miércoles, 23 de noviembre de 2016

EFECTO BAUDRILLARD: LEVANTANDO SOSPECHAS. SIMULACIÓN DE UN ATENTADO



            La realidad, sin duda, es algo muy serio. No se puede ir por ahí gastando bromas acerca de su –ya poca– consistencia. Convengamos en que la realidad no es sino una ficción y que, como tal, es maleable y moldeable a según qué tensiones. Pero en tanto que es precisamente la suma vertiginosa de  todos esos nódulos de poder lo que la dotan de cierta voluble estabilidad, la realidad es un preciado bien que no puede ser agitado por cualquiera. Handle with care: debe ser tratada con sumo cuidado.
Pero, ¿es eso o, quién sabe, todo lo contrario? ¿No será que, a la inversa, es la capacidad de cualquiera de infringir un desajuste en la matriz reticular de la realidad lo que hace que, a ciencia cierta, no nos equivoquemos en adjetivar como realidad a esa determinada ficción? 
Pero no hay nada que temer: no pretendemos ensayar aquí ninguna solución. A decir verdad no sabemos si la realidad es algo muy serio o si por el contrario solo cabe tomársela a chufla. Simplemente pretendíamos, antes de entrar a mayores, poner sobre el tapete la difícil relación de muchos conceptos que vienen a converger en esa ficción llamada realidad pero cuya relación se nos antoja conflictiva: particularidad y totalidad, individuo y sociedad, ¿se estrategizan o entran en relación dialéctica? Y si es esto último: ¿hay síntesis o es su negación y falta de reconciliación lo que modula el espectro de lo posible, lo pensable y lo visible?
Decimos todo esto con ocasión de la mayúscula performance que Santiago Sánchez Ramírez ha ido realizando en los últimos años y de la que nos enteramos en estos días pasados al ser juzgado en la Audiencia Nacional: simular que atentaba contra el Rey –Juan Carlos I y después Felipe VI– y, quién sabe si aún más grave, contra Cristiano Ronaldo. Simuló, decimos, porque de hecho no quería hacerlo: sólo quería denunciar los fallos de seguridad: "Las armas las llevaba en una maleta [hasta los hoteles desde donde grababa]. Eran completamente reales. Y pasé con ellas por todos los controles policiales, solo tuve que enseñar mi DNI y decir que iba al hotel. Ya está. Nadie me dijo nada. Estuve allí toda la noche y todo el día. Y nadie me dijo nada", ha declarado.
En su denuncia, colgó videos en youtube en estado de oculto, de modo que solo podían verlos aquellos a quienes se lo enviaba, como por ejemplo miembros del CNI, e hizo, según he podido leer en algún sitio, un blog donde parece que relataba, cual Chacal en la novela de Frederick Forsyth, todos los pasos que había dado para, sin despeinarse, tener al rey en el punto de mira. Después de ser encausado por delitos de terrorismo y contra la Corona, la cosa parece que ha quedado en menos ya que ahora “solo” se enfrenta a una petición de pena de 9 años de cárcel por tenencia y depósito de armas.


¿Cómo, me pregunto, tanto ensañamiento contra alguien que solo quería hacer un servicio a la patria?, ¿cómo tanto castigo para alguien que si algo ha demostrado es su absoluta falta de maldad? El problema está en que, como hemos dicho arriba, la realidad es un artefacto que debe ser manejado con mucha precaución, y donde, antes que nada y sobre todo, los propios procesos de licuado y disolución de la realidad SOLO pueden ser llevados a cabo por ella misma, por la realidad, sin injerencias de ningún tipo o, como mucho, por quienes ella misma decida.
El arte, y esto es lo que nos interesa, tiene sobradas razones para apoyarme en esto que digo: tantas han sido las bofetadas que se ha dado desde que con las vanguardias urdiera su plan para disolver arte y vida, que con el correr de los años descubrió que su único medio de supervivencia era simulando, a través de una precisa ideología estética, semejante ecualización entre arte y vida. El resultado lo sabemos todos: la implacable e imparable estetización difusa de nuestros mundos de vida. Una estetización a través de la cual se consolida la adulteración y endulzamiento de los fundamentos desde los que poder alentar otra vida que no sea esta vida intolerable y enajenada en la que subsistimos. La estetización difusa de los mundos de vida nos ofrece como conseguida la aspiración moderna en cuanto a disolución del arte en la vida cuando lo cierto es que no es sino un efecto del devenir imaginario de la realidad, del simulacro mediático en el que queda suspendida.
Sabedor de esta modulación ideológica, el arte en las últimas décadas ha apostado por una versión renovada del programa de las vanguardias: no ya promover un diluido del arte en la vida (y viceversa) sino, al contrario, constatar la falta de inocencia de ese entramado llamado vida, cómo ésta no es una pradera donde retozar a nuestras anchas sino un terreno bien parcelado donde nada ni nadie puede saltarse el propio roturado que la vida impone. Es por ello que las estrategias estéticas más capaces son las que apuestan por una infiltración en los mundos de la vida para, a través de tal intento y su ulterior fracaso, mostrar las huellas de nuestra servidumbre, los rescoldos de un poder ideológico del que, por muchos que queramos, no podemos salir porque, más que nada, es ese mismo deseo lo que es ideológico, lo que se ha ideologizado a través de una tecnificación libidinal de nuestras subjetividades. Que no hay más allá de la ideología, que no hay afuera del texto: esa es la plasmación de las estrategias actualmente más capaces…
…pero que son igual de ineficaces que las anteriores y vanguardistas intentonas de acercar arte y vida hasta la indiscernibilidad de ambas. Y es que, en el límite, el arte siempre tiene que poner sobre aviso de su especificidad, siempre tiene que señalar su propio ámbito de actuación, siempre tiene que tener un pie en su autonomía: siempre tiene que imponer una distancia estética que anula la capacidad del arte de desvelar los insondables misterios ideológicos de la realidad.   


