La realidad, sin
duda, es algo muy serio. No se puede ir por ahí gastando bromas acerca de su
–ya poca– consistencia. Convengamos en que la realidad no es sino una ficción y
que, como tal, es maleable y moldeable a según qué tensiones. Pero en tanto que
es precisamente la suma vertiginosa de
todos esos nódulos de poder lo que la dotan de cierta voluble
estabilidad, la realidad es un preciado bien que no puede ser agitado por
cualquiera. Handle with care: debe ser tratada con sumo cuidado.
Pero, ¿es eso o, quién
sabe, todo lo contrario? ¿No será que, a la inversa, es la capacidad de
cualquiera de infringir un desajuste en la matriz reticular de la realidad lo
que hace que, a ciencia cierta, no nos equivoquemos en adjetivar como realidad
a esa determinada ficción?
Pero no hay nada que
temer: no pretendemos ensayar aquí ninguna solución. A decir verdad no sabemos
si la realidad es algo muy serio o si por el contrario solo cabe tomársela a
chufla. Simplemente pretendíamos, antes de entrar a mayores, poner sobre el
tapete la difícil relación de muchos conceptos que vienen a converger en esa
ficción llamada realidad pero cuya relación se nos antoja conflictiva:
particularidad y totalidad, individuo y sociedad, ¿se estrategizan o entran en
relación dialéctica? Y si es esto último: ¿hay síntesis o es su negación y
falta de reconciliación lo que modula el espectro de lo posible, lo pensable y
lo visible?
Decimos todo esto con
ocasión de la mayúscula performance que Santiago
Sánchez Ramírez ha ido realizando en los últimos años y de la que nos
enteramos en estos días pasados al ser juzgado en la Audiencia Nacional:
simular que atentaba contra el Rey –Juan
Carlos I y después Felipe VI– y,
quién sabe si aún más grave, contra Cristiano
Ronaldo. Simuló, decimos, porque de hecho no quería hacerlo: sólo quería
denunciar los fallos de seguridad: "Las armas las llevaba en una maleta
[hasta los hoteles desde donde grababa]. Eran completamente reales. Y pasé con
ellas por todos los controles policiales, solo tuve que enseñar mi DNI y decir
que iba al hotel. Ya está. Nadie me dijo nada. Estuve allí toda la noche y todo
el día. Y nadie me dijo nada", ha declarado.
En su denuncia, colgó
videos en youtube en estado de oculto, de modo que solo podían verlos aquellos
a quienes se lo enviaba, como por ejemplo miembros del CNI, e hizo, según he
podido leer en algún sitio, un blog donde parece que relataba, cual Chacal en
la novela de Frederick Forsyth, todos los pasos que había dado para, sin
despeinarse, tener al rey en el punto de mira. Después de ser encausado por delitos
de terrorismo y contra la Corona, la cosa parece que ha quedado en menos ya que
ahora “solo” se enfrenta a una
petición de pena de 9 años de cárcel por tenencia y depósito de armas.
¿Cómo, me pregunto,
tanto ensañamiento contra alguien que solo quería hacer un servicio a la
patria?, ¿cómo tanto castigo para alguien que si algo ha demostrado es su
absoluta falta de maldad? El problema está en que, como hemos dicho arriba, la
realidad es un artefacto que debe ser manejado con mucha precaución, y donde,
antes que nada y sobre todo, los propios procesos de licuado y disolución de la
realidad SOLO pueden ser llevados a cabo por ella misma, por la realidad, sin
injerencias de ningún tipo o, como mucho, por quienes ella misma decida.
El arte, y esto es lo
que nos interesa, tiene sobradas razones para apoyarme en esto que digo: tantas
han sido las bofetadas que se ha dado desde que con las vanguardias urdiera su
plan para disolver arte y vida, que con el correr de los años descubrió que su
único medio de supervivencia era simulando, a través de una precisa ideología
estética, semejante ecualización entre arte y vida. El resultado lo sabemos
todos: la implacable e imparable estetización difusa de nuestros mundos de
vida. Una estetización a través de la cual se consolida la adulteración y
endulzamiento de los fundamentos desde los que poder alentar otra vida que no
sea esta vida intolerable y enajenada en la que subsistimos. La estetización
difusa de los mundos de vida nos ofrece como conseguida la aspiración moderna
en cuanto a disolución del arte en la vida cuando lo cierto es que no es sino
un efecto del devenir imaginario de la realidad, del simulacro mediático en el
que queda suspendida.
Sabedor de esta
modulación ideológica, el arte en las últimas décadas ha apostado por una
versión renovada del programa de las vanguardias: no ya promover un diluido del
arte en la vida (y viceversa) sino, al contrario, constatar la falta de
inocencia de ese entramado llamado vida, cómo ésta no es una pradera donde
retozar a nuestras anchas sino un terreno bien parcelado donde nada ni nadie
puede saltarse el propio roturado que la vida impone. Es por ello que las
estrategias estéticas más capaces son las que apuestan por una infiltración en
los mundos de la vida para, a través de tal intento y su ulterior fracaso, mostrar
las huellas de nuestra servidumbre, los rescoldos de un poder ideológico del
que, por muchos que queramos, no podemos salir porque, más que nada, es ese
mismo deseo lo que es ideológico, lo que se ha ideologizado a través de una
tecnificación libidinal de nuestras subjetividades. Que no hay más allá de la
ideología, que no hay afuera del texto: esa es la plasmación de las estrategias
actualmente más capaces…
…pero que son igual
de ineficaces que las anteriores y vanguardistas intentonas de acercar arte y
vida hasta la indiscernibilidad de ambas. Y es que, en el límite, el arte
siempre tiene que poner sobre aviso de su especificidad, siempre tiene que
señalar su propio ámbito de actuación, siempre tiene que tener un pie en su
autonomía: siempre tiene que imponer una distancia estética que anula la
capacidad del arte de desvelar los insondables misterios ideológicos de la
realidad.
