar silencio sobre ella?, ¿cómo saber que tal silencio viene dado por un no querer molestar al arte? Porque, ¿qué hablar es este, el mío, que ni dice que sí ni dice que no, sino que señala la cesura del arte como su emplazamiento propio?, ¿no es tal decir un simulacro de decir, un decir que calla lo propio del decir?, ¿no es mejor para tal fin, no decir nada?

5 comentarios:

  1. Estimado Sr.: acabo de leer con atención su pertinente artículo, al que solo encuentro un defecto: usted, lógicamente, toma en serio el asunto, es decir cae en la trampa. Cosas como estas, si se citan, mejor hacerlo haciendo otra broma, es decir reirse de ellas. Devolverles la "provocación" (¿?) con otra más "de-constructiva". OK

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  2. Si, puede ser, lo que pasa es que yo me tomo todo muy en serio, eso sí que es verdad. Siendo la broma, la chusquería y la economía del emoticono nuestro destino inminente, quizá encontrar seriedad donde aparentemente no la hay es ya un síntoma de resistencia.

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  3. La ausencia de selección natural, la falta de gravedad y de cualquiera otra ley física, han permitido una sobre población de nuevos dioses y héroes mediáticos, que habitan en la democracia del social web, donde nada importa porque todo es permitido.
    jhafis

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  4. Como dice el iluminado de Fernando Castro Florez, el artista tiene que vivir de su arte, pues el lo hace. Utilizando todos los medios a su alcance para conseguir este propósito.
    Recuerdo mis inicios en el mundo del arte, donde se decía que para poder vivir de este, tenías que prostituirte y "pasar por la piedra". Actualmente esto ha cambiado mucho, y hay unos mecanismos mucho más complicados, pero mira por donde, la tal Deborah de Robertis ha venido a poner otra vez las cosas en su sitio, utilizando el antiguo método para escalar en este complicado mundo y ganarse la vida con su sexo.

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  5. eso No es ARTE, es ABSURDO

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