viernes, 29 de julio de 2011

DESPUÉS DEL SILENCIO


DESPUÉS DEL SILENCIO’: comisario Pedro Portellano
LA CASA ENCENDIDA: 28/06/11-11/09/11

Estando como estamos en época estival, imagino se me permitirá una licencia futbolera para comenzar hablar de esta estupenda exposición encuadrada dentro del Certamen de Inéditos que como todos los años nos brinda La Casa Encendida..

Y es que a veces, las razones últimas son tan perversas en sus modos que siempre una cortina de humo, una explicación macarrónica viene a salvarnos de la quema. Si hace tiempo leí, de manos de un teórico del cine y al hilo del supuesto onanismo masculino de los aficionados al cine de arte y ensayo, que, a ciencia cierta, la razón última por la cual la sala de cine permanece a oscuras durante la proyección, no es con el fin de que el visionado sea mejor, sino para que cada uno vea la película en absoluta soledad, facilitando así la capacidad voyeurística del espectador, de igual manera el hecho de que últimamente las autoridades futboleras hayan decidido “llenar” los minutos de silencio con música instrumental no es, ni muchos menos, la comúnmente aducida.

Y es que no es con el ánimo de facilitar los momentos de emoción contenida ni es tampoco con el ánimo de ahogar las desaprensivas voces de los grupos más radicales. No. La razón última es que el silencio es imposible de soportar. Porque, ¿qué hacer con el silencio, qué hacer mientras sucede el silencio? ¿A dónde mirar, en qué pensar? Dado el ejemplo de la señal de duelo, es solo eso: una señal de duelo. No hace falta recogerse en el dolor ni trascender la débil frontera que separa la vida de la muerte. Pero es que es tanto lo que se nos pide, lo que se le pide a una masa ahíta de testosterona y sudor, que un minuto de silencio es un imposible metafísico.

Obviamente hemos desbarrado en la sordidez de un ejemplo hiperbanal, pero las cosas, en una sociedad hiperdromotizada y licuada en la profusión infantiloide de los afectos, queda marcada de manera perfecta por los instintos de la masa.

Si el progreso va parejo a la emancipación de la masa como sujeto histórico, no es menos cierto que dicha autonomía queda cifrada en la irrupción del ruido como pathos general desde donde llevar a cabo nuestras conectividades y ejercicios de subjetivización.

Desde la megalomanía adolescente de los conciertos de rock como epifenómeno totémico hasta la histeria del shopping, del zapping, etc, pasando por la algarada nocturna o el bullicio diario, todo en nuestras vidas está lleno de ruido. A estos efectos es claro que la música popera, si tiene una misión clara en este mundo hipersonorizado, es aquella de eliminar de raíz las playas de libertad donde pueda emerger el silencio. Siempre, allá donde vayamos, el soplapollas de turno ejerciendo su libertad, la pandilla testosteroica o el gilipollitas baboso. No hay otra.

Entrando ya en materia, Pedro Portollano, comisario de la exposición, y por ende uno de los tres ganadores del X Certamen Inéditos para Jóvenes comisarios, ha montado una exposición perfecta acerca de la imposibilidad manifiesta de experimentar el silencio. La tesis subyacente a todo el discurso es que, habida cuenta de que el silencio es imposible de experimentar en la sociedad contemporánea, quizá estemos ahora entrando en una época post-silenciosa.

Y es que si el silencio siempre ha funcionado como límite fenomenológico a través del cual arribar a lugares ideales y trascendentes, ahora el silencio parece haber sido expurgado de nuestras actuales sociedades. Este fenómeno, si se piensa, es bastante obvio: que todo funcione a velocidad límite, que los flujos libidinales produzcan un efectismo y un efecto de sentimentalidad tan líquida como sea preciso va de la mano con que no haya ni el menor atisbo de oasis desde donde operar una reflexión.

Sin embargo, Portollano tiene la lucidez como para no hacer de esto una crítica canallesca de las actuales sociedades, sino que es conjugando esta imposibilidad social de silencio con la imposibilidad física del silencio (cosa que “descubrió” Cage metiéndose dentro de una cámara anecoica) desde donde el comisario traza su discurso.

La parte más filosófica se la lleva aquí la obra 4’33’’ de Cage. Verdadero tótem e icono de las preocupaciones musicales de la época, Cage, “enterado” de que no existe el silencio, ideó una obra que fuese en sí misma un largo “silencio”. Como resultado, arte y vida vienen a solaparse de modo preciso: toses, ruidos, zumbidos de insectos, de pájaros, ruidos de la calle, vienen a llenar una obra que diverge de lo que –objetivamente- la llenaba.

A partir de aquí la exposición no hace sino crecer. Si la puesta en escena llevada a cabo de esta misma obra por Manon de Boer problematiza incluso la predisposición “mediática” del espectador con esta obra, englobada ya desde hace tiempo con el celofán de lo mítico, Nicolas Collins nos deleita con la escucha de 33 grabaciones de distintos tipos de silencio y Pablo Serret de Ena nos dice que el silencio es siempre según y cómo y para quién.


 
En el otro lado de la tesis, el colectivo Escoitar propone un mapa acústico del silencio perdido –o a punto de perderse- y Jeroen Diepenmaat enfatiza en el mismo sentido la desaparición paulatina de estadios de silencio-sonidos que no son sino el anverso del propio deerioro de la naturaleza misma.

Al hilo de esta obra, en la que un pájaro hace de inesperado “medio” para que su trino suene, podría remitirnos a una problemática más profunda y que redunda a la dualidad arte/naturaleza. Y es que quizá, y al hilo de esta obra, se podría uno acordar de ‘Birdcage’, obra de Cage en la que solo se oye el canto de un pájaro. En la misma onda que 4’33’’ pero más claramente quizá, esta obra vendría a poner en solfa los primados de la disciplina Estética desde sus orígenes kantianos. Con este gesto díscolo de Cage la brecha entre música –entendida como arte- y canto de pájaro se cierra: la música encuentra su lugar cuando se la devuelve al lugar del cual se quiso separar en la Ilustración. Y es que ese esfuerzo de Cage por escuchar no ‘a’ la Naturaleza sino ‘desde’ la Naturaleza da al traste con todo intento de fundar la Estética sobre el primado de la intencionalidad subjetiva.

“El arte ha borrado la línea divisoria entre el arte y la vida. Ahora es el momento de que la vida borre la línea divisoria entre vida y arte”: tirando del hilo se llegaría a que esta no-intencionalidad de Cage redundaría en un acople perfecto entre arte y vida. La herencia de fluxos es aquí bien palpable: “el arte es vida y la vida es are”.

En definitiva, es esta una exposición de tesis que ahonda perfectamente en las condiciones, epistémicas, filosóficas pero también sociales, que tiene el derrumbe de un mito estructurador como haya podido ser el silencio. Que no hay silencio es un hecho, tan dramático como físico, que nos modifica por completo nuestras relaciones con la naturaleza, con los demás y con nosotros mismos.

A modo de coda, el propio comisario, en el estupendo librito que acompaña la muestra señala el ‘ruido’ de fondo sobre el que estuvo trabajando en la preparación de la exposición: vecinos, familias, amigos, llamadas de teléfono, redes sociales, etc. Y es que si verdaderamente vivimos en una sociedad post-silenciosa, no cabe otra: existimos mientras somos lanzados a un fondo continuo de ruido -y además, conectando con el principio de nuestro texto... ¡es que no sabemos vivir de otra manera!.

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