jueves, 14 de julio de 2011

DAVID DIAO: MEMORIA Y DUELO



DAVID DIAO: "Casa Da Hen Li: Viví ahí hasta los seis años"
GALERÍA MARTA CERVERA: Junio/Julio 2011


No hay más alegoría que la memoria por un duelo siempre imposible. Vivir, existir en toda su extensión, no es más que darse a la memoria de un otro que siempre está ausente y que –en esa ausencia-hace imposible que la clausura se cierre plegándose sobre él.

La muerte, la ausencia, son así límites fenomenológicos que abren el sentido. Esa es la paradoja, la de vivir siempre en pos de una ausencia, de un olvido que emerge como memoria siempre imposible de saciarse. No hay vida sin duelo, pero el duelo es siempre imposible.

David Diao parece hacer suyas estás consideraciones fenomenológicas para rastrear su propio biografía. Su casa, la casa en la que vivió de niño hasta los seis años funciona aquí de inmejorable

Su historia, la suya y la de su familia, queda adherida a los cimientos temblorosos de unos acontecimientos que superan por completo lo individual para sumergirse en lo más caudaloso de lo suprahistórico. Pero, llegados a este punto, otra vez la paradoja: si la individualidad es despojada en una colectividad nómada, el concepto omnipotente de lo suprahistórico es también reducido a cero bajo el peso de lo azaroso y de lo voluble.

Justo ahí, en ese lugar vacío, es donde emerge el trabajo imposible del duelo como alegoría de una memoria tan frágil como quebradiza y que se afana por recordar siempre aquello que es ya –y desde siempre- un olvido.

Pero vayamos un poco más lejos. Cosificada la Historia como actualmente lo está, lo cierto es que sentencias de tono apocalíptico-costumbrista teje la roña sobre la que se eleva el axioma fundamental del tardocapitalismo: si por una parte no se cansan de repetirnos que la historia –el destino- es algo que nos toca en nuestra propia individualidad, por otra parte el futuro –esa entelequia sobre la que se proyecta el conjunto de lo pensable, lo visible y lo decible-, se nos antoja como una prefiguración absolutista de cualesquiera sean los atributos de la fetichización mercantilista.

Así, si nuestra praxis apunta a la inauguración de un campo novedoso donde asome un futuro nuevo cada día, la única verdad es que esa cualidad de futurible queda abnegada por un capitalismo que en su voracidad está ya ahí mismo justo cuando nosotros más felices nos las prometíamos.

Está capacidad del capitalismo para inmiscuirse en nuestra destinación y hacernos ver nuestro destino como elegido lo vio de manera precisa Benjamin. El futuro es una nada, una fantasmagoría que se llena solo de aquello que el capitalismo sabe avanzar.

En onda similar, la consideraciones esquizoanalíticas de Deleuze son aquí pertinentes: la sociedad no funciona por oposición, sino por fuga y reterritorialización. Lo único, cabe decir, es que las líneas libidinales que operan cada efecto de reterritorialización están en manos del capital ofreciéndonos a cada paso aquello precisamente que –oh milagro- deseamos.

¿Solución? El propio Benjamin nos la da: el ángel de la historia mirando hacia atrás, recoger utópicas potencialidades del pasado, de lo que efectivamente nunca pasó. Porque todo pasado no es más que un olvido pujando por hacerse presente, por existir ‘verdaderamente’. Rememorar el olvido, hacer posible lo imposible, recorrer la otra línea del tiempo, la nunca efectuada, la del tiempo perdido de Proust. Todo trabajo de memoria es el trabajo del duelo por un tiempo nunca-pasado y que ya-nunca-sucederá, por un yo-Combray olvidado y que, justamente por olvidado y nunca efectivo, puede otorgarnos aún una pírrica victoria sobre la barbarie que siempre son nuestras vidas.



El tiempo –problema capital de toda la filosofía del siglo XX- tiene su réplica precisa en la importancia que ha adquirido la Historia en el arte contemporáneo más actual. Así el arte se empeña en renunciar a una Historia como dogmatismo y se afana en buscar las lindes, las fronteras de las narraciones para hacer saltar la chispa de lo azaroso y lo olvidado. Su método de trabajo es entonces eminentemente deconstructivista. Si la Historia es narrada siempre por uno, el arte se empeña porque sea el Otro quien la haga suya.

Porque desde que los herederos de NietzscheFoucault a la cabeza- desvelasen que la Historia no es más que el nombre dado a una sucesión de absolutismos de la razón y que el verdadero impulso es la voluntad de una historia que siempre quiere más de ella misma para arrasar todo lo que quede a su paso, la Historia es la diana perfecta contra la que disparar en busca de nuevos significados sobre los que levantar nuevos campos de experimentación.

Volviendo de nuevo a lo que nos ocupa, la idea de Paul de Man de una autobiografía como “desfiguración” es tomada al pie de la letra por David Diao para llevar a cabo una exposición, ésta en la Galería Marta Cervera, donde la memoria objetiva y subjetiva se van superponiendo en capas de significado que van deslizándose entre ellas para terminar por dar como resultado una nueva historia, nunca efectiva, pero que emerge como la única posibilidad de exortizar el olvido.

Alrededor de la casa en la que el propio artista vivió hasta los seis años, los trabajos que forman esta exposición conforman un palimpesto cuya efectividad no redunda en la actualización de un pasado, sino que más bien viene dar por bueno una memoria vaga y voladiza, donde lo que fue y lo que debió haber sido confluyen en una autobiografía nunca completa ni cerrada.

Después de vivir en esa casa durante seis años, la familia del artista emigró a los Estados Unidos en 1955 y no volvió hasta 1985. Para entonces la casa había sido derribada y el diario gubernamental Sicuani Daily era ahora el poseedor del terreno. A partir de aquí, David Diao va tejiendo historias y recuerdos para tratar de delinear la narración de lo que vendría ser su biografía.

Ya no solo su propia memoria, sino la de sus más allegados familiares, vienen a sumarse a este ejercicio de mnemotécnia donde también las técnicas más recientes se afanan en devolver al presente un pasado siempre en fuga. Así, mapas de la casa realizados por familiares, conviven con localizaciones realizadas por Google para sumarse a un ejercicio memorístico cuya misión es postularse no como triunfo, sino como transición hacia una clausura nunca presente.

Quizá, de nuevo, Paul de Man es aquí el más pertinente: “la memoria se vuelve importante como fracaso antes que como logro y adquiere un valor negativo… La ilusión de que la continuidad se puede restaurar mediante un acto de memoria resulta ser meramente otro momento de transición”

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