A este respecto es conocida la observación de Rancière al trabajo de los Yes Man, colectivo que en sus perfomances se inserta bajo falsas identidades en las ciudadelas de la dominación. Además de que obviamente queda por saber si sus exitosas perfomances de engaño masivo a los medios son capaces de provocar forma de movilización contra los poderes internacionales del capital, el problema radica en que el triunfo total interseca totalmente con el fracaso total: los propios Yes Man han reconocido que a pesar de que el triunfo puede catalogarse de total al haber conseguido engañar a sus adversarios adoptando sus razones y sus maneras, de igual forma se puede sostener que el fracaso ha sido total ya que su acción había permanecido perfectamente indiscernible –siendo solo discernible si se la señalaba desde fuera de la situación en la que se inscribía y se la exponía en otro lugar como performance propia de artistas. Es decir: si en algún momento del proceso se la contempla como obra de arte, si en algún momento alguien viene a contemplar sus efectos en relación con la que era su finalidad.
 Es aquí donde encontramos las razones por las que Santiago Sánchez Ramírez ha sido juzgado con semejante flema y donde su gesto de servicio a la patria ha sido trocado en un acto de flagrante irresponsabilidad: si ni siquiera el arte –con todo un arsenal de estrategias sesudamente cinceladas– puede hacer nada frente a la ficción llamada realidad, ¿cómo se va a permitir que un cualquiera haga fracasar a la realidad y su gran programa? Porque, recordemos, la ficción que dota de contenido a la realidad solo tiene una misión: diluir cualquier poso de sustancialidad ontológica que pudiera quedar aún pegado a los bordes de una realidad ya deglutida en su mayor parte. Cualquier quantum de pseudo-realidad que venga a suponer el licuado de su parcela de realidad es sin duda bien recibido. Pero, claro está, a su debido tiempo; siguiendo un detallado plan de actuación que supone acomodar el despliegue del simulacro a una velocidad determinada.
El problema de Sánchez Ramírez es que minusvaloró el poder de la simulación y eso le hizo pasarse de frenada: creyendo que la realidad depende únicamente de aquello que pudiera ser tildado de real, de aquello que pudiera retener cierta sustancialidad metafísica, creyó que la simulación era simplemente el hermano pobre, ahí donde se ensayan las pruebas de laboratorio que, solo después, pueden o no ser llevadas a la práctica. Sánchez Ramírez no entendió que la realidad entera es un simulacro donde las dosis de creencia y sospecha son repartidas por el corpus social con precisión de cirujano.
¡¡Si hubiese leído a Baudrillard!! En uno de sus más famosos ensayos, La precesión de los simulacros, el sociólogo francés se hacía una pregunta fundamental que desvela por sí sola cual es la lógica ideológica del simulacro y hasta qué grado de abstracción ha llegado. Hablando de robos, y teniendo al real como un simulacro y al simulado como una simulación, ¿ante cuál de ellos reaccionaria la represión policial más violentamente? Baudrillard, como no, lo tiene claro: “la transgresión, la violencia, son menos graves, pues no cuestionan más que el reparto de lo real. La simulación es infinitamente más poderosa ya que permite siempre suponer, más allá de su objeto, que el orden y la ley mismos podrían muy bien no ser otra cosa que simulación”. Es decir, la simulación hace más daño al mundo-imagen ya que hace patente la coincidencia entre ambos “engaños”, el que es calificado consensualmente como “real” y el que es desvelado como parodia o simulación.
Teniendo esto en cuenta, es fácil concluir que la simulación de Sánchez Ramírez ha de ser castigada ya que puede dar a entender a la ciudadanía que la realidad es un simulacro más; es decir, puede incrementar la sospecha en zonas que la ideología tiene administradas con precisión. Pero, al mismo tiempo, no se puede castigar al simulador con semejante lógica pues eso sí que, de inmediato, haría saltar todas las alarmas en cuanto que a dosis de sospecha se trata: de ahí que las autoridades se saquen de la manga la tenencia ilícita de armas para alguien que, según parece, tenía permiso de armas justo hasta el año anterior a la puesta en escena de sus simulacros.
Pero, después de todo lo dicho, no nos llevemos a engaño: en esta sintomatología de la sospecha en que se ha convertido la simulación espectral de nuestro mundo-imagen, a quienes primero hay que proteger de esta simulación no permitida no es al grueso de la población que puede a empezar a descubrir el tufo a podrido de una realidad que hace aguas por todas partes sino a los más interesados: a Felipe VI y a Cristiano Ronaldo. Y es que si Lacan decía que un cualquiera que se crea Napoleón no está ni de lejos igual de loco que Napoleón si se cree realmente Napoleón, este ejercicio de simulación de Sánchez Ramírez hay que cortarlo de raíz no llegue a despertar sospechas en ellos, en el rey y el ídolo del fútbol, y descubran que se trata de un simulacro, de una escena donde ellos simplemente ejecutan unos papeles. Para el sistema-mundo –y para nosotros– es preciso y urgente que el rey se crea el rey, que el ídolo se crea el ídolo. Cualquier otra cosa, haría despertar sospechas. Y no conviene.

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