A este respecto es
conocida la observación de Rancière
al trabajo de los Yes Man, colectivo
que en sus perfomances se inserta bajo falsas identidades en las ciudadelas de
la dominación. Además de que obviamente queda por saber si sus exitosas
perfomances de engaño masivo a los medios son capaces de provocar forma de
movilización contra los poderes internacionales del capital, el problema radica
en que el triunfo total interseca totalmente con el fracaso total: los propios Yes Man han reconocido que a pesar de
que el triunfo puede catalogarse de total al haber conseguido engañar a sus
adversarios adoptando sus razones y sus maneras, de igual forma se puede
sostener que el fracaso ha sido total ya que su acción había permanecido
perfectamente indiscernible –siendo solo discernible si se la señalaba desde
fuera de la situación en la que se inscribía y se la exponía en otro lugar como
performance propia de artistas. Es decir: si en algún momento del proceso se la
contempla como obra de arte, si en algún momento alguien viene a contemplar sus
efectos en relación con la que era su finalidad.
Es aquí donde encontramos las razones por las
que Santiago Sánchez Ramírez ha sido
juzgado con semejante flema y donde su gesto de servicio a la patria ha sido
trocado en un acto de flagrante irresponsabilidad: si ni siquiera el arte –con
todo un arsenal de estrategias sesudamente cinceladas– puede hacer nada frente
a la ficción llamada realidad, ¿cómo se va a permitir que un cualquiera haga
fracasar a la realidad y su gran programa? Porque, recordemos, la ficción que
dota de contenido a la realidad solo tiene una misión: diluir cualquier poso de
sustancialidad ontológica que pudiera quedar aún pegado a los bordes de una
realidad ya deglutida en su mayor parte. Cualquier quantum de pseudo-realidad
que venga a suponer el licuado de su parcela de realidad es sin duda bien
recibido. Pero, claro está, a su debido tiempo; siguiendo un detallado plan de
actuación que supone acomodar el despliegue del simulacro a una velocidad
determinada.
El problema de Sánchez Ramírez es que minusvaloró el
poder de la simulación y eso le hizo pasarse de frenada: creyendo que la
realidad depende únicamente de aquello que pudiera ser tildado de real, de
aquello que pudiera retener cierta sustancialidad metafísica, creyó que la
simulación era simplemente el hermano pobre, ahí donde se ensayan las pruebas
de laboratorio que, solo después, pueden o no ser llevadas a la práctica. Sánchez Ramírez no entendió que la
realidad entera es un simulacro donde las dosis de creencia y sospecha son
repartidas por el corpus social con precisión de cirujano.
¡¡Si hubiese leído a Baudrillard!! En uno de sus más famosos
ensayos, La precesión de los simulacros, el sociólogo francés se hacía una
pregunta fundamental que desvela por sí sola cual es la lógica ideológica del
simulacro y hasta qué grado de abstracción ha llegado. Hablando de robos, y
teniendo al real como un simulacro y al simulado como una simulación, ¿ante
cuál de ellos reaccionaria la represión policial más violentamente? Baudrillard, como no, lo tiene claro:
“la transgresión, la violencia, son menos graves, pues no cuestionan más que el
reparto de lo real. La simulación es infinitamente más poderosa ya que permite
siempre suponer, más allá de su objeto, que el orden y la ley mismos podrían
muy bien no ser otra cosa que simulación”. Es decir, la simulación hace más
daño al mundo-imagen ya que hace patente la coincidencia entre ambos “engaños”,
el que es calificado consensualmente como “real” y el que es desvelado como
parodia o simulación.
Teniendo esto en
cuenta, es fácil concluir que la simulación de Sánchez Ramírez ha de ser castigada ya que puede dar a entender a
la ciudadanía que la realidad es un simulacro más; es decir, puede incrementar
la sospecha en zonas que la ideología tiene administradas con precisión. Pero,
al mismo tiempo, no se puede castigar al simulador con semejante lógica pues
eso sí que, de inmediato, haría saltar todas las alarmas en cuanto que a dosis
de sospecha se trata: de ahí que las autoridades se saquen de la manga la
tenencia ilícita de armas para alguien que, según parece, tenía permiso de
armas justo hasta el año anterior a la puesta en escena de sus simulacros.
Pero, después de todo
lo dicho, no nos llevemos a engaño: en esta sintomatología de la sospecha en
que se ha convertido la simulación espectral de nuestro mundo-imagen, a quienes
primero hay que proteger de esta simulación no permitida no es al grueso de la
población que puede a empezar a descubrir el tufo a podrido de una realidad que
hace aguas por todas partes sino a los más interesados: a Felipe VI y a Cristiano
Ronaldo. Y es que si Lacan decía
que un cualquiera que se crea Napoleón no está ni de lejos igual de loco que
Napoleón si se cree realmente Napoleón, este ejercicio de simulación de Sánchez
Ramírez hay que cortarlo de raíz no llegue a despertar sospechas en ellos, en
el rey y el ídolo del fútbol, y descubran que se trata de un simulacro, de una
escena donde ellos simplemente ejecutan unos papeles. Para el sistema-mundo –y
para nosotros– es preciso y urgente que el rey se crea el rey, que el ídolo se
crea el ídolo. Cualquier otra cosa, haría despertar sospechas. Y no conviene.